jueves, 3 de septiembre de 2009

Usurpación


Si no fuera por su casa, por sus muebles, por él mismo... diría que aquella no era su mujer sino una impostora.


-Está en coma. Él está en coma y ella le trae a la memoria lo último, el recuerdo final, lo que ocurrió justo antes, días antes de la desgracia (por eso inserté la redacción periodística del suceso, el accidente de tráfico donde se produce un choque frontal y un hombre queda gravemente herido). Él está ido, allí, en la cama de un hospital y ella, simplemente en shock (de ahí la narración confusa, el divagar febril, la logorrea atmosférica...). Lo único que siente que puede hacer el personaje ante la situación de su marido es recrear con palabras su mundo, darle motivos para volver de ese estado. Ya sabes la hipercatesia.


-No entendí nada. Creí que escribías sobre la memoria. El tiempo y esas cosas.


-No -quiso llamarlo Ciruelo o Ly-Che, pero lo amaba demasiado para arriesgarse a la ofensa-. La forma imita el contenido, onomatopeya, ¿comprendes? Pretendía la colaboración extrema del lector, el collage lo ponía yo junto con la cohesión; la coherencia tras la intencionada incoherencia descansaría sobre la capacidad reconstructiva del que interpreta. Acaso fui oscura. Exigí demasiada colaboración comunicativa.
O no.


-Tú y tus metáforas. Qué complicadas sois las mujeres -le parecía que su esposa ya no sonreía sino que aquel gesto de los párpados semicerrados y los pómulos levantados se había congelado en su rostro, como un rasgo étnico, tal vez oriental-.

-Serán los códigos. Déjalo.


-Me inclino más por vuestros itinerarios inferenciales. No es empatía, lo que exigís se acerca, al menos en tu caso, pequeña, a la videncia. "¡Para con los pies que me desconcentro! Una cosa de cada vez, como los problemas que troceados se tragan mejor".
Si uno fuera más listo -se decía- vería en esos pies la delicadeza de una bella mujer china. Le gustaban más estos, momificados entre las vendas, que los de ayer, que los de todos los días, tan grandes, tan callosos, tan dejados.
Hablaban mientras Betty Draper vomitaba en el coche nuevo de Don Draper. Mientras lo doméstico lo invadía todo.

-Está embarazada. Fijo.
-No, cielo, vomita por la angustia. La verdad suele ser indigesta.
-Tengo que leer más: para entender Mad Men. Y a ti, mi amor.
A veces se extrañaba de las conductas de su esposa. Cierto. Pero aquella noche, el problema de aquella noche era otro. No conocía quién era esa mujer que comía a su lado, escueta y violenta como un estornudo. De dónde había venido, qué había hecho con la suya, la del día anterior, la de las horas y los minutos.


Estaban cenando. Con las bandejas en el salón, sopa, arroz y verduras. Las botellas sobre la alfombra. Él en calzoncillos y calcetines. Ella en seda amarilla, una especie de pien-fu con fajín. Sus manos, arriba y abajo, precoces, con todo su lenguaje; como una prótesis de sus dedos aquellos palillos.


-Está buena la sopa -trataba de cambiar de tema-; sabor extraño pero exquisito.


-Sopa de Wan-Tan.


Comida nueva. Pero estaba cansado para preguntar. Demasiados cambios en una sola noche.


Afortunadamente, suena el teléfono.

-¿Diga?

-¿...?

Escucha y gesticula.

-Hola...Viendo a Don... Segunda temporada.

-¿...?

-¡Tú también!... No... Claro que no hablaba del desamor. Trataba de conjugar el accidente, con el viaje, un discurso inconexo, críptico... No, no sufro... NO, no tengo nada que contar... Tampoco.

Aparta el auricular cogiéndolo entre las manos como si tratase de proteger del frío a un colibrí contagioso y se dirige entre susurros a su marido ("...es Celia, que ha entrado en el blog y pregunta, de nuevo, si estamos en crisis").

Sonríe, hacía calor fuera. Posa la bandeja, el teléfono en una mano, con la otra recoge los bajos de tanta tela.

"Qué pequeña se ve."

Ella sube al sofá y abre la ventana a la par que niega repetidas veces entre justificaciones redundantes a su amiga, la que no calla al otro lado del cable.
Puede con todo. Dulce, aristocrática, felina.
Él no se mueve. Sólo la mira.


-Zaijian.


Y cuelga más amarilla que nunca. Él piensa que a ella le sienta bien ese nuevo peinado: un pelo extremadamente liso, oscuro, como piel de foca que no deja de crecer.

Ella le hace una reverencia, junta las manos, pálida, y asiente con la cabeza como si estuviera afectada de una inquietante sumisión. In the mood for love.

Se rasca la oreja. No entiende nada. Cada vez menos. Continúa con la cena.

Como ya había dicho, seguramente tenía que leer más. Quizá así la entendería. La complacería.

Como Chow Mo-Wan. El otro sí comprendía.

Él también sentía la arcada, como Betty. Él también.



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