miércoles, 28 de diciembre de 2011

La custodia se la han dado a ella

Para M. que sabe cuánto deseo su felicidad; que ésta se haga presente

Hoy quisiera ganarle / un poco de terreno a lo indecible [...] cada cosa llenada de sí misma. 

Tomás Segovia

Al cerrar el correo, indignada (una de las palabras, lo sé, de este 2011 que se diluye) por el ala expansiva de la injusticia, supe que contra cierto tipo de iniquidad, estable, consolidada, asentada, poco hay que hacer salvo rebelarse. Una lágrima al teléfono, un "Lo siento" trasnochado, un "Iré a verte cuando quieras". Estoy a tu lado. Al suyo. Poco más. 
En un día como hoy la culpa, la costumbre y lo atávico son los únicos argumentos que pueden motivar una sentencia que quite los hijos al padre. Al varón. No es un hombre que haya puesto su semillita en un vaso de carne bien nutrido, que se ocupe de lo otro, agenda completa, mientras ella se hincha como un globo, vomita ora sí y ora también, respira cargando las bolsas de la compra, aspira con las piernas abiertas y tira un plato al suelo, sola, con ese muñón de carne alimentándosele por dentro. Y un "Descansa, mi amor" siendo en realidad un "No es cosa mía". "Ya irá tu madre al parto que a mí verte así de abiertona y echando de todo por ese agujero no me conviene que igual luego se me cruzan imágenes mientras canto ópera sobre tu cajita mágica, cualquier sesión de sexo de sábado, y eso, ñanñanñán no es bueno mezclarlo. Quita, quita. De paso, ya le digo yo a tu suegra, mi madre, que se venga a dormir con nosotros los primeros días, que  te ayude en las noches de llantina y en los túperes que me llevo al trabajo, para que estés aliviada. Como ves, todo pensado y organizado, para eso está tu churri: para tomar la dirección y lograr los objetivos. Somos una empresa, hala, tú a parir."
La mujer transparente, la mujer que ya no busca, la mujer incondicional.
Comento, con pesadumbre, que a las mujeres nos han engañado, o nos hemos dejado engañar, tanto monta monta tanto. No tenemos todas esas piernas para aquellas muchas carreras que se abren detrás de la línea blanca que dice: eres mujer, lo eres, y mejoras cada vez que te lo dices, igual que él; igual que ellos. 
Las mujeres caen como moscas. 
Las mujeres toman pastillas (para poder estar activas, para que no las arriende la tristeza, para estar húmedamente calientes de noche, para poder dormir). 
Las mujeres atiborran los gimnasios. 
Las mujeres se someten a la cirugía estética; reciben implantes que no logran tapar los agujeros que las succionan. Por dentro. Siempre por dentro. Con agujas les borran a bótox el oficio de la vida.
Las mujeres se deforman estresadas, cigarrillo en boca, el móvil con el manos libre, paradas en doble fila para recoger el traje del mastuerzo en la tintorería 24 horas, corriendo la jornada que se inicia con el desayuno de los niños, el desayuno del trabajo, el desayuno del gimnasio, el desayuno de las extra-escolares, el desayuno de los deberes, el desayuno de la colada, de la cena, del estudio nocturno (el trabajo está muy mal, sube, aspira, trepa), de la plancha mientras se instruyen en cine clásico o con el deuvedé de cómo se habla alemán en tres semanas o documentales de la 2 no sea que...; de noche, entre las doce y las dos, recuerda que el desayuno incluye irte a la cama, pero "con ganas", ¿eh? A mí no me vale un sexo flojete: tú como una loba, mi amol, que en la web me he puesto caliente esta tarde mientras tú no tengo ni idea en qué malgastabas "tu" tiempo y "nuestro" dinero. Ya que estás levantada, anda, de paso, tráeme una cervecita, que el tute me ha dejado la lengua seca. E igual quieres más.
¿Más?
Y ellas se dicen "que te la pique un pollo". Seguramente, sonriendo. Claro, somos siete mujeres por cada hombre y vete tú a saber si no llegará otra que te encienda mejor el mechero.
Un poco más tú. Solo pides eso.
Y se hacen viejas, y se mustian, y se entristecen; porque van perdiendo los años en las orillas sin saber que se alejan de su presente. El río sigue fluyendo. Sin la alegría, al menos, de tenerse a sí mismas; de ir más allá de un contenedor de generaciones anteriores, de expectativas elevadas, de hijos que les nacieron, de un hombre que hace mucho que ha dejado de converger con ella, en ella, hacia ella.
