sábado, 31 de diciembre de 2011

Deshuesado el 2011


"No se permitía el lujo sencillo de la culpa. Dada su propia naturaleza y las circunstancias de su vida con Edith, no había nada que pudiera haber hecho. Y aquel conocimiento intensificaba su pena más que ninguna culpa y hacía el amor por su hija más penetrante y profundo.
Ella era, él lo sabía, una de esas personas extrañas y siempre encantadoras cuya naturaleza moral era tan delicada que debía alimentarse y cuidarse para que pudiera ser completa. Ajena al mundo, tenía que vivir donde no estuviera en casa; ávida de ternura y paz, tenía que alimentarse de indiferencia, insensibilidad y ruido. Era una naturaleza que, incluso en escenarios extraños y hostiles donde tuviera que vivir, no tenía la fiereza para repeler las fuerzas brutales que se le oponían y sólo podía retirarse a una quietud en la que sentirse desolada y pequeña y estar apaciblemente tranquila."

J. Williams, Stoner

Por fin el cierre del año, el balance, las presencias y sus ausencias, el viento que sopla a favor y el que va en contra. Los propósitos idos y los que nacen. Es difícil recordar todo lo ocurrido en doce meses, saberse cada uno de lo que somos en el conjunto que descansa bajo nuestra certeza de existir uno, de tener un nombre, unos apellidos, un lugar de nacimiento, unas raíces, una familia, un hogar. 
Estoy a unas horas de mi cita con la San Silvestre. Respiro hondo, como lo hago cuando detengo la carrera y bajo el volumen de la música en el MP3, mirando el mar, en el punto en que doblo mi cuerpo por la cintura y me dejo caer: Natalia, has llegado a la meta, ahora camina despacio; respira. Y el corazón rebaja su ritmo, el cuerpo que me contiene, humillado por mis excesos, toma la revancha, duele aquí, suena allá, cruje de este otro lado. No obstante, las endorfinas fluyen: estoy viva, es terrible, y estoy viva.
Creo que lo leí en Luz de agosto, dónde si no, Faulkner magister, que todo tiene su castigo como todo tiene su recompensa. Así se corre. Así se vive.
No ha sido un 2011 de páramo, sino de carne en plétora: en la luz y en la sombra. He dado una vuelta al mundo de mí misma para regresar a lo que parece ser el mismo sitio pero que jamás será ya lo que un día fue o era. 
Capas de experiencia me hollan. 
Las preguntas nunca son sencillas, las respuestas sí. El ímpetu, la cada vez más esporádica inocencia, los errores, el santo Grial, las tozudeces, la versificación de una historia que se niega a entrar en el ritmo de esa forma poética que habíamos conjurado... me contienen. 
Algunas personas llevan un mapa para caminar por su futuro, otras, como aprendices de geólogo, vamos cartografiando el territorio en la medida en que se construye bajo las pisadas. El amor es fácil, la vida nunca lo es, algún hombre mío me lo dijo; de hecho, si así fuera, no la sentiríamos como vida: la línea blanca que se dibuja en la máquina conectada al cuerpo sin picos ni pulsiones denota ausencia de latido. Cuando todo se aquiete, no estaremos viviendo. Eso no; será el mero fluir. Vale. También vale. 
Las crisis son imprescindibles, el término en su etimología griega, para el crecimiento. Me compadezco de la crisis interna y asisto como los pequeños mocosos de Capra, con humildad sin aceptación ni resignación, a lo que las finanzas con sus gruesos dirigentes han hecho de este año que nos conduce una suerte de esclavitud y primitivismo económicos. Dios había abandonado a los judíos en el campo de concentración de Auschwitz- Birkenau, eso era lo que se decían para poder entender la crueldad de lo vivido. Sin dioses a quienes responsabilizar de lo que ocurre, me asusta el mundo que deviene por los adultos que ahora son niños. Prefiero pensar que el ruido también impondrá su calma. Nacerán arranques, asistiremos a rebeliones, indicios de que estamos en movimiento, no expectantes. Confío en que la macroeconomía nos obligue a lo humano. No quedará otra. 
El marido de mi abuela, teniente en el bando republicano, vivió dos guerras, pasó hambre, frío, fue torturado, escapó de la pena de muerte en bicicleta, vio morir a sus seres más queridos, lloró ante una Unión Soviética que le volvió frágil el ideario por el que tanto había luchado...; con todo, no vaciló ante lo humano. Fue un héroe de guerra y un héroe de vida. Y el hombre que volvió cincuenta años después, viudo y con diez hijos, a buscar a mi abuela con la que se casó setentón y locamente enamorado. Nunca se resignó. Era un rebelde por eso la vida le quitó y le dio todo, a partes constantes. Hablaba poco y era sabio. Siempre admitió que este asunto de estar aquí sin esperar un cielo era complicado. Pero no se sentó a mirar, sacó los puños; en lo grande y en lo pequeño. Cada fin de año, brindo por ellos y los invoco, a él y a mi abuela, las dos personas que más he admirado en la letra minúscula.
Las personas valemos más por lo que callamos que por lo que decimos, por nuestros gestos que por nuestras palabras; el oropel sometido al veredicto del tiempo, siempre baratija. Así que hoy cuenta lo acumulado, lo aprendido, lo refutado y el misterio de lo venidero. Más allá de las intenciones se abrirá la tierra y ya veremos cómo la vamos penetrando. 
En la mochila llevo provisiones: el agua de las personas que amo: mis amigas y mis amigos, los de la sangre aceptada; el brillo de los que apenas acaban de incorporarse y con los que me hallo en pleno descubrimiento; el talismán de mi entusiasmo que me empuja a la vida; las clases, los pasillos, los adolescentes: el rigor que se hace sentimiento; la mecánica de mi cuerpo, que esté sano, que siga corriendo al lado del mar, que no me abandone ni me castigue, que me regale el tesoro del placer, que siga sintiéndose joven porque está lleno de cosas por vivir; el afán del lenguaje: aprendizaje constante y adarce; los nuevos proyectos: en qué aula y a qué lugares me llevará la docencia, cómo el libro que está en construcción irá sedimentando, qué artículos me nutrirán, qué miradas arrojaré sobre la obra de otros, qué apasionamiento me atrapará al hilo de este o aquel asunto teórico; la ilusión de la epifanía sentimental, esa también la incorporo; libros, libros, libros: ficciones, ficciones, ficciones, ensayo y pensamiento, poemas; películas sí, como escenas sin término de Fellini, Antonioni, Truffaut...; poco más necesito porque la brújula que no va a la espalda, sino en la mano es ese tú, penetrante y profundo, que es la carne de mi vientre y para quien Claudio Rodríguez me regala los siguientes versos:

Quisiera estar contigo no por verte
sino por ver lo mismo que tú, cada
cosa en la que respiras como en esta
lluvia de tanta sencillez, que lava.

Adieu 2011, Adieu...


No hay comentarios:

Publicar un comentario