domingo, 28 de octubre de 2012

La cadena de la bicicleta


"Hamlet y la Vita Nova, en ambas obras hay una respiración juvenil. La inocencia, dijo el inglés, léase inmadurez. En la pantalla sólo hay risas, risas silenciosas que sorprenden al espectador como si estuviera escuchando su propia agonía. "Cualquiera es capaz de morir" enuncia algo distinto que "Cualquiera muere". Una respiración inmadura en donde aún es dable encontrar asombro, juego, perversión, pureza. "Las palabras están vacías"... "


Roberto Bolaño, Amberes

Parecía un día cualquiera. Pies solitarios sobre los pedales. Los auriculares on jadeando Killing in the name. Un dolor impreciso en la axila derecha, amenazante. El día anterior te habías pasado con las pesas en el gimnasio. Pudiera ser. Aspiras el gas de los tubos de escape como un personaje de Tim Burton. El sudor se posa sobre tu labio superior, gotas perladas que discurren en la frontera entre la piel blanca y la rosácea. Esa canción mide el tiempo que te lleva desde tu casa al lugar de trabajo. Si más, corriste demasiado; si menos, tus piernas ya no son lo que eran. 
El semáforo se pone en rojo. Lo respetas. Alguien te hace indicaciones desde la ventanilla que queda a tu derecha. Baja el cristal. Te quitas esa especie de botoncitos de sonido de las orejas. "¡Desde hoy te van a multar! ¡Dónde se vio, sin casco, con música y en faldas sobre la bicicleta!"
Te ves reflejada con el pelo mojado, casi azul oscuro. Crecida en la imprudencia. Vas más allá de ese hombre, la mirada de copiloto de su esposa, las normas y la física que te rodean. Es difícil, sí, decían en aquella película, emparejar a un chico triste con una chica triste. Recordarás siempre su mirada oscura a pesar de la claridad de sus ojos, aquella suerte de verdad inalcanzable en su iris, el aire circunspecto. Te das cuenta, ni antes, ni después, del preciso momento en que te estás enamorando. Sucede. Te pregunta por tu bicicleta. Tus ojos casi verdes. Se apoya en el sillín, rodea con sus manos el tamaño del manillar, presencias sus movimientos lentos alrededor de tu cabalgadura. Se encienden las luces en la dirección contraria. 
"¿Qué escuchas? Me gusta tu chapa de Vicky-el-vikingo... y tu aspecto de mujer, personaje, de Poe."
Él viene de paseo. Tú resuelves no ir al trabajo. Decidís tomar chocolate caliente en el bar de al lado. Está lloviendo. Las ruedas boca arriba. Se lava las manos llenas de grasa. Es un alma caritativa ayudándote con la cadena de la bicicleta. "Eres un desastre, con lo fácil que es ponerla y no sabes". Lo estás oyendo. Oyes a tu padre. Lejos, siempre ha estado lejos. 
¿De dónde has salido encima de esa bicicleta?
Te pregunta por tus botas negras, la cazadora de cuero, el aro de plata en la aleta izquierda de tu nariz. El agua ha llegado a tu camiseta. Contrasta con tu piel como de leche. Te está mirando. Lo sabes. El cuello, la boca, los pómulos. Las mangas de su jersey le quedan largas, en el sentido de la ternura. Tú le hablas de Bolaño y de Faulkner. Él escucha. Tú no dominas cómo arreglar la bicicleta. Él escribe en un cuaderno que saca de su mochila de cuero viejo. Le gusta dejarse ir. Contemplar y registrarlo en su libreta. Vive con poco. Los cielos, las palabras, los gestos de los que se empapa. Empieza una página tal que así: "Llovía. A la chica suave envuelta de negro se le había salido la cadena de la bicicleta. Hace días que en la esquina espero a que se cumpla. Se detenga. Me mire. Hoy ocurre."
Él sabe poner cadenas. Tú sabes leer. Hay hombres y mujeres. Coches y bicicletas.
El agua sale de tu camiseta. "Tu pelo al secarse es rojo". Os traga la ola.
No podréis huir el uno del otro. Vais a hacerlo. Porque él es un chico triste, como tú. Exactamente igual que tú.

domingo, 21 de octubre de 2012

Wild at Heart: The Story of Sailor and Lula (Corazón salvaje: La historia de Sailor y Lula)

Antes de nada, mientras ustedes están a tiempo, que no quiero yo que se me lleven las manos a la cabeza, con rezongas, indignados, les advierto que esta entrada es subidita de tono (la cita del texto que abre ya avisa, presume, hace sonar campanas), les digo, a los que recuerden el símbolo, que tiene dos rombos, a saltos sobre el pasado, en salones empapelados, noches de sábado, padres que dicen a la cama, olor a filetes empanados, en rayas grises y negras, con vaso de leche caliente.

