sábado, 29 de marzo de 2014

Apócrifa belleza


Para Lucía Marín que tuvo un padre que lo fue

[Texto presentado en la III Muestra de Artistas Independientes, LABoral Centro de Arte y Creación Industrial (Gijón-Asturias) en la categoría de artes plásticas. Coordinadora del proyecto Lucía Marín.]

JULES SEAMAN, “Preso en su aura”

Brama diciembre, ruge el mar. Acompañamos el cuerpo de Jules Seaman mientras la luz abre el techo de nubes en un extraño día norteño. La luz, esa que tantas veces esculpió la cara del actor en el rodaje tras la apertura bajo el grito del director ¡Acción!, se dobló con la pérdida: adiós glamour boy.
Contaban aquellos que lo conocieron que leía a Miguel Hernández, que sabía de memoria toda La vida es sueño y que con el cigarrillo pegado al labio inferior, en lugares oscuros y a altas horas de la noche, cuando la puesta de sol estaba más cercana que la ingrata noche, gustaba de farfullar aquello de: “Tenía la necesidad de ser otros, habitarme de otros, envolverme en las sedas de quienes no eran yo”. 
Una noche dejó de ser figurante para firmar el papel de protagonista: nunca más volvería a ser uno solo: Jules Seaman sobre la cola del cometa.

“Ya al amanecer se le llama aurora.”

El azul se dejó desnudar entre la llovizna, un sonido creciente nació del grupo que frente a la pared blanca despedía al ya ausente, uno de ellos, no se sabe quién, el cuchicheo, el balbuceo de las olas, la llantina mal contenida, le rindió el último homenaje (con el que Jules estaría más que satisfecho) rompiendo a cantar la más famosa de las rancheras de Jorge Negrete. Su hija, más tarde, en el recogimiento de los pésames y las despedidas, recordó que de pequeña, en la feria de las flores su padre le pidió que cantara para él esa misma canción, aquella que ella tantas veces había escuchado en un disco de 45 revoluciones interpretada por el Trío Calaveras, Plegaria Guadalupana, “Virgen Guadalupana… deja llorar de emoción…”.
Este hombre nació un 9 de enero de 1914, en una fría noche, de una mujer que paría a su cuarto hijo. Sus padres Francisco Marían Valenzuela y Vicenta Menéndez (en el registro parroquial la humedad había mordido el segundo apellido de la madre) emigraron a Gijón en pos de una vida mejor para sus vástagos. Fue en ese modernista triángulo azotado por las olas del siempre bravo mar donde Jules se aficionaría a los pases cinematográficos de sesión continua de los desaparecidos cines Goya y Robledo. Siempre contaba, guardando el recorte de prensa, que fue con apenas once años cuando al ver en el teatro Jovellanos la película Cuento de Lobos, de Aztea Film, productora asturiana, decidió que él sería actor. Para aquel niño, ese horizonte se convirtió en la razón de su alegría.

Con esta brújula, viaja en 1929 a los Ángeles a casa de un tío suyo Juan Marín Valenzuela que había emigrado en un barco de mercancías logrando una buena posición como encargado de una tienda de ultramarinos que heredería a la muerte del propietario, un judío acaudalado que vio en el tío de Jules el hijo que la vida no pudo, o no quiso, o no supo darle.
Es en casa de su tío donde sigue la vida de las estrellas, entre turno y turno, despachando y reponiendo lo perecedero, gracias a las revistas de su tía María Muñoz, la tía “guapa, guapa” que siempre tuvo aspiraciones de moverse como la bella sueca, aldeana o dama, vestida de Dior. ¡Mi María Garbo! la zalameaba su sobrino favorito mientras la sostenía por la cintura y ella fingía saberse divina como Cristina de Suecia, como Anna Karenina, como Ninotchka.

En los años 30 tendría la oportunidad de trabajar como botones en el Hotel Oriental de los Ángeles. En ese mismo año conocería a Baltasar Fernández Cué, gracias a quien comenzaría a trabajar en labores de recadero para los estudios de la RKO. Fue en 1931 cuando le llegaría la primera oportunidad participando como extra en una película de los grandes estudios. Pronto comenzaría a interpretar pequeños papeles secundarios y luego el que supo a primer protagonista. Corría el año 1935 cuando coprotagonizaría con Conchita Montenegro Margarita Gautier, una producción con personal completamente español. El guion adaptado lo firmaría el gran Enrique Jardiel Poncela, la dirección sobre la batuta de José López Rubio. Seguiría en este estudio, en los Ángeles, hasta el año 1940. En esa fecha en vez de volver a España como hicieron muchos de los artistas de Hollywood, Jules viajaría a Mexico.
Encarnaría papeles de secundario en algunas películas de la “Época Dorada del cine Mejicano”. A lo largo de 1943, trabajaría al lado de Pedro Infante. 1944 sería el año en que rodaría la película La ronda de la noche cuya foto con la escopeta de feria enamoraría a la chica de vestuario, Mercedes Prado Medio, que pasó de ser la modistilla que se sonrojaba ajustándole los trajes a la madre de sus hijos: una ranchera, aquel roce, la primera vez.

Las ambiciones de este hombre que ahora despedimos con la humedad confundiéndolo todo (rostro, aroma, recuerdos) en la terraza del Atlántico fue un sueño de títulos de crédito, una estrella que sucedió y a quien la vida devolvió, después de todo, de tanto, a su tierra de origen. Con ello, renunció a ese Jules que fue ocupado por otros. Hoy desde tu recuerdo, gran Jules Seaman, te lloramos. 
Así. 
Como solo se llora a las estrellas.