domingo, 26 de diciembre de 2010

Navidad feliz


"¿Cómo puede haber alguien descontento? -pensó Natasha-. Sobre todo un hombre tan bueno como Bezújov." A sus ojos, todos cuantos estaban presentes en el baile eran buenos, agradables, encantadores; se amaban los unos a los otros. Nadie podía ofender a nadie y, por tanto, todos debían ser felices."

Tolstói, Guerra y paz

"La foto de familia es un encanto. Los nenes no sólo son guapos, sino que lucen su infancia con un gesto divertido. Y tú estás encantadora: pelo arreglado y recogido resaltando esos ojos, piel tersa, boquita pintada, sonrisa… para soñar. Y el puto canalillo. Para rabiar."

¿Por qué esforzarse? El amigo soltero de mi cuñado (su sosia, con el que tiene un extraño pacto de hermandad elegida que nos toca las narices) siempre viene rijoso a la cena de Navidad, es un dolor, tiene el don de la palabra si hablar, hablar, hablar y no tener ni idea de conversar puede calificarse de garbo, a mí me parece una gran desmaña; pero él se lo cree y los demás alimentan su vanidad, aunque yo sostengo que de boquilla (expresión que siempre rescato del campo semántico de la mentira porque me parece un ejemplo de cómo el vocabulario puede ser también coqueto).

Estaba yo con mi cara de Marilyn aguantando al plasta del chicharra (que será como a partir de ahora me voy a referir al individuo en cuestión cotorra que no calla) cuando suena el timbre anunciando la llegada, con retraso, como siempre, de mi otro hermano y su esposa (futura presa del parlanchín y sus modos soeces). Mi madre corre al espejo a comprobar que está guapa y que no se le ha corrido el rímel "¿Huelo a comida, nena, huelo a comida? No mamá (que no me pille en el renuncio) hueles a rosas y mariposas. Ay, mi niña que no crece", (y es verdad que no crezco, no a lo largo, porque con estos encuentros pantagruélicos no sé yo, no sé yo si se me aparecerá la gordita que tengo anestesiada aunque ella y yo sabemos que solo, sin tilde, Blecua, sin tilde, aletargada encerrada en mis adentros). Y abro la puerta y mi madre con un timbre impostado (pero qué narices es Navidad: la impostura podría ser hiperónimo de todos nuestros actos) quebrada la voz exclama "Mi hijo, su esposa, qué bellos". Y empieza el palique: "Tú más, no, no tú, qué dices, el tráfico, la Purificación García, los ingredientes de la sopa de marisco y su despiece (horas, condimentos, esto cocido por aquí, aquello rehogado en lo otro…)".

Me agarro a la primera copa de cava. "Tú empiezas por lo gordo, eh, para qué le vas a dar al Rioja", me suelta el chicharra.

-¿Sabes lo que es una obra apócrifa?

-Ay, qué cosas dices, ya sabes que tú me pones sin más no necesitas soltarme guarradas.

Bebo y largo pasillo arriba (en toda casa materna que se precie tiene que haber un inmenso pasillo), no sea que se me escape la mano o peor aún la lengua y la tengamos nada más empezar. ¿Pero cómo se habrá malquistado este plasta en nuestras cenas navideñas? Sigo con la copa. Y llega la madre del novio de la mía con su novio (mi familia es de nuevo cuño, de esas que topicalizan las marcas de coches para vender sus monovolúmenes; y es que, curiosamente, la alternativa familiar ha empezado por detrás, es decir, la primera que tuvo dos maridos fue mi abuela, luego mi madre y luego la suegra de mi madre; no se me líen). Antonio es un encanto, pero siempre está en otra historia, yo le pregunto por su bisnieto y él me contesta que no es época de fresas pero sí de calabazas. Desde luego podría ser un buen informante para una obra de teatro del absurdo. Es igual que el rey Melchor así que mis hijos se dedican toda la cena a pedirle regalos. Y él sostiene, mientras tanto, que el cambio climático no acaba de llegar por mucho que él lo esté esperando: "Un Torremolinos pero en San Lorenzo, sería la leche. Comed polvorones, niños, comed que luego la sanidad privada y sus seguros os lo van a impedir: malditos mercaderes".

Empiezan los platos y las llamadas telefónicas, no falla. Y mi madre como un yoyo, arriba y abajo. Me doy a la segunda copa. El jamón ibérico exquisito, los langostinos a la plancha del novio de mi madre ni os cuento, la sopa de marisco no la pruebo y ella, mi progenitora, me mira encallada en el odio tamizado por el chantaje emocional: "Ni siquiera puedes hacer esto por mí, yo que nada te pido". Sonrío y voy por la tercera copa, eso sí, tuve la prudencia de sentarme en la esquina opuesta al chicharra que ha pillado por banda a mi padrastro, ¿habrá un tercer matrimonio en mi familia? Porque este año, como somos más, se han traído de Ikea una auxiliar que si te levantas tú se le viene todo encima al de enfrente. Pero estaba de oferta: la crisis, ya saben.

Y pasamos al cordero. Palabras mayores. "Hija no estarás embarazada que tú cuando comes así siempre llevas bollito en el vientre". Y a mí maldita la gracia que me hace la glosa pero sigo con el cava y el rostro de Marilyn. El turrón se me pega en lo concupiscible, nos lo envían de Barcelona todos los años y aunque no pueda confesarlo es lo mejor del encuentro. Y entonces los brindis, el café, los buenos propósitos y los deseos para el año que asoma. A mí me parece que tengo una ristra de hijos en lugar de dos pero es que las burbujas empiezan a provocar su efecto y a mi vista todo se multiplica y polariza: "Sed prolíficos y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla". Momento de epifanía: Dios debió de haber bebido cava, como yo.

-¿Echamos un Trivial?

El marido de mi madre con su mandil de sevillana escucha pacientemente a su padrastro y me sonríe, creo que están poniéndose de acuerdo en si el tiburón es el animal mejor dotado ¿uno o dos penes? y claro, el salido de turno ya tiene excusa para hablar de sus últimas conquistas y mi cuñada abogada saca el tema de los divorcios y la otra cuñada asiente y hace preguntas extrañas con expresiones que dan miedo (custodia compartida, régimen de visitas, pensión alimenticia…), es que yo creo que siempre estuvo enamorada de mi otro hermano, sí el que se casó con la abogada, y mi abuela y mi madre y la madre del novio de la mía tocando madera que ellas de esto saben un rato y mi hermano que quiere ver el vídeo del último Barça―Madrid para ejercitarse en lo pendenciero (la mitad son de un equipo, la mitad del otro) y mi abuela en la terraza fumando con su nieto político, mi costilla, participando de la polémica de los fumadores y la libertad de cada uno para elegir sus vicios y de qué morir…

Y yo que ya no sé cuántas, no copas sino botellas, de cava llevo en los previos a los regalos (que esa es otra historia) me peleo con la gorda que me habita, ella dice que va a salir y yo que ni te menees que ya me pondré a dieta mañana que te vas a empachar de piña y pescadito cocido, cuando mi madre me coge por banda y me dice, "Nena, mañana repetimos que ha sobrado mucha comida y haré canelones, como cada 26 de diciembre, que por algo somos barcelones; tú, mamá, tú, pero el resto queremos volver a nuestra vida. Qué vida, qué vida, tú tienes que crecer y tus hermanos seguir tan guapos".

¿Qué vida? Sin saberlo esta mujer ha dado en el clavo. Y como en los cuadros de Hopper toda luz se tamiza.

Y entonces pienso en esa escena de Love actually donde mi admirado Colin Firth de la que entra a su casa familiar con los regalos y ve lo que ve, lo posa todo en el suelo y dice que se larga. Y lo formidable es que lo hace y coge un avión en Navidad y se planta a buscar a su amor y le pide que se case con ella en una lengua recién aprendida. Al principio de la cinta no se entienden uno en inglés y la otra en portugués. Y lo más increíble (vale, vale, es una película) es que él no solo llega en un día sin problemas en los aeropuertos ni con bajas de los controladores aéreos sino que ella dice sí en la lengua de él (o sea, yes) y parecen felices (a ver si el acierto conyugal se encuentra en el mito de Babel, hummm, voy a estudiarlo).

Como ya están todos peleándose al Trivial (ganó sobre el fútbol, todavía hay esperanza) y el rijoso colgado a una línea caliente gritándole al móvil que qué nalgas de pétalos ni qué ocho cuartos, que si eso es una línea erótica o poética, y la dueña de la casa y de la familia y de la agenda con la Termomix para el relleno de San Esteban, salgo de puntillas y danto tumbos por la puerta y me apetece retar a la gorda que me habita si es capaz de dejar la botella, golpear una de las carísimas copas de la cristalería centroeuropea de mi madre a beneficio del silencio de los presentes y gritar que no los aguanta más, que se larga, que le queda una vida entera para ser ella misma y que deserta de todos sus avatares: razón, ser feliz. ¿Hay otra?

Porque es Navidad. ¿O no?


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