sábado, 5 de septiembre de 2009

La sinceridad obliga, pero hace feliz (R. Walser)




M. me dice ("Dos, un té con leche y otro con limón y sacarina") que en este final de verano sólo sabemos de muertes y separaciones. Yo la retengo, sus manos delicadas, lo perfilado de sus labios, (tiene boca de niña, acaso por eso conserva las pesadillas y la recompensa dulce), la voz sosegada, sus eses como arrullos. Ella sigue hablando. De fondo, el ruido de la cafetera, la gente que saluda al camarero, el tiempo, siempre el tiempo en esta ciudad enferma de oscuridad. Me ensimismo, la contemplo y evoco, rastreo recuerdos. Parezco estar, pero no es cierto.
"Lo has hecho" -me gustaría decírselo mientras atiendo al presente-. "Me has obligado a abrir el candado, escribir tu nombre junto al mío y dejarlos ahí, bajo el tiempo".
La echaré de menos, no sabe cuánto: los cursos duran como un embarazo, también gestan. Siempre me quedarán sus poemas y ese librín de cuentos, con su árbol, su abuelo, la memoria infantil. Y el miedo. Algún día, cuando no esté tan tierna la cerradura, escribiré sobre la calidad de esos relatos. La fuerza de su texto.


Entonces vuelvo. Llega F., arañado de humo, con su sabiduría y sus manos de roble. Pide café, nos hace reír. Me acompañan su mirada viva, su ágil conversación, sus modos inquietos. Me mira desde dentro y lee, como un crítico el cuerpo del texto.
Apenas nos tropezamos, me dio la mano, frente al charco; desde entonces ya no temo mojarme, dicen que los catarros entran por los pies.
Su humor, su lucha, las ansias de futuro: ante él siento la tierra, su fuerza y sus vaivenes. La necesidad. Me cuesta darle voz; ha sido muy grande durante estos meses. Quién me describirá Italia, las curvas de Mónica, los viajes en carreteras secundarias; quién reflexionará sobre el tejido pequeño de los días, el vino de las siete, la cena con el otro, las camas domingueras llenas de libros, la estética de Proust; quién me narrará, de lunes, la vida, en sus meandros, los baños en el río, el internado, la vendimia, el golpe que no podemos esquivar. "Te voy a añorar, señor del Bierzo. Muchísimo"; pero tampoco se lo digo. Disfruto de ese final, de la distensión, del recorte de este tiempo: la lógica de las conversaciones es extraña. Como dije, parece que estoy.
Y V. , "Agua con gas, por favor". El embajador. Dandi y literario. Otro de mis poetas. La elegancia, el verbo exacto, la risa. Las tardes de cine, el discurso caótico con sesgos dionisíacos, el terrible acúfeno, el vampiro ortográfico. No se pueden explicar ciertas soledades salvo a quienes reconoces como tuyos. Me has infectado de melancolía; el Nepal, ya ves, tampoco es un sueño; has venido para contármelo. La calidez nos seguirá poniendo de buen humor: las pruebas orales, la dispersión de Vila-Matas, el taller, lo que aún está por escribir, No has estado en Hiroshima. ¿Arte o ciencia? Seguiremos de este lado: no hay nostalgias estériles; no para nosotros. "Sí, claro que los exámenes de septiembre son un dolor", trato de esconderme tras la luz de mi sonrisa.
De C., "Un cortado", su ternura, la gran literatura de terruño, el ingenio en el diccionario; Lara y sus sombreros. La toponimia, el léxico frutal, los mejores pescados. Machado. Rosalía. Kavafis. El orador entre pasillos, los ojos de tus adolescentes imberbes, neuronas que avivas y empujas más lejos. Has puesto banda sonora a este curso, como si bailásemos una vez más; resérvame los bohemios: mi carné siempre tendrá tu hueco libre.


Han sido mis compañeros, hay muchos otros y muy buenos, sin embargo, estos son mis camaradas de café, de esa rutina acertada, no buscada, nacida por azar con mimbres de solvencia; se han acercado a poquitos levantando pactos.
Hoy, mochila al hombro, los miro con respeto y admiración: sí saben el valor de la instrucción pública. Sí creen que allí hacemos cosas importantes; son alfareros.

Miro desde un puente. Ellos en un lado del río, yo en el otro. Mis zapatos son viajeros, aunque hoy se tiñen de escarcha. Los rostros de mis alumnos se irán difuminando, son una pieza más de cada año que para nosotros tiene caducidad en cursos. Pero estas caras se me han metido dentro. Como esta punción de nostalgia.

Ya me voy. He anudado sus tiempos a los míos, sus nombres entre los hierros. He cerrado y tirado las llaves.

Mientras me alejo, unos versos de J. Doce:

...El aire está lleno de comienzos
y mil veces en mil calles distintas
alguien se tropezaba con una piedra
y esa piedra le abría los ojos...

Habrá septiembres para volver.

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