domingo, 20 de enero de 2013

Fanzine Estrada, n º0# Equipaje



Ya está disponible el número 0, Equipaje, del fanzine Estrada, proyecto Estrada-ideado por Job Sánchez Julián y Alba González Sanz; una colección-exposición de cuadernos de viaje multidisciplinares. En este número, presentado el 19 de enero, en mitad de la ciclogénesis, en el Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón, comparto tinta con Antonio Seijas, Fernando Pubul, Adolfo P. Suárez, Marcos Torrecilla, Paula Suárez, Virginia López, Gonzalo Golpe, Alejandro Nafría y Antonia G. Tinturé.


Mi texto no hubiera sido posible, sin el empuje, personal y creativo, que Alba y Job suponen, siempre, para todos los afortunados que caímos un día en su mapa.

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El salto del cisne
Para Yolanda

“Todos los movimientos están llenos de significado.” Maya Plisetskaya

El equipaje

Aquellos nudos. Aquel ovillo. Tu gravedad.
En el fondo donde me miro, pozo o espejo, el reflejo, como de agua, persevera. No te envuelve, no se ondula, parece la dura carcasa del aire. Solo dentro, circundándote, se alcanza la flotabilidad. 
Sabes bien, hueles bien, suenas bien. Pero ha llegado la hora. Necesito tu ausencia. Debes irte. Renunciar. Soltar tus manos de mis manos, los mapas de tu piel en mi piel, el peso de tus huesos en mis huesos.
Tú en mí. Dejar de lamer de qué estamos hechos.
Allá arriba, me aguarda.
“Nadie sabe lo que puede un cuerpo”, rezaba aquel texto sabio. Tu elástica armadura. Si me lanzase, mirarías desde ahí dentro, en la profundidad de la imagen, cómo salto, cómo me desalojo, cómo te quedas adherido al suelo. Me exhibo, me atrapas, caigo y me rodeas; yo, tu títere; tú, mi araña. Poco a poco nos voy quebrando.
Me voy yendo.
Si no te miro, si me suelto, si abandono tus tobillos, tus muñecas, el cuello, los ejes y bisagras por donde me amordazas, el contraste entre lo horizontal y lo vertical me gusta, crea puntos de fuga infinitos; la vista, diáfana; lo frágil, dúctilmente inquebrantable, lo denso fluyendo. Y solo el aire.
Quédate, no vengas. Permíteme irme. Recoge la sangre, el gramaje de mi boca, las cuencas de los ojos; haz porosas mis clavículas, arráncame los senos; que mis brazos sean alas (todo, te lo regalo todo, las arterias de ida, las venas de vuelta, el vello del antebrazo, las esquinas de mis codos, la infancia de mis falanges, que no las quiero, que me estoy convirtiendo en pez y ellas, aletas); que mis muslos y su vientre se vacíen (todo, te lo regalo todo, la grasa, la encarnadura blanda a quien envistes, las flores rojas que entre mí nacen cada mes, mis nalgas y su boca; lo cóncavo, mis durezas, mis curvas, la solidez de mi fémur); solo mis pies como remos de aire.
Mete todo lo que ha dejado de ser mío y es tuyo en esa maleta; ya estoy lista para irme.
¿Cuánto hace que lo sé, que cada mirada se iba de ti más lejos? ¿Cuánto? ¿Ritmo, frecuencia? La preparación del viaje, de seis a ocho horas cada día, desde los cuatro años que sé que quiero renunciarte, desertarte, vaciarme. Toma mi cuerpo, ese es tu equipaje.

La eternidad

Y saltó. Y las formas con su peso, el dolor físico, la resistencia; la malnutrición, la fecundidad perdida, el pacto con el agotamiento. Él fue su equipaje que se ha ido al pozo, al fondo del espejo, la última pirueta.
Ella, al fin, arriba, flotante y deslizándose. Ingrávida, llámese equipaje; llámese cuerpo.
Fue el impulso. El canto del cisne. Un grand jetté. Luego, la ansiada levedad.

Natalia Cueto Vallverdú, noviembre de 2012