domingo, 12 de diciembre de 2010

Claridad absoluta




En cierta medida, los padres de un niño soñador tienen razón al temer que más tarde le falte carácter, pues en general por esto se entiende un "carácter de una pieza", y el soñador prefiere ser varias