Hasta aquí lo sabemos todo. Hay otro discurso. Lo hay. Un hombre que es compañero, que ha sido quien a fuerza de cuidarte, de cuidaros, ha construido contigo una vida, un hogar, unos hijos. Que supo respirar por ti o contigo, que hizo tus días más cortos y tus noches más largas, que aplaudió tus logros, que rebajó tus miedos, que te quitó la carga para que pudieras caminar a tu ritmo, de su lado o un poco por delante. Que se ilusionó metiendo el predictor en tu orina, que dibujó planetas y constelaciones en el universo de piel alrededor de tu ombligo, que cantó para que pudierais dormiros, tú y el latido que llevaría vuestro nombre. Que fue, ilusionado, expectante, amándote a pesar de todo o por eso mismo, a cada cita médica, al vaivén de la glucosa, a las ecografías, a las clases preparto; que compró bodies y calcetines; que entrenó con el nenuco y el pañal; que te admiró, en la hembra, cuando de tu cuerpo vio el trabajo, la fuerza, el don de lo que nombramos con la palabra "vida". Que hizo los biberones, las curas, las visitas pediátricas, los ingresos en neonatología, las noches, las mañanas, las nanas, tus descansos; que construyó a tu lado, contigo, los meses y los años de esos niños que lo llaman papá, que le piden agua a media noche, que no pueden dormirse sin su cuento, que lleva para ellos el uniforme de conductor, de cocinero, de Mago, de constructor de teatros de madera, de voces y dibujos. Que cocina las mejores papillas de fruta, los más exquisitos purés de carne o pescado, los desayunos del cole; y hasta los besos más ricos. Su padre y su madre, refugio, fuente, hogar.
Sucede que un día ya no funciona. El amor caprichoso y fortuito se va y un no sé qué necesario para seguir sosteniendo la familia desconoce el milagro, se pierde el sedal. Y ya no sois dos, pero continuáis siendo cuatro o cinco o seis o más. 
Hoy, amor, sin embargo, ya no te amo.
Y decides o decide. Y algo se rompe, algo que no podrá unirse, necesitas que así sea pero no puede, no puedes. Pides que algo ocurra. Esto es. Pero no llega. Le das a la tecla y no tira. Te engañas. Se engaña. Cubrís de gente, de agenda, de opuestos, para que no llegue el espacio denominado "Al fin solos". Para que no. Muy profesional. Sí. Por supuesto.
Recuerdas, caminas despacio, sacas las fotos, reúnes a la familia. Nada. ¿Ahora qué? Solo la nada.
Así que te vas. Querrías no hacerlo. Vale. Buscas a esa persona que se te ha ido. Te acercas. Y el frío, y el dormir a un solo lado de la cama, la llave que no entra con ímpetu en una cerradura desde donde no ves la casa; o su casa. O tu casa.
No me esperes, descansa, debo darle al trabajo. 
Abres la ventana. De la calle sube el ruido, la charla usual, la putrefacción que desde el camión de la basura se te mete corriendo, acompañando: ¿eres tú acaso quien huele así?
Y tienes que irte. 
Las relaciones son asimétricas y la generosidad no abunda en el amor; cuanto menos en el desamor. Es una cuestión de poder. Gana el más fuerte, ni de broma el mejor.
Y no me vas a dejar colgado. Colgada. Te quedas y te aguantas. Te lo crees y punto. Y ya veremos. La casa es mía, la hipoteca nuestra, los hijos se quedan. 
Él vive para sus hijos. Ella lo sabe. La juez duda. Ambos los han criado. Si me apuran, él más. Por eso pide la custodia compartida, porque quiere a sus hijos con su madre. Con su padre. Casi como entonces. Ella no. Son míos. Y un detective los vigila. El informe los enseña en el parque, en una obra de teatro infantil, en un zoo de inmersión visitando gorilas de espaldas plateadas. Y los abuelos cubren las noches: pobre, mírala, será capullo. Y el victimismo caliente como un huevo. Y alguien te dice, si tienes el derecho, ejércelo. No seas tonta. Así oro parece plata no es. Que te quiten lo bailao; al enemigo ni agua: la mitad de la deuda, los euros de pensión y ya veremos si no te pones brava.
Se te olvida que uno solo conserva lo que no amarra. Que los hijos sí tienen memoria.
Los cantos de sirena están ahí. Vamos, hombre. Un caudal de voces femeninas: son tuyos, nosotras parimos y nosotras decidimos, él no será ya tu salvavidas. ¿Quién te va a mirar, ajada y llena de estrías? Lo mejor de tu vida se lo ha llevado él, rezaba una copla. Pues que pague, sí que pague, venga que pague.
