domingo, 20 de septiembre de 2009

Comunicación no verbal, el Transiberiano y la valentía




Para M.C.


"Una de las claves maestras de El ruido eterno: la voluntad de mostrar que todo está entrelazado, que la realidad no sabe de separaciones netas ni de oposiciones absolutas", ABCD (ABC 915).



Reflexiono sobre el supuesto origen de la comunicación, la importancia de lo no verbal, las consecuencias de su supervivencia en sistemas comunicativos complejos: nosotros. Lo que las máquinas no son aún capaces de reproducir: la sintomatología o lo indéxico que se desprenden del sujeto codificante.

Entonces, en paralelo, evoco la metáfora del Transiberiano y la debilidad (o cobardía o acomodo) del ser humano, el corriente, no el genio, para modificar lo establecido.

Dos relojes. El tren como un hotel. Siempre en horario de Moscú, a pesar de que se atraviesan siete usos horarios. Si son las cuatro de la madrugada en Mongolia, pero las cinco en Moscú, toca cenar. Fuera un reloj y un sujeto. Dentro otro: el yo. El límite espaciotemporal. La edad, la rutina, los paisajes de siempre, cierta acedia, continentes y contenidos. Interesante metáfora la del Transiberiano. El salto temporal como arcos anchos, dos límites que sólo convergen en cada uno de los individuos que comparten ese viaje.

No somos al margen de un contexto.


Enraizamos con el pacto tácito de la renuncia: el límite que fijan las potencialidades. Nos sentimos atraídos por nuestra propia otredad: lo que uno quiere escuchar, pero no puede o no se atreve a representar. Aquí, en este espacio cerrado (caliente y cómodo; burgués, después de todas las audacias) toca noche. Allá, en la periferia de los raíles y la estepa, luce el sol. Sólo se supura por los extremos. Siempre la frontera: la muralla, la piel, la puerta, el edificio, la ciudad, el país, la religión… Como ojos estrábicos: un eje visual para el sujeto; un eje visual para el objeto. Vivir arriba o abajo.

“¡Ah, el tiempo! Antes de opinar sobre este punto en concreto, sobre el tiempo humano, James debería comenzar por revisar los conceptos que había traído consigo de allá abajo”, La montaña mágica, Thomas Mann.

Aquí y allá abajo.

Lo dicho: pactos tácitos. Renuncias y negociaciones. Lo presente y lo ausente. Fue la emoción lo que privilegió la comunicación humana: no se podía razonar ante una leona hambrienta, ante el incendio del follaje, ante los saqueadores de carne humana. Sólo sentir (¡Peligro, huye!). No es casual que conservemos el gesto y la intuición: nos recuerdan que, a veces, es preciso bloquear la mente: sólo la turbación facilitará nuestra huida. El pensamiento lógico es infinitamente más lento, nos atrapa en su espiral. Súmale soledad y obsesión, y generaremos monstruos que nos devoran. Para ti, ser recurrente, atrapado, compulsivo y obsesivo, en una estructura mecánica y laberíntica (decisiones vitales, jugadas futbolísticas a puerta, ese tren que ignora la luz…); tú, si puedes, muévete. Rebélate. Huye.

“A pesar de todo, eran fieles y honestos el uno con el otro. Pero infieles y deshonestos consigo mismos. ¿O me estoy equivocando?”, Intimidad, Kureishi.


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