lunes, 21 de septiembre de 2009

Coche negro para un paracaidista


... Once more he found himself in the presence
of mistery. Rain. Laughter. History.
Art. The hegemony of death.
He stood there, listening.
Listening, Raymond Carver

Cogió el teléfono. Yo lo miré largo rato, mientras hablaba. Dijo que con la medicación una neurona le subía y otra le bajaba.

-Sólo negro metalizado... Bien... Sí, acepta.

Antes de hacer la llamada dijo que había vuelto de un mes de vacaciones en Francia. "Pero no sirvió de nada: los demonios viajaron dentro."

-Ya. Así que de vuelta al trabajo y con ¿catarro? Síndrome postvacacional.
Él me sonrió. Pero triste. Vestía traje marrón y corbata azul. Hacía juego con sus ojos. Era hermoso. Un hombre bello. Demasiado. Se rascaba el pelo, canoso y engominado, con el dedo corazón. Las uñas perfectas. También el afeitado. Llevaba alianza. Yo también. Mi curiosidad venció a mi educación; mis ojos a veces parecen preguntas. Consecuencia: se puso a hablar. Pero no de coches.

Resultó ser deportista, como yo; con colon irritable, como yo; autoexigente y perfeccionista, como yo. Había vivido en un barrio residencial a las afueras de la ciudad con sus padres, justo a dos "caminos" del mío, nombres de flores, cursis, por supuesto. Ex-entusiasta. Padre pasional, esposo entregado. No dormía desde hacía varios meses. Como yo. "Simplemente no puedo, ya no sé". No hacía el amor con su mujer. Como yo. Ella, tras cuatro abortos, casi se muere entre sus manos por un embarazo ectópico. Se vio solo criando una niña. "Ha cambiado. Entre ella y yo, todo ha cambiado". Yo le devolvía la mirada y asentía.
"Tampoco yo. En todo, tampoco yo", quise decir.
-La cabeza estalla y los ojos parecen globos en el máximo de presión.
A ese hombre le faltaban años y le sobraba ansiedad.

-Te dicen que leas, que veas la televisión, que hagas tai-chi. Nada funciona. Tampoco la tila, ni la valeriana, ni la pasiflora. Sólo sus drogas de receta verde.

Tuvimos los mismos coches, nacimos el mismo año, nos casamos el mismo día. Ambos, él vendiendo, yo comprando, compartíamos un mundo posible. Mis datos revoloteaban por su mesa: nómina, DNI, última declaración de la renta. Paladeó mi nombre, mi dirección, mi profesión, mis ingresos, el domicilio de mis padres, las dos sílabas con las que llamaba a mi niña. Aquel pedazo de mesa contenía un puñado de mis huellas. Luego levantó la vista, la fijó en mi frente, dijo mi nombre. Yo ya le pertenecía. Era como yo.

-Seguro que te cruzaste alguna vez en mi camino. Me acordaría. Si no fuera por la medicación, de ti, me acordaría.

No recuerda, sin embargo, el color de sus pastillas. Cada noche el sueño viaja subido en una de ellas.

-Todo firmado. En dos días recogerás "a tu amigo", saldrás en sus ruedas. ¿Estás contento?
Me quito las gafas. Son oscuras.
-Debería estarlo.
Sólo recuerdo que las noches se me empapizan, que si no me hubiera cruzado con aquella mujer enferma que se estrelló contra mi automóvil no estaría hablando con este tipo en este concesionario; que lo grande: mi mujer, la niña, aquel coche, aquel día, las ambulancias, el tanatorio... o lo pequeño, Chus dejando su blog, me pesan por igual. Que estoy demasiado cansado.
He caído aquí. Como un paracaidista. Zombis conviviendo con humanos que te recuerdan que lo difícil es ser normal; que eres un egoísta. Que deberías estar agradecido.

Mientras vende coches, espera ese momento prometido, aquel en que estará a salvo.
Como yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario