lunes, 6 de febrero de 2012

El canto, la mirada, la imposibilidad de Orfeo




Para Rafa "La Buena Letra"

Lo que viene a continuación es un fragmento de la presentación del libro de Vicente Duque Enigma y simulacros (...) -lo siento amigo, es mi blog y escojo el quicio de piel del título que me enamora a mí-, que tuvo lugar en un crepuscular tres de febrero siberiano, entre amigos y esa suerte de calidez que dan los afectos. De no ocurrir en una noche fría, bien saben ustedes que el alias del húngaro aristócrata Almásy hubiera vestido salacot y galones blancos y yo, vaporosa seda, azul índigo o gélido roto, bajo sombrero que cubriera mi palidez. Bien sûr.
A todos los que escucharon mi larga intervención y la maravillosa oratoria del visionario renacentista que firma el libro, a los que se salvaron de la perorata pero que estuvieron con nosotros en espíritu, muchos sms y muchos correos dan fe, y, en especial, al librero que un día logró realizar su sueño y que desde entonces nos acoge, dulce anfitrión, como en el salón de su casa, a todos aquellos heridos de literatura, como él, al calor del papel, el entusiasmo y la letra, gracias, (fuisteis) y sois un encanto.

[Glosa parcial a Vicente Duque, Enigma y simulacros. Sobre el devenir trágico de la escritura literaria, Vaso Roto Ediciones]

[...] Hay en el exegeta un deseo formal profundo, plural, antídoto, sin embargo, contra la afectación; es llama encendida sobre el objeto de estudio, es obsesión en la palabra exacta, es magnetismo en la prosa delicadamente entretejida, toda vez que aguda, estricta, intensa; es tea que invita a perseverar como los antiguos guerreros hostigaban los poderes ocultos. Nos estimula y lo seguimos por su paisaje literario, cada vez más oscuro, igual que espada griega tras la estela de Aquiles a sabiendas de que nos espera, destino inevitable, la muerte.
Carnero escribió los versos siguientes:

…qué peor enemigo que este arte
de conservar la vida? El brillo de los mármoles labrados
no ocultará tu muerte. No seremos
dentro de poco ya, ni estos dorados
cortinajes, las vívidas hogueras,
el carmesí arrugado tras la danza
ni el líquido destello de las gemas
en los rubios cabellos, tras el baño.

Es ese “no seremos/dentro de poco ya” lo que subyace, adagio creciente, a Enigma y simulacros. Sobre el devenir trágico de la escritura literaria.
Ante la organización se nos desvela cierta intención del autor, forma acompaña a contenido, se corresponden. Somos conocedores de que el libro es el sedimento de una serie de artículos publicados todos ellos en la revista Clarín. Sin embargo, el trazo contrario a la segmentación, crecido y amplificado precisamente por el contagio de los unos en contacto con los otros en un volumen único, no se atiene al cronos ni a la auctoritas. Se me antoja otro cautivo más del enigma. Otra herramienta nacida para el hechizo. Al término, palpitantes y arrebatados por pulsiones contradictorias en torno a la angustia y la muerte, tras asumir la tragedia de que la palabra se abre y se pierde en un múltiple juego de infinitos y de que la literatura no puede albergar lo inefable, lo inasible, lo evanescente, sino más bien ser registro de esa imposibilidad, del vacío, brecha, por tanto, que la conduce al silencio único testigo de lo indescifrable, habremos dibujado una curvatura en descenso.
Literatura. Finitud. Muerte.
La lectura nos ha hecho resbalar hacia las brumas, la noche, la oscuridad. Diez autores, nutricios e impermeables, que se beben y se compadecen de esas prosecuciones transparentes que recorren todo el libro: un largo penacho de hilos retorcidos, como la corona de un turco tarbush. Abre Orestes y la locura y el delirio; Flaubert en el centro del escenario asumiendo que la literatura es una confesión del fracaso; y con Améry desciende el telón para gritar con ese mismo lenguaje del que nació el verso, la filosofía, la gran novela, el dolor de la atrocidad en mente y cuerpos. Solo nos queda el silencio, pues ni la literatura ni la palabra pueden dar cuenta de la crueldad, la vesania, la desolación. Cito: “La palabra, como la sangre, como la carne abierta sobre la que se escribe, se abate en el dolor.” (p.156).

