lunes, 26 de diciembre de 2011

Y Yahvé puso una señal a Caín


Gijón, salón de actos del Antiguo Instituto. Día 22 de diciembre de 2011. Mientras los afortunados saltaban el crepúsculo entre cava y lágrimas porque la mano de la Suerte se extendió a través de un número premiado por su casa, su familia, su municipio, Amelia Valcárcel ofrecía una conferencia de una hora sobre la "ontología de la deuda": ni una butaca vacía, lo cual nos reconcilia con el ser humano. Un poquito, ya saben. ¿Precio o valor?
Sucedió que allí asistimos a la maestría, a la constancia, a la erudición. Todo nace con una semilla. Una pregunta, un roer intelectual que debe saberse engrasado, una chispa flotando sobre el ramaje del investigador. La exploradora cargó su mochila e inició su camino. De un pasaje de la Biblia que compartió con Rafael Sánchez Ferlosio nacieron las primeras notas. Somos hijos de los hijos de un fratricidio. Llevamos el mal, la culpa, el crimen anidados a nuestra especie. Fuimos pastores o agricultores. Caínes o Abeles. Agazós o Kakós. ¿El perdón? ¿El arrepentimieno? ¿La memoria? 
"El perdón es la vertiente moral del olvido. Si hay una señal nadie puede olvidarse del crimen". Sucedió que esa reflexión seminal dio lugar a un estudio, a una publicación, a esta conferencia. Desde el púlpito hablaba una maestra, también una entusiasta. También. 
Y una estudiosa y una contadora de historias; y la humildad de quien explica:

Las historias que los relatos religiosos transmiten nunca son inocuas. En el mundo del objetivismo moral, la intención no cuenta, todo sucede por algo. La moral grupal no necesita la intención. El mal es objetivo. Está ahí. En la moral arcaica el arrepentimiento y la expiación no eran conmutativos. Es un rasgo arcaico propio de la historia prefilosófica de los términos morales. Todo mal es resultado de un mal previo del que se constituye como castigo. La Grecia Antigua, El Antiguo Testamento no saben de la intención. Los Dioses envían calamidades. La cólera divina hasta la cuarta generación y será en forma de desgracias. Como herederos del Siglo de las Luces, como hijos de un XX hermenéutico, todo ha de ser contextualizado y aprehendible, creemos que el padecer males es azaroso, aunque lo seguimos llamando mala suerte. El Código de Hamurabi, La Ley del Talión: el mal por el mal dispensado por una instancia superior, externa, llamada Justicia o Ley, sobre la base de la venganza, detiene la cadena infinita del desquite. La culpa deja su marca. Dios vengativo frente a Dios misericordioso. La necesidad del perdón fundante para que todo siga, avance, sostenga una sociedad o una familia. ¿Perdón u olvido? En la desmemoria puede negarse el perdón; prefiero olvidar a perdonar. Porque el perdón necesita de pocas palabras y de un gran esfuerzo. ¿Es acaso el perdón el remedio del que se sabe en el lado débil para mantener la dignidad? Perdono porque no saben lo que hacen. Pensar siempre es decidir. Olvidar y perdonar ¿demasiado complejos?. Lo que no se nombra no existe. Olvidamos para sanar. Y volvemos al compromiso: detrás siempre esa deuda porque solo perdonaremos cuando reconozcamos que existe el débito; como un acto de clemencia. Olvidar es humano. El perdón no es justo. Nuestra vida es finita, por tanto, qué beneficiosa es la desmemoria. ¿O no?


Hasta aquí puedo contar. Disertó sobre esto y mucho más. Explicó, resolvió, aclaró. A los Magos les pido el libro de Amelia Valcárcel, La memoria y el perdón, que no cambio, claro está, por la clase del día 22, pero que devoraré a fin de fijar todas esas ideas que sus palabras sembraron en mí. Así lo viví. En estos tiempos donde abundan tantos eruditos a la violeta, escuchar a una profesora universitaria, y utilizo el término a carta cabal, dando la lección, resulta una extrañeza. Algo mucho más excepcional, si me apuran, que el toque azaroso del Gordo navideño. Pero claro, valor y precio hoy en día son sinónimos. Michelangelo Buonarroti murió un febrero frío lleno de oro que su sobrino heredó. Este dato no deja de ser un chascarrillo anecdótico: es la escultura en una Piedad, la belleza en un David, la pintura al fresco de la bóveda de la Capilla Sixtina, la cúpula de la Basílica de San Pedro... lo que marcan a Miguel Ángel. Lo universal puso una señal en Michelangelo. Dejó un fruto. Y para el mundo que se funde generación tras generación el valor del arte, de la sabiduría, de la ciencia dejará absortos los ojos. Es otra suerte de señal; que como aquella también "dice" incesantemente.

[VALCÁRCEL, A. (2010), La memoria y el perdón, Herder]

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