jueves, 21 de febrero de 2013

Barraca de tiro


La muerte, contestó severísimo el poeta, me busca y se divierte mordiendo pedazos antes de devorarme por entero.

Pablo Gutiérrez, Ensimismada correspondencia

Tiene el pelo tosco, recorte oscuro en marco para una piel amarillenta. Fuga del puente que va desde su madre hacia su hija. No nacida. Aún no. Jamás, quién sabe. Cuando te mira lo hace desde un lugar oscuro, flotante entre su biología de muchacho y su mirada de hombre. Allá donde sus pensamientos fluyen nunca existe la sustancia de ciertas palabras. Paz, por ejemplo. Resbala. Zozobra. En sus ojos no se ve fondo. Reflejan. No cuentan. Se desteta en ellos lo que haces, lo que dices, lo que eres. Al darte la vuelta, las líneas en cuña de tu cuerpo bajo la falda se entrelazan en lo turbio para contemplarte. Él sabe que tú sabes. E imagina líquenes en llanos limosos, flemas pálidas resbalando, desde su mente por entre tu cuerpo, manos toscas lentamente, no siempre, ordeñando, estrujando, abriendo carne, igual que bocas de peces. Lo ignoras. Te incomoda, sí. Disimulas. Tonterías. 
Qué importa. Tú eres una realidad más que nunca estará a su alcance. Otra. Como unos buenos zapatos, un hogar caliente, la voz de alguien tuyo celebrando el regreso. Nada más. "¿Qué es eso?". Y puede que se case. Su abuelo lo hizo, su madre también. De su padre solo sabe que vende hierba de calidad y practica surf en una playa de postal brasileña. Las mujeres son momentos de fiebre. Todavía eso. Hay coraza. Amor, no. 
Le gustan los poemas, las delicadas palabras en cadena caprichosa. Todo aquello que dice mar. Y lee bonito, nasalizando la dureza en los quiebros de la oralidad. Memoria. Desafecto. Apenas recuerda los sonidos de su lengua y sueña que un día fue familia para alguien. 
En su vida no hay mariposas amarillas. Ni zonas. Ni sabores de magdalena. Sus juegos dibujan una flecha, el arco tensado, la diana en círculos. Perdición. "Mato moscas a puñetazos", dice. "De verdad". 
Plaf, plaf, zaca.
En el parque lo respetan, saben que solo juega en lo híbrido, que tiene vocación, lava en la cabeza. Las bandas coquetean con la fatalidad de que nunca será suyo. 
Ni de nadie.
-¿Lo dejas?
-Es lo que toca.
-¿No quieres intentarlo?
-Es lo que toca.
Abandonó su libreta, el bolígrafo y un lápiz roído. Para qué clases donde no cabe todo esto. Hizo lo previsto. Se apoyó en aquel lado. Sin raíz, ni tierra, ni barandillas.
-Es lo que toca. 
Ni siquiera los poemas. El mar.
Que sí la cuchilla. Que sí. Solo el ataúd y la cuchilla.

martes, 5 de febrero de 2013

Milena

         Yo, alimaña del bosque, antaño, ya casi no estaba más que en el bosque. Yacía en algún sitio, en una cueva repugnante; repugnante sólo a causa de mi presencia, naturalmente. Entonces te vi, fuera, al aire libre: la cosa más admirable que jamás había contemplado. Lo olvidé todo, me olvidé a mí mismo por completo, me levanté, me aproximé. Estaba ciertamente angustiado en esta nueva, pero todavía familiar, libertad. No obstante, me aproximé más, me llegué hasta ti: ¡eras tan buena! Me acurruqué a tus pies, como si tuviera necesidad de hacerlo, puse mi rostro en tu mano. Me sentía tan dichoso, tan ufano, tan libre, tan poderoso, tan en mi casa, siempre así, tan en casa...; pero, en el fondo, seguía siendo una pobre alimaña, seguía perteneciendo al bosque, no vivía al aire libre más que por tu gracia, leía, sin saberlo, mi destino en tus ojos. Esto no podía durar. Tú tenías que notar en mí, incluso cuando me acariciabas con tu dulce mano, extrañezas que indicaban el bosque, mi origen y mi ambiente real. No me quedaba más remedio que volver a la oscuridad, no podía soportar el sol, andaba extraviado, realmente, como una alimaña que ha perdido el camino. Comencé a correr como podía, y siempre me acompañaba este pensamiento: "¡Si pudiera llevármela conmigo!", y este otro: "¿hay acaso tinieblas donde está ella?" ¿Me preguntas cómo vivo? ¡Así es cómo vivo!
Carta a Milena, Kafka