lunes, 6 de diciembre de 2010

Moho

No podía decir por qué aquellas lomas verdes, tan poco vistosas, habían llegado tanto a su corazón, cuando a lo largo de las vías férreas había montañas, lagos, el mar y a veces hasta nubes de tonalidades caprichosas. Pero quizá fuera su melancólico verde y las melancólicas sombras crepusculares de las hondonadas lo que había provocado su dolor. Eran lomas pequeñas, bien cuidadas, con vallecitos oscuros: no era un panorama silvestre. Y las hileras de arbustos redondeados parecían rebaños de mansas ovejas verdes. Pero era muy probable que aquel estado de ánimo se debiera simplemente a que su tristeza había llegado al apogeo cuando cruzó por primera vez los campos de Shizuoka.

Yasunari Kawabata, Lo bello y lo triste

No sé si han mirado alguna vez los colores. No son, cierto, salvo durmiendo en algo. Como el amor. Pero a este cuesta tantearlo de frente, como si en la contemplación de su estallido nos devolviera moho: el que ahora habita donde un día Amor.
El cantante callejero nasalizaba, triturando a golpes una guitarra, aquella canción de los setenta en uno de los tubos del metro; ellos corrían de la mano con toda la raíz del quererse empujando, hacia arriba, siempre en creciente, entre sus manos. Y aquel gesto, vacío de lo ceñudo.
Arriba, arriba, arriba. Derritiéndose.
Por ver, también yo aplacé mi marcha: cogería el siguiente de tal modo que pudiera contemplarlos, ajenos, en la espera.
Tres minutos en pantalla para el próximo.
Era hermoso. Hablaban mirándose a los ojos, algo temblorosos los labios, iluminando cada uno el perfil del otro. De vez en vez, él se detenía en las formas de su boca como quien adivina un desnudo.
Imaginé sus días. Siempre jóvenes.
Tazas de loza, cucharilla pequeña, mordiscos alternos: Marte o el cuarto de la plancha. Su pierna en su espalda, el libro sobre la almohada, las manos revoltosas, los guisos entre besos, compras en verbena, puertas y ventanas abiertas, tú en mí; afán de lo cotidiano.
Los modos de la delicadeza. Sin más. Dos siendo presente. Un incondicionalmente tuyo.
Imaginé sus días impulsados por la comunión en otro. Ágiles, rabiosos, feroces: pasos como golpes de vida, plaf, plaf, plaf; lo apremiante.
Imaginé sus noches. Recordé aquellos versos de Vallejo, el único, Pienso en tu sexo, simplificando el corazón, pienso en tu sexo… pienso, sí, en el bruto libre que goza donde quiere, donde puede
Imaginé sus noches. Pupilas dilatadas, crecidas como yemas de huevo que se derraman. Anchas en cuerpos sin rostro aquellas bocas golosas, de hocico: esferas de carne en camas ya no tan blancas. Obscena la naturaleza, obsceno lo bello, obsceno Amor.
Todo sin haber podido apartar mi mirada.
Imaginé sus noches.
Ellos son dos por error que la noche corrige.
Y me sentí así de solo.

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