martes, 6 de diciembre de 2011

Lucia di Lammermoor (II)



Barceló, Despotirons

Mi tentación hermosa,

cada noche te busco, cada noche.

Ana Rossetti

Solo espero que nunca la tristeza

te trate como a mí.

Jon Juaristi

Lou, cómo no amarte.

Me gusta recordarte así, tirada sobre la cama en el nido que nuestros cuerpos habían dejado sobre el somier, (caliente, semilla o vida) ese que dibuja huellas -un calvario de arrugas en las sábanas, un charco de agua, unas postillas de carmín rouge- y está ocupado a medias.

Estos ojos míos te llevan dentro.

Te observo apoyando la espalda en el alféizar de la ventana, mi mano izquierda, fuera, sostiene el cigarro que no quieres compartir. Me balanceo sobre la cadera, si tú estuvieras de este lado cruzarías las piernas sobre el ángulo derecho como las mujeres parisinas de los afiches de los años treinta.

Déjame imaginarte, te levantas, me quitas el cigarro, me metes la lengua, me muerdes, succionas y un hilo de baba rueda, tuyo, mío, se derrumba y corre desde las comisuras de nuestros labios por tu cuello, coges mi índice, lo llevas ahí, me empapas.

Qué hermosa eres, Pipi, solo cubierta con medias amarillas ("No, mi amor", responderías insolente, "medias color azafrán"). Te pintaré en el vientre calabazas.

Echada, como única prenda te cubres con esas bragas de color verde manzana espolvoreadas de puntos, topitos desdibujados, sin perfiles, que parecen negar la oscuridad que te habita, la madurez de la carne ya hecha, atravesada de miradas, dolencias, otredades. Tirada, yo distante, a través de ti pasa la luz astillada de agosto, tozuda pese a las persianas bajadas, perfilando tus sombras. Comisqueas con la derecha –pan, pistachos, cereza pequeña-, con la izquierda garabateas densos rojos sobre tu cuaderno de pintura. La cama se sigue tiñendo en virutas descamadas. Es admirable ese frenesí, tus dedos apretados contra las ceras, como si todos los pasteles parieran rabia. A pesar de secarte con los ojos, parece que estás de vuelta, como cuando paseas bajo la lluvia sin paraguas, húmeda y con sed. Esa sed de Lou. O su nadar contra la corriente.

-¿Qué miras, mi sol?

Ni siquieras levantas los ojos, me regala deseo esa caída de pestañas ajena a mí, displicente, indolente al yo amante que te contempla. La ofrenda esquiva de un cuerpo lanzado a despistarme, a deshacer los puentes levadizos, a ofrecerse sin condiciones. La falsa independencia de tu forma de moverte, la exención de cordura, “Yo te entrego abismo”, puertas que se abren, calendarios sin rotular.

-La vida “lo abismal, el amor, el espanto”. El modo en que mueves el blanco de tus muslos “con todo lo que hiere y duele y nos enferma”.

-¿Gimferrer?

-No, “mi tentación hermosa”; Antonio Colinas.

Cómo no amarte, Lou.

Cómo

No

Amarte.

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