"Me encanta cuando pones así los ojos, cariño. Se te ponen casi azules y dan vueltas como norias y empiezan a lanzar paracaídas pequeñitos y blancos.
Sailor y Lula acababan de hacer el amor en su habitación del Hotel Brasil, en la calle de los Franceses.
-Sailor, tú te das tanta cuenta de las cosas que me pasan, sabes. O sea, que estás atento. Y te juro que tienes la mejor polla del mundo. A veces es como si estuviera hablándome cuando estás dentro, sabes. Como si tuviera su propia voz. Me llegas muy dentro.
Lula encendió un cigarrillo, se levantó de la cama y se acercó a la ventana. Sacó la cabeza y estiró mucho el cuello, pero no llegaba a ver el río. Lula se sentó desnuda a un extremo de la mesa bajo la ventana abierta, mirando hacia fuera y fumando.
-¿Te gusta la vista? -preguntó Sailor.
-Estaba pensando que la gente debería follar más durante el día. Entonces no habría tantos problemas en el mundo.
-¿Qué clase de problemas?
-Bueno, no sé. Parece como si la gente le diera más importancia por la noche, sabes. Supongo que tienen todo tipo de ideas exóticas y les pasan cosas raras."

Barry Gifford, La historia de Sailor y Lula

El 18 de octubre me crucé calle abajo con uno de mis hombres. Llovía, los dos sin paraguas, como desde entonces, el pelo revuelto, los ojos sonrientes, el contacto indispensable. Podríamos habernos detenido a charlar sobre el tiempo, dos caras mojándose y el peso del pasado sobre los hombros, algo tan así y tan tópico:
-Cómo jarrea.
-Ya te digo.
-Ha llegado el otoño.
-Y de golpe.
Pero no. Siempre fuimos extravagantes y algo excéntricos, rebeldes, vale, y quizá por eso, el agua nos puso profundos y nos dio por el tema de la educación y con él lo que el sistema sembró en nosotros, el valor de ciertas clases magistrales, una formación sólida, las extra escolares como el teatro, la alfarería, el grupo de montaña, la revista; las sesiones de cine. Hoy ya un tiempo de unicornios y centauros. Supongo.
Nos conocimos en Secundaria. De hecho, la esquina en la que nos encontramos fue nuestra esquina durante largo tiempo, calle que unía el instituto con nuestras casas. Ese día yo la bajaba como profesora, pero cuando él, cuando nosotros, ambos descendíamos como alumnos, en escena de amor adolescente: él llevaba mis libros, mi estuche solar, mi mano izquierda; yo le hablaba a su boca. 
Regresábamos de los exámenes, los deberes para el día siguiente, el chascarrillo de sexta hora, la anécdota de aquel compañero o de aquella profesora, el libro que urgentemente teníamos que sacar esa tarde de la biblioteca pública y leer porque si no, ardería el mundo y nosotros con él. 
Éramos potros ateridos, en otro octubre, sin fecha de caducidad, ingenuos e inocentes como las primeras letras. Notábamos que crecíamos, él me enseñaba otro modo de leer mi cuerpo y a través del suyo, fui descubriendo ánimos, oscuridades, deudas, entusiasmos, el milagro de un otro delgado levantando hojas de mi carnalidad; él en mí y yo en él nos desparramamos, nos confundimos y aprendimos de la caducidad de las cosas; con la invocación de lo que fueron y ya no las clases, de la suerte de haber sido fruto de un sistema educativo excelente, de los derechos y obligaciones asumidos, entró, en murmullo, la disculpa del "nosotros".
-Sigues estando fantástica, "Bicho".
Casualidad o meigas, él vestía una chaqueta de piel de serpiente (ahora vive de la música y con su estética); yo me había rizado y teñido el pelo de rubio a lo Laura Dern:
-Y tú luciendo el símbolo de tu individualidad y tu fe en la libertad personal, "Sailor".

