domingo, 6 de septiembre de 2009

Desamor


En el estruendo de esta larga, silenciosa y horrenda
despedida
en la desolación de este adiós tan absurdo, tan
lentamente criminal
alégrate, alégrate, mujer, alégrate porque los dioses
los impasibles dioses de la calamidad nos conceden el
privilegio
de que nuestras heridas no obtengan nunca cicatriz
ni alivio

Tendremos, como todos los humanos, una separación
Pero a partir de ese momento nuestras horas serán ya
irreparables
como las de los dioses. Alégrate, mujer; alégrate
porque no quedará un solo lugar sobre la tierra
donde podamos encontrar el olvido, la paz, el apetito,
el sueño

Alégrate mientras se pudre mi nombre en tu boca
y piensa que ese sabor podrido será el partero de tus
hijos
y será la penumbra que confunda las caras de tus otros
amantes
y será finalmente el embozo protervo que acudirá a
arropar tu último frío:
¿pudiste alguna vez soñar una fidelidad mayor que esta
desgracia?

En cuanto a mí, tu nombre ya es azufre en mis encías
y no quiero otro dulce que esa yel ni otro sabor que ese
castigo
mientras pasen los años tumefactos, serviles, miserables
que habré de taladrar a voces y con cólera
hasta el instante misericordioso de la aniquilación

Alégrate de este dolor porque no va a cesar
Alégrate por esta ausencia infame que será nuestro nudo
Alégrate por esta ciénaga que es la distancia, donde
chapotearemos sin poder escapar
Y cuando llegue el odio, alégrate del odio, alégrate,
mujer
porque el odio será el más espléndido escalón de esta
escalera que subimos juntos

Alégrate, mujer. Canta conmigo a estos dioses siniestros
que nos conceden este sino de rabia y de fidelidad y de
alegría.

Alegría, Félix Grande

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