viernes, 4 de febrero de 2011

Adondequiera remedos



Antonio López, Almendros

A muchos les hubiera alegrado su muerte. No por cuestiones estrictamente políticas […] sino por razones de índole estética, por el placer de ver muerto a quien es más inteligente que tú y más culto que tú y carece de la astucia social de ocultarlo. Escribirlo ahora parece mentira.”

Roberto Bolaño, Estrella distante

Las ranas caen del cielo, el sino tiene sus propias reglas. Las casualidades existen. Las copias también. Y sí, de fondo, Magnolia.

Bípeda, esbelta, nervuda, de ojos rasgados y labios anchos como la esperanza. Me llamaron Jaly porque mi padre cambió el sueño de una Harley por una niña pequeña. Soy hija de una imagen metalizada, unos cielos abiertos de tiza, unas carreteras sinuosas, aromas dulzones e ingeniería americana. Zum, zum. Volcó en mi nombre todas aquellas cosas.

Un golpe de azar, un aleteo de mariposa aquí, una noche con ojos oscuros, el calor, su carnosidad. De aquella zozobra esta hija.

Él dijo Harley con acento de allá, Colombia, el otro registró en el documento oficial con pulso de funcionario Jaly. Me llamo Jaly y me gusta mi nombre. Soy el eco de un deseo.

Se disparan las matrículas en las academias de alemán desde que reina Ángela, hija de protestante con mimbres RDA, ofreció las migajas de un sistema que cumplió con el apretón del cinturón que la macroeconomía exige a Europa: si quieren trabajar, nosotros hemos hecho los deberes así que vénganse. Y hala, ustedes sigan de este modo, cargándose lo público con competitividad y pasos firmes a pesar de la impopularidad. Es lo que toca: Don Capitalismo no espera.

¿Qué haces? Estudio "germano". Quiero ser del equipo vencedor.

Un replicante alemán. Cuatro años, eso es lo que dicen que duran.

Cada vez que voy al gimnasio con Amanda, mi amiga aristócrata, ella me dice que soy una sortuda porque corta de grasa y larga de genética mis mamas permanecen en su sitio, no me molestan cuando corro sobre la cinta, ni en las planchas, ni en los agites de la bicicleta.

Si hasta te imagino moviéndote con esa contradanza tuya por oscuras calles estrechas y en un quipao de rabiosa seda magenta a lo Maggie Cheung, churri. ¿Te imaginas a mí con eso? Necesitaría el vestido entero para cubrirme la pechera. Ni las Chaneles, ni las Diores, ni las Carolinas Herreras tejen para nosotras; la elegancia se sirve en pecho pequeño.

Y yo le digo que eso solo lo sostenemos las mujeres y mi costilla (él porque es muy extravagante en gustos, vaya por delante). Piensa, le espeto, tratando de inocularle un chutazo de confianza en sí misma, que desde que Cristina Hendricks luce sus curvas praxitelianas por las oficinas publicitarias de Mad men en el Reino Unido se han incrementado en un diez por ciento las operaciones estéticas de domingas.

Pero son falsas, churri. Efigies plastificadas; un día le cambian la hembra por una de plástico y el machito ni se entera. Hemos perdido los sentidos, ves un cuadro de Antonio López y te gusta más la lámina que lo reproduce. Como la fotografía de Newman que mi abuela guardaba bajo la almohada para las noches en que mi abuelo quería subir al puerto y no le quedaba más remedio que esnifar a Paul y cerrar los ojos imaginando que aquello que ardía no era un plagio. Mi abuelo se fue a la tumba confiado en que en su cama ella fue potranca tibia.

¿Y no se trata de eso? ¿No estamos en la posmodernidad…?

Tú sí que elevas mi autoestima. Eres camarada a carta cabal, no como otros. Ale hop.

Amanda ha roto con su amor, de ahí que se haya pasado al deporte duro y en vena: un cambio de hábitos, churri. Te pido que me ayudes en la metamorfosis.

Y me contó que nada más soltarse de su novio americano de toda la vida se fue a tomar un Château Lynch-Bages Imperial cosecha 2007 de consuelo, lágrima y comunión con su amigo del alma. Ese con quien iba al cine, se cruzaban discos, se enviaban enlaces de viajes, quedaban para comer un jueves de cada cinco, se armonizaban con reiki y el pacto vegano; todo eso y más, como por ejemplo haberse prometido amistad para todos sus días. Entonces él le pidió sus noches.

Ella dijo no, que somos amigos. Era una versión de la amistad; farsa y pantomima. Los sueños adulterados, la economía adulterada, la especie adulterada.

Adiós bálsamo, apoyo, cariño, tu casa es la mía, tus letras van en el maletero. Ultimatum que te crió: o cama o nada.

Magnolia: Tom Cruise gritando por aquella boca que si creéis que después de todo serán vuestras amigas. Cuando digáis no, será nunca.

Fue casualidad, azar, ella pasó entre los dos y no se entendieron; es el fraude, es lo que ocurre.

La Ley Sinde está en ello. En proteger la propiedad intelectual cerrando páginas web para evitar descargas masivas. Que caigan copias del ciberespacio, entendámonos: solo originales.

¿Y qué hacemos con lo humano, pongamos por caso?

Bah, protejan el cristal con las contraventanas, quizá esta noche diluvien batracios. Nunca se sabe, nunca se sabe. Croa, croa, croa…