Fue una de nuestras películas. 
Para entender este diálogo tendrán que recurrir a Lynch, Wild at Heart, (Corazón salvaje) y eso es lo mejor de esta entrada, siempre que mi invitación a que revisiten el libro y la película que este engendró tenga éxito.
Este encuentro casual y la referencia evocada explican por qué al llegar a casa busqué en mi estantería G de Gifford. Este escritor nació en Chicago un 18 de octubre, el mismo día del encuentro con mi Sailor particular, y escribió una de las más bellas, discontinuas, genuinas y maestras, novelas del malgastado vocablo amor. Se titula La historia de Sailor y Lula
Hasta aquí se lo dejo claro: género novela, americana, cuyos protagonistas se llaman Sailor y Lula, relato de amor. 
Diálogos, frescura, color, humor, imagen en movimiento, aventura, contrastes, perturbación, ritmo, intimidad, fracturas, torbellino, cómic, música, coches, la vida (cuando en las largas carreteras, cuando en camas anchas), madres desquiciadas, atracos, gafas de sol, autoestopistas, béisbol, hostales sórdidos, puestas de sol, ráfagas de ingenio, el mundo de los sentidos, muerte, accidentes, toda una banda sonora y mucho, mucho, muchísimo sexo. 
La peripecia en diálogos, conducta que al narrador le otorga la cautela y que al lector le concede la máxima proximidad al personaje. De fondo, la radio, con la intimidad de dos que se hacen uno, tan sinceros que parecen niños pequeños encerrados en cuerpos en llamas.
El fuego como origen y fin inquieta a lo largo de la novela. 
No se interrogan, se desean. Y todo va a rebufo de la entrega que la química ha obrado entre ellos.
¿Qué tiene que ver la adicción al valium con unas excelentes nalgas? Que así empieza el primer capítulo de cuarenta y siete que pueden ser leídos de forma independiente, relatos cortos, comprimidos, surrealistas, repletos de astucia, malentendidos, confidencias, preñados de personajes insólitos que nos demuestran que al hombre lo que más le aterra es el otro hombre. 
La riqueza de lo absurdo. 
Escalones de un torreón que deriva en la fatalidad, porque ella, aquí les desgracio el final que, como seguro ya sospechan, es el de los grandes amores y el de las tragedias, lo deja irse.
Sailor, su "cariño", no pensaba más de lo necesario; a Lula, "almendrita", le gustaba que él le hablara bonito, que la escuchara de verdad, que su piel fuera suave y así ella poder deslizar los dedos "como un esquiador bajando por una nieve perfectamente blanca". Él cargaba la víbora del destino sobre su pecho, "No sé, almendrita, a lo mejor nosotros tenemos suerte", sin embargo, ella vio en Sailor "un hombre para irse al infierno" y lo siguió.
Cielos de "color ciruela", los textos, al igual que los cigarrillos, se tejen pacientes, pues no precisan ni cerrarse ni ser llevados hasta el final, esparcidos con destellos, acertijos y aforismos. Una y otra vez los seres que desfilan ante sus ojos, los sueños que incorporan lo fantástico en un texto de aparente corte realista, entra el mundo en la novela, esa noticia que escuchan, dan lugar a la cháchara, gritos de animales nocturnos, dos seres uniéndose, un futuro de carretera que no puede ser.
Como a todo héroe trágico el escritor entrega a sus personajes principales el recurso narrativo de la anagnórisis elemento que les y nos permiten descubrir el origen, pasado y razón de ser de Sailor y Lula, exhibiendo la originalidad o solidez o autenticidad de esa pareja de pájaros de ojos claros y sensibilidad extrema. 