Una bóveda que nace en la lucidez de la locura, Orestes; atraviesa los nervios del lenguaje, en el vacío, la fuga, el engaño, el eterno retorno, Nietzsche; avanza por la espera, el espíritu de la Historia, la decadencia insidiosa en Gracq; va hacia la línea de empuje del engaño, la fugacidad, el presagio, el sueño con sus especies y las visiones fantasmagóricas, Jünger; refiere el asedio y los ocasos, Runciman; el delirio y la fragilidad, lo evanescente de lo que denominamos realidad en el San Antonio de Flaubert; el envilecimiento y la asunción del mal, la potencia de la crueldad, el hastío en la incapacidad de gestionar el exceso, en Sade; la conciencia del ser mortal, la eficacia fatal de las orillas de la vida, Danilo K.; la mirada imposible, la angustia, la literatura como imagen o runa de la inexistencia, que como la Eurídice de Orfeo “se retrae, huye, ante cualquier intento de aproximación”; contiene la imposibilidad del decir, el vacío del silencio, el descreimiento en cualquier signo, Blanchot. Alejada la palabra, instalada la emoción sobre el lenguaje, somos solo cuerpo humillado por la tortura y el mal, pues, ante el horror, la literatura enmudece: Sebald, Kafka y Améry.
Filigrana de lecturas que lo edifican y lo comprometen con las circunstancias que le han tocado vivir. No es casualidad que sean estos los autores, estas las lecturas y esta la mirada. ¿Es Vicente Duque quien se apropia de ellas o son ellas las que se apropian de él?
Proyecta, el teórico literario, en el devenir trágico, un arco generatriz que se va ensombreciendo desde los primeros artículos hasta las páginas finales, somos carne perecedera, en la ficción de la palabra, sobre el simulacro de la literatura, en el enigma de la imagen que el espejo nos devuelve, ese lado opaco que solo nos será desvelado en la hora quieta. Hemos nacido, ecos quevedianos, para la muerte, destino compartido y final donde acaso conozcamos la felicidad que solo nos habitó siendo fetos. Cito : “¿No es preferible, en suma, ante la abulia y la indolencia, que todo, aun el propio deseo, aun el ansia de conocer […] sea consumido, como la escarcha nocturna o el imperceptible rodar de las estrellas, en las luces del último gran día?” (p.61).
La fugacidad se cierra en la finitud que ancla todo intento, de ahí que Vicente Duque admire en Jünger su entrega a la recreación del ars moriendi de todo aquello que lo rodea, como una suerte de aprendizaje, como un fin que nos obliga a exprimir, a instruirnos en cada instante como precipitado de vida, como expresión de la única libertad que se nos concede al humano. En mí, sobre esa voz suya, resuenan las palabras del viejo samurái en la pasmosa y plástica cinta de Kurosawa, Ran:

He tenido un sueño. Soñé con un campo salvaje. (...) Por lejos que fuera no encontraba a nadie.


Cito: “Porque sin la menor duda, ese presagio de la finitud presentida es uno de los motivos que provoca la fascinación: cada una de nuestras vidas es un constante obstinarse en la propia perserveración, a la imagen de esa constancia vegetal al colonizar y habitar incluso los espacios más hostiles.” (p.65); “Todos los pasos, en efecto conducen a la misma meta.” (p.67).
Entonces, la libertad conferida no es más que el aprendizaje en la conquista de uno mismo, la interiorización, el ensimismamiento, cierta dignidad en la asunción de la muerte y cómo no la nostalgia de lo ya no sido, de lo que no seremos, de lo que un día, entre líquido amniótico equiparó felicidad y vida. De fondo sigue sonando toda la estela platónica de las almas encerradas en los cuerpos mortales.
Todo tiene fin: el sujeto individual y el sujeto plural de la tragedia, tanto el conductor en la carretera de Sintra, la identidad, forma y sustancia, que fluye y creemos ser, vaguedad e ilusión del pensamiento; como la Roma de Oriente en el ocaso bizantino.
Cito: “para San Antonio ese libro que lee es El Libro, a partir del hecho de que también para nosotros, lectores, cualquier libro es todos los libros y que -como quiso Mallarmé- el mundo mismo es un libro, o mejor, una suma de libros en la que todos los testimonios, sueños y pensamientos de la humanidad están acumulados y reunidos bajo las nuevas signaturas alfabéticas que rehúyen la determinación de un sentido o una verdad originaria […] la literatura simulacro de otros simulacros anteriores, de nuevo “lenguaje al infinito.” (p.105).
Cada cual, lector internándose en lo oscuro, que trace su propia derrota a través del territorio que nos ofrecen la reflexión viva, la enigmática realidad, el interrogante sobre las bases del yo-sujeto y la tentación lírica de Vicente Duque. Él expresa el pensamiento bajo formas poéticas: no puede negar, por entre la seriedad, la armonía y el compromiso investigador, el impulso poético, su lirismo contenido y el bello andamiaje literario de su prosa.
Cito: “Muro de silencio, pues en torno al homicida; muro de silencio alrededor de la ciudad y el mundo de los vivos para alejar a las deidades de la sangre, ante las que el expulsado, el que no es nadie en razón de su crimen, va a encontrarse inerme, desahuciado.”(p. 20).
[...]
Hasta aquí  parte de mi interpretación o lectura. El protagonista es este libro vivo que descuella en el panorama ensayístico español, que invita a pensar y a escribir. Vayan a la librería, no sean hostiles al hechizo, acepten el amor fatal. Paguen el libro y lean. Es difícil, por eso saldrán de él quizá algo más tristes, más mortales; sin duda, más sabios. Con la que está cayendo ahí fuera vamos a necesitar todas las herramientas para replegarnos y sobrevivir. Bendita literatura. Amén.