Los hijos, entonces, se quedan. La juez duda. Buen síntoma. En los tiempos que no están con el padre la madre los comparte; no con él. Porque no llega, porque no sabe, porque no puede. La casa la pagan a medias; él tiene un cuchitril porque no da para todo. ¿Y han de vivir así, mis hijos o sus hijos, ya no nuestros hijos? Sus suegros no le hablan. Recoge a los niños en el portal. La culpabilidad lo va untando, lo envuelve, cuando lo llama, cuando le falta al respeto, cuando le cambia las horas y las citas, en la gota del rencor y la revancha; los tiempos y las vacaciones. Ha dejado de ser aquella roca donde ella crecía. Que te den, machito.
¿Y los niños? ¿No son suyos y míos? ¿no hemos sido dos empollando, sobre el calor, anudando? ¿qué tierra les dejamos, mi amor, qué tierra?
La llama. Sin el fragor del consenso. Ahora te lo cojo. Ahora te cuelgo. Ahora te insulto.
¿Dónde se ha ido? ¿Dónde está ella, aquella a la que le nacieron nuestros hijos? A tu servicio para que no me los quites; a tus conversaciones para que no me los quites; a tu dolor, tu angustia, tu desesperación, para que no me los quites. Tu amigo te dice que si te vas, vete. No acates, no consientas, no le des la mano. ¿Y mis hijos? Es su madre. Soy su padre.
Si los quieres, pelea ante el juez.
Sal de casa. La amenaza en el aire.
Y lo haces. Vaya si lo haces. La abogada te dice que confíes. Eres un gran padre, hay un compromiso, todo  sopla a favor. La jueza tarda porque se lo está pensando. Nos regala esperanza.
Es un buen índice: es bueno, es bueno, es bueno. El aire seco te enreda con hojas. Una mujer con un acordeón canta que la vida es un dilema. Esa que pasa, junto a los árboles, entre el parque, en el cigarrillo que te fumas en el ínterin que esperas a que la abogada llame y tu vida sea una u otra. No hay ciencia, solo estadística. Pintan bastos.
Y descuelgas, en el corazón una banda sonora suena, esa sonoridad de la que no te vas a desprender nunca.
Ella dice, te llega despacio y deprisa, como una ola, como la tercera ola:
Ya ha salido la sentencia. Le dieron la custodia a ella. El hembrismo y sus cadáveres. ¿Estás ahí?
A partir de ahora ya siempre estará en otra parte. Fuera o casi fuera. O lejos. No lo suficientemente cerca. Se le acerca un niño porque se le ha salido la cadena de la bici y no sabe cómo ponerla.
Al hombre también se le ha salido la cadena de la bici. Tampoco sabe cómo ponerla.
Soy mujer. Somos muchas las mujeres. Tengo hijos con el mejor padre del mundo. Tenemos hijos con padres maravillosos que nunca deben dejar de serlo. Ni yo, ni tú, ni ella se lo quitaría. Es a mis hijos, a sus hijos a quienes nunca les quitaría, les quitarían a su padre. Quizá todo está en darle la vuelta a las cosas.
Ayer brillaba la luna en menguante porque la luz de la tierra se reflejaba en ella. Nos hicieron creer que era la luna quien desprendía esa luz. Era falso. Ahora sabemos la verdad: el itinerario correcto. Nos hicieron creer que los niños eran cosa nuestra, lo cambiamos, pudimos hacerlo, costó mucho y durante un largo tiempo en el afán de que fueran también cosa suya. Ahora sabemos la verdad. Por los hijos y los hijos de nuestros hijos.
No ha ganado ella, no ha ganado la mujer, no he ganado yo contigo; no soy parte de tu hazaña. Porque han perdido los niños. Porque hemos perdido con ellos.
Según Raymond Chandler "Hay rubias y rubias".
Una vez más, la cuerda se ha roto por el lado más débil.
Zas, cayó la trampilla.
Y solo por ser mujer noto la vergüenza, como él, vejado, cada vez que un hombre levanta la mano a esta, esa o aquella mujer; le digo a ese hombre ahora tan frágil "Lo siento". Por descontado, le estoy pidiendo perdón.
Como el judío que no tiró la piedra; como el amo ante el negro esclavo a quien liberó; como el alemán, que no participó de la autocracia, en el sembrado de cadáveres judíos.
Lo siento.
Perdón.

["Las niñas se quedan" es una frase que da título a un cuento de Alice Munro en la antología El amor de una mujer generosa. Por eso el eco.]
[La frase de Raymond Chandler me la recordó, a propósito de cosas menos tristes, entre cervezas y música de Nick Cave el poeta Fernando Menéndez, Un haz fecundo/ paracaídas que surca este enredo de esferas...]

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