"A muchos hombres les falta algo" que Lula sí ha encontrado en Sailor, ("Me fío de ti, Sailor. Como nunca me he fiado de nadie."), la lealtad, la seguridad, la comprensión; la tierra donde enraizar: "Como cuando estás hablando con uno y llega la parte en que vas a decir lo que verdaderamente quieres decir y entonces la dices y le miras y el tío ni siquiera se ha enterado. No es que sea nada complicado ni nada, sólo que no quiere escuchar de verdad".
Otro recurso narrativo que va concretando los primeros brochazos de esta particular aventura vital, de esta tragedia de andamiaje clásico (héroe, ascenso, destino, descenso, catarsis), son los remates de los personajes en sus continuas analépsis: Sailor y su madre, Sailor y sus pasos infantiles, Sailor en la completitud; Lula y su tío incestuoso, Lula y sus amigas, Lula y sus padres. La acción in media res se rellena, vigoriza, adelantando el desenlace. 
Los marcos espaciales configuran otro de los puntales de calidad de la obra de Gifford. El lenguaje grave, suelto, rápido. Lírico en imágenes. Doliente en lo que nos toca: estamos hechos de ese mismo material, híbrido de aciertos y mezquindades.
Marietta, la madre de Lula, y Farragut, el aspirante a escritor que se imaginaba leopardo o pantera para mirar desde abajo las piernas a las mujeres, son dos secundarios de lujo. ¿Hay algo en esta novela que no nos pueda satisfacer desmereciendo este calificativo? 
No. Nada. Desde luego. La entrada es mía y el entusiasmo también.
Parece ser que Sidney Lumet llevó al límite a Brando en Piel de serpiente confiando en que el monólogo acerca de los tipos de personas que ruedan por el mundo catapultaría a Marlon, en su carisma, su fuerza, su animalidad, a la cima del catastro de los dioses del séptimo arte.
Así fue. 
En esa escena, Brando divide a los seres en tres clases, la que compra, la que vende y los desplazados, una clase de pájaros sin patas, menudos y de color azul pálido, ligeros igual que plumas, de alas grandes a través de las que ven y determinados a estar continuamente en vuelo. Los halcones no los cazan porque no pueden verlos, porque estas aves vuelan cerca del sol. Suspendidos por las alas duermen en el aire, se abandonan permitiendo que el viento los lleve. Solamente se posan una vez, cuando mueren.
Lula y Sailor pertenecen a este último grupo, eran pájaros, volando alto, cerca del sol. 
"Te ha ido muy bien sin mí, almendrita. No hay que hacer que la vida resulte más dura de lo que ya es. Recogió la maleta, besó suavemente a Lula en la boca y se fue."
Lynch tuvo la gracia de multiplicar su historia en un relato fílmico magnífico, Palma de Oro en Cannes donde la mitad de la crítica aplaudió enfervorizada y la otra mitad pidió para Lynch  la muerte ante los leones, rodado sin duda en estado de gracia; dejó hablar y escribir a sus protagonistas, Laura Dern, esbelta, culona y destetada y Nicolas Cage, tórrido y sexuado, solo fueron actores con él; añadió el sustrato, como eco, de El mago de Oz, y el mundo oscuro de los sueños, el mundo cavernoso de los más escondidos deseos; nos permitió ver a Sailor cantando a Presley, a Laura en Lula moviéndose como solo las rubias, "víctimas perfectas", Hitchcock dixit, saben hacerlo, y a Willem Dafoe, magnético en su increíble papel de malvado, Bobby Peru, ("Di fóllame, di fóllame y me marcharé; susúrralo, dilo, dilo, dilo..."), violentar, arrebatar, transgredir; y, sobre todo, la ficción, mentirnos, hacernos creer que el amor de ese par de desplazados, sobre la carretera y el viaje, entre la violencia, el fuego, la sexualidad feroz, entre los extremos de la ingenuidad y la maldad, no se posara y que Lula y Sailor se rebelaran, antojándose antihéroes. 

