miércoles, 23 de septiembre de 2009

Enzimas, postales y Thin air (Pearl Jam)

A veces sentimos que se nos otorga un papel, diminutas heroicidades en discurrires ajenos. Incursiones desencadenantes de experiencias ajenas. Un punto de contacto y nunca más: líneas divergentes. Pero en ese choque, la relación es biyectiva y los resultados de progresión geométrica. Casualidades que derivan en causalidades.

Esa excavación fortuita que dio con cuevas prehistóricas, tesoros egipcios, joyas bibliográficas; el maldito coche que se nos cruzó evitando que fuéramos nosotros los implicados en el accicente de tráfico, el atasco por salir tarde de casa esperando a nuestro compañero, retraso que nos impidió coger un avión que se estrelló… Me explico. Ayer me supe enzima.

Bajé la basura (es excepcional que yo realice esa tarea, no está en mi listado de competencias, a mí me tocan otras). Mientras mi costilla se ocupaba de bañar y alimentar a los cachorros, yo trataba de dar respuesta a una pregunta, de esas anchas y sin dobladillo, junto con otros compañeros del gremio de la enseñanza en un centro de trabajo, “¿Qué es la educación literaria?”… Como supondrán a tenor del burro, la albarda. En resumen, que se me fue la tarde, afortunadamente, de modo provechoso. Los reunidos, entusiastas y puede que ingenuos, tenemos fe en que la lectura es un virus que sí se puede inocular; a partir de ahí el reloj dejó de importar. Ya ven.

Fui de Oeste a Este, uno de esos maravillosos paseos que ofrece esta ciudad nuestra. La tarde parecía esperar en la playa, como al amado una novia virgen, la llegada del otoño. De verdes a amarillos. Abría el portal de mi casa justo en la primera oscuridad de la noche. Quizá podría haber sido otro día, era mi primera reunión; pero fue este. Quizá al llegar a casa podría haber cenado y bajar después la basura, pero excepcionalmente me dejé seducir por el sofá. Este capítulo tiene su truco, no se crean. Los niños ya dormían y la cena estaba lista. Me puse cómoda mientras mi hombre seleccionaba entre su filmografía uno de sus clásicos. Al entrar en el salón, las dos bandejas reposaban sobre los sofás. Max Ophüls, el guión de Arthur Laurents, nos convocaba con Atrapados. La trama de 1949. Una chica educada en escuelas de chicas, o sea, para cumplir a la perfección el rol que a una mujer se le atribuía (¿He empleado bien la perspectiva temporal, el enfajado del verbo al tiempo? Tengo mis dudas) en los años cuarenta, ergo, lograr el mejor marido que le asegure un futuro cómodo, conoce en una fiesta a un hombre de posibles. “Que Dios te lo pague con un buen marido y muchos hijos”. “La mujer que casa bien, siempre parece hermosa”.
Voy, voy, que pierdo la unidad temática corriendo peligro la coherencia textual. La chica y el multimillonario Smith Ohlrig viven un principio de matrimonio, que como todos empieza con promesas de final feliz, pero él sólo la convierte en una Nora, bendito Ibsen, pajarillo en jaula de oro. Al final, aquel asunto no era tan buen negocio. Algo oscuro empieza a suceder. Pero hasta aquí puedo contar. Vean la película que merece la pena descubrir lo que encontró Leonora la bella y lo que aconteció a los personajes.

Tal fue el deslumbramiento, que, una, forofa culé donde las haya, cambió su noche de Pep Guardiola en el Gregorio por el cine clásico. No me digan lo que piensan. “Nadie es perfecto”. Este periplo narrativo para explicar por qué fui precisamente yo quien bajó la basura y no él; y por qué lo hice fuera de la hora acostumbrada.

Bajé a la calle con mi detritus doméstico y me topé, delante del contenedor, con un hermoso mueble: un aparador de madera, imitación de ebanistería modernista. Era noche de recogida de enseres, toda la acera estaba salpicada de mesillas sin patas, restos de camas, algún colchón manchado, sillas varias… Pecios de vidas. Objetos no sagrados: qué contarían de sus propietarios. Mi mirada se perdió en sus posibles, la versatilidad y la historia de aquellas cosas (a Chema Madoz, fotógrafo de la metáfora del objeto, El País lo llama “el artista del engaño”). ¿Quién tendría ese aparador, qué guardaría en él, estaría vivo quien lo compró, sería acaso una herencia, qué cubertería atesoró, de qué valor, cuántos usos a su vajilla, sería el punto de apoyo de la espalda de una mujer mientras él le entregaba su boca en uno de esos arrebatos que logran entrelazarnos como calamares en plena lucha pero con lenguas…?

Abrí un cajón. La curiosidad me pervirtió. Debería no haber bajado yo la basura o haber ido a ver jugar al Barça o simplemente no ser el día de recogida de muebles. Podría haberme mantenido pulcra y en mi sitio, responder al modelo femenino reflejado en la película y no hurgar en la basura, pero no lo hice. Entonces, en aquel cajón, había una postal con la imagen del mercat de la Boquería de Barcelona en la que no se distinguía ya el sello, pero sí el nombre de la destinataria, Claudia Sans; no la dirección. La tengo aquí, sobre el atril de mi escritorio, la hurté. Tampoco suelo oficiar de ladrona, pueden creerme. El texto, curiosamente, no tenía la corrupción ni del tiempo ni de la suciedad. Se lee:

El error de Descartes. Si realmente fuéramos una realidad dual, cuerpo y mente, veríamos, oiríamos y tocaríamos con el cuerpo y recordaríamos, desearíamos y sentiríamos nostalgia con la mente (o el alma o lo que sea). Pero puedo asegurar que te estoy añorando con los ojos y con los oídos. No tengo alma que pueda sentirse hoy colmada sin oírte o verte. Y estoy deseando con la misma piel que no estés muy preocupada. La admiración debería ser cosa del espíritu y yo te admiro a voces. Descartes se equivocaba. Tengo ganas de verte.

Todo para que la huella de esos amantes, persona interpuesta, tenga voz aquí.

2 comentarios:

  1. Adoro esos encuentros fortuitos, esas pequeñas intromisiones. Tengo varios libros comprados de segunda mano con dedicatorias preciosas, fechas lejanas, partes señaladas a boli azul.

    Pero sin duda, la que tú has encontrado, es la más bella que he leído nunca.

    La postal supo llegar a las manos.

    ResponderEliminar
  2. Ese aparador merecería hueco en cualquier aula de literatura.

    ResponderEliminar