Que ellos, en su Itaca, pudieran haber olido los limoneros, pudieran haberse dicho "sí".


martes, 16 de octubre de 2012

Xandru Fernández, El príncipe derviche


"Un mundu ensin dolor. ¿Pué usté imaxinalo? Yo sí. Conviví munchos años con esi mundu, que yera´l mundu de los nenos, y sé que un mundu terrible, infinitamente más terrible que cualquier guerra y cualquier enfermedá. Porque nel fondu ye´l dolor lo que permite q´heba paz ente una guerra y la siguiente, y ye´l dolor lo que fai qu´ustedes los médicos s´afanen por descubrir qué ye lo que causa una enfermedá y cómo combatila. Ensin dolor nun hai mieu, y tampoco hai esperanza."

Xandru Fernández, El príncipe derviche

Lo miro. Apenas nos conocemos. 

Café cortado. Gestos pausados que se inclinan con el peso de una mirada curiosa, profunda, escéptica. La lentitud, cerradas las manos, yemas de fumador, denunciando que prefiere observar. Acaso los tiempos de acción alcanzaron el alto de la curva, quizá ahora los sucesos los digiere a través de la palabra. Los digiere o los denuncia en acto de habla. 
Al menos, nos queda la palabra. 
Recoge sus triunfos, encoge el golpe y lo registra: habla poco, escribe lo necesario, la misma historia en distintos fotogramas, se zambulle en recuerdos, "memoria, en la invocación y en la nada", una nostalgia difusa, como de serie B de los cincuenta, la ternura de una libreta entre sus libros, de hojas apretadas en los bolsos de sus chaquetas, de papeles con anécdotas recicladas.

"Hace muchos años, en la Grecia antigua, hubo un hombre llamado Tucídides, ¿relato o historia?, que cronificó la guerra del Peloponeso... ", así podría empezar una de sus clases, el hilo del que estirar una peripecia, unos personajes, un tiempo, un espacio; y una reflexión. Cuenta que se cuenta en El cuarteto de Alejandría que son tres cosas las que se pueden hacer con una mujer por la que uno está arrebatado, amarla, sufrir o hacer literatura. Permítaseme sustituir mujer por idea y que esa idea, concepto, abstracción, se encierre en el símbolo "esperanza", en el extremo "miedo". 

Los pasos me acercan hasta su última novela. 

Otra pista. Lo que el protagonista, Mauro (o el narrador o el otro a quien el que toma café delante de mí le ha cedido la palabra), quisiera sería bailar con el príncipe derviche. Danzar y desaparecer. 

La clave, como el último cuento antes de dormir que brindamos a los niños, se halla probablemente en negar al necio; la verdad o la sabiduría se encuentran en aceptar el destino. Al fin y al cabo, con esta asunción se lograría la ansiada imperturbabilidad.

En una factura tanto clásica cuanto impecable, a través de la seducción del que domina el arte de fabular, desde una galería de personajes, completos, cansados, sin aliento, también desde el fracaso (contra la oscuridad retenemos el consuelo de narrar), fluye El príncipe derviche.

"Cuando ún ama tanto les histories como Mauro les amaba, nun pue pasar munchu tiempu ensin compartiles con dalguién, aunque seya a la fuerza. Ún escueye un oyente, decántase por esti o pol otru según ciertes veriables difíciles de precisar, de siguío se plantega seducilu, enganchalu a esa historia que quier surdir y desenrrollase y aportar a un final [...]"

Habilidad y tesón bien dispuestos, el unicornio y la tradición oral, tras la primera persona paciente de un foco narrativo participante como personaje dialógico, esbozo aparentemente aséptico que registra los últimos días de un hombre empequeñecido, con el sonrojo del testigo, desfilan separaciones y reencuentros, homenajes al mundo rural, la intimidad de la familia, la orfandad, sobre la desesperación, de la madre sin hijo, la sospecha de lo político "que nun hai nada que saber", el estigma de la lengua, el mantra "Nec spe nec metu", la sombra o la ensoñación o la oscuridad (cómo no pensar en la caverna platónica, en el doloroso monólogo de Segismundo, en la ficción a la que nos destina la construcción histórica del discurso), lo fortuito en el peor de los mundos posibles. 
Algo me llevó a la cinta Vivir de Kurosawa, de lo particular a lo general, se me figura que fue el relato que otros atesoran a partir de nuestros fragmentos vitales, vidas aparentemente transparentes, como ocurre aquí, como ocurre en el tramo final de la película sobre el gris funcionario tocado de muerte.
La construcción de nuestra destrucción.
Pues es la escucha científica del "doctor", ventrílocuo ante el asombro que debido a la seducción de la fábula cae en el insomnio, la que nos hace saber de un hombre sin nombre y  quien nos lo arroja a la Historia, función mimética, el telón de fondo es la segunda mitad del siglo XIX, con la excusa de unos espacios acotados, como constreñidos lo están, cada uno a su modo, los personajes: la Casa Grande, la isla adriática, calles estrechas, urbanas, extrañas, patios interiores, habitaciones e iglesias sin luz; personajes ceñidos que entran, hablan, discurren, salen: los nenos, Diana, el capitán, Cosini, Ania, Serdar, Burbur...; rotondas donde giran el espionaje, la mezquindad, la conspiración; el poder en su antropofagia. 
En quién se mira, a quién escucha, lo que es contado, por qué se cuenta, gira, baila, rueda, en torno a Mauro. Otro constructo. Imagen especular, enzima o precipitado. Mauro o el relato de Mauro o la purificación de Mauro a través de la palabra. La vida ajena reorganizada en varias voces, la realidad poliédrica, continuo devenir, algunas notas, más intrigas que certezas, y su conversión discursiva para explicar una larga elipsis. El tiempo de la historia son los últimos días de un moribundo que confiesa.

Las postrimerías de Diana. El cuerno metalizado de un unicornio. El material sonoro de Burbur y el viaje de una bomba.

La sombra de un príncipe que gira, ¿sombra o leyenda?, el amor por la narración, una crónica negra, un tendal de engaños, una venganza, una pregunta que se responde en el desenlace que se acelera. Solo corre el tempo en el baile, la bomba, el final. En la mayor parte de la novela la relación entre el tiempo de la historia y el de la narración es sosegada, de detalle, especiada, persiguiendo la intensidad.

Cómo se cuenta: con vocación de enriquecer, consolidar, cimentar; eligiendo las palabras, aromatizando imágenes, mostrando el talento por la construcción y la sintaxis. No podemos desdeñar que quien escribe maneja una lengua minoritaria, ansía pulirla, defiende el reino donde todos puedan expresarse "en lo suyo"; en definitiva, se esfuerza en la inspiración como si se propusiera una ciudad bien gobernada.

"En qué llingua falaben? ¿Cómo se comunicaben, Mauro y les muyeres? De xuru qu´en tolos idiomes y a la vez en nengún, nesa mezclienda de llingües estremaes que pudo ser, nel principiu de los tiempos, l´idioma plural del paraísu [...] el que yera imbécil, dicía, yera imbécil nuna llingua o en varies [...]"

En la pérdida y el fracaso se desplazan los elementos, como funambulistas sobre un cable, bajo la batuta de un narrador que va cosechando el material anecdótico con la complicidad de un lector (narratario) frente al que se disculpa, con el que dialoga, ante el que se justifica.

El tiempo de los mitos, el tiempo del agua, el tiempo de la piedra. 

El espacio decadente de una Europa en dilema: la violencia siempre acosa al hombre corriente, "colos güeyos húmedos y la voz frayada".

-¿No me vas a preguntar si me gustó la novela? 

No. No lo hizo. Solo sonrió y yo asentí.

domingo, 7 de octubre de 2012

El arte de fabular: recortes de octubre



[...] Y luego, sosegada, le contaré, para dormirla,
aventuras de olas, de galeones, de arcabuces, de rumbos marinos,
de lugares vividos y soñados: de lo que fue
y que no fue y que pudo ser mi vida.

Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar.

José Hierro, Agenda

Un mandarín estaba enamorado de una cortesana. "Seré tuya, dijo ella, cuando hayas pasado cien noches esperándome sobre un banco, en mi jardín, bajo mi ventana". Pero, en la nonagesimonovena noche, el mandarín se levanta, toma su banco bajo el brazo y se va.

Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso

Un mentiroso, por lo general, se esfuerza en ser verosímil: como lo que contaba no lo era, debía de ser cierto.

Emmanuel Carrère, El adversario

Sin embargo se ha comportado como si nuestro afecto, el mío, el suyo, incluso el de su padre, no fuera suficiente; no le valiese.

Antonioni, La aventura

Verás, antes la gente nacía como quería. Con un pie atrás como yo, con tres brazos como tú. Cada uno según su capricho. Luego la gente se fue olvidando y empezaron a nacer todos iguales. Seguro que tú tenías buen motivo para nacer con tres brazos. Solo que no recuerdas cuál; nadie se acuerda de lo que razonaba cuando nació. Nosotros somos como un barco que recoge a la gente que nace como quiere para enseñarle a todo el mundo que puede ser como más desee.

Héctor Gómez Navarro, Historia de Todos

-Tuvieron un fíu. Perdiéronlu. Non, nun ye que morriera: simplemente, perdiéronlu. Y con él perdieron tamién el paraísu.
Perdón pola digresión, pero he dicir que siempre m´apolmonó un poco esa tendencia, tan común entre los nuesos escritores, pero tamién ente políticos y llibretistes d´ópera, a chiscar tolo que dicen con imáxenes mítiques: ánxelos, unicornios, centauros, paraísos. ¿Nun basta con dicir qu´un home y una muyer, en determinaes circunstancies, tuvieron un fíu y depués lu perdieron? ¿Hai qu´añedir lo del paraísu? ¿Por qué? Cualquiera ye capaz de comprender el dolor y la desesperación d´un pá y una ma al perder a un fíu, nun ye necesario convertilos a ellos dos n´Adán y Eva y, al fíu, nuna pomarada.

Xandru Fernández, El príncipe derviche

[...] Come
for the grief pennies
I hold out to you.

[...] Ven
a por la calderilla de tristeza
que tengo para ti.

Paul Auster, ( "Description of october"/ "Descripción de octubre") Poesía completa (Traducción de Jordi Doce)

martes, 2 de octubre de 2012

También. Tampoco (sobre un verso de Olvido García Valdés)


Ella tiene los pies como Marilyn Monroe
y una tierna
indefensión en los hombros.

Están en una sala y la ventana

descorre sus cortinas a un atardecer

boscoso,

pero es como si fuera
una esfera
de cristal. No se miran.
Él la mira a ella. Ella a lo lejos.
Hace ya mucho tiempo que él la había soñado
como un aire
de cigüeñas, una luz,
y ahora estaba allí.
Tantas vidas que no parecen ciertas
en una sola vida.
Campanillas azules en la mano.
Él sabe que se irá. No hablan
y el momento está lleno de voz,
voz acunada, lejana.
El amor es una enfermedad,
campanillas azules. Siempre en ti,
como en el sueño, volviendo
siempre en ti. Tan incierta
la luz. Como en el sueño.

Olvido García ValdésExposición


Era aire de cigüeñas. Tenía los pies como de Marilyn y un gesto de tierna indefensión se me había, también, posado en los hombros
Septiembre se iba, regresaba al agua de aceite, a donde el sol se dejaba caer, sol sin sol, a los tostados ferozmente amarillos, a un furor que se desmiente. El arenal lo respiraban las gaviotas. Se levantaban quebrando el aire a alazos. Ella y yo arrastrábamos, cada una en su tamaño, casi un poco, apenas la edad, los pies sobre el empedrado. Las risas, como la respiración que es lumbre, y flota, volviéndose vapor, y tacto, y sangre, y hambre, en la nuca del amado, a veces tropiezan. (Aquel día ocurrió.)
También dice el poema que el amor es una enfermedad.
También.
Que el amor es incierto.

Tantas vidas que no parecen ciertas
en una sola vida.


No dice, sin embargo, que los grandes acontecimientos del camino nos son comunes a todos. Atravesamos aquel canal de parto. Nacemos, sabemos de la danza de la carne, del dolor y la pena, de la finitud; del pudor, el mal y la vergüenza; del engaño; de ese calambre que llaman síntoma y diagnóstico. 

Lastima. Que enferma el amor (que enferma) pronto certeza.

El cuaderno se cubrió de una única palabra, ni fechas, ni anhelos, ni confesiones: nada.

-Te voy a contar un secreto. No quiero ir al colegio. Ya no me gusta.

-Te voy a revelar un secreto. No quiero ir al colegio. Ahora no me gusta.

Mi hermana pequeña puso ojos de mero, en la playa, con el mar recortándola, un icono entre estrellas, y erizos, y conchas, y algún delfín que cuentan, que dicen que dicen, que se dejó mirar. El viento sopló verde. Sonaban caducos perfumes: fenicios, celtas, helenos. Éramos dos niñas.

-Él tampoco te ama.

-Tampoco.

Entonces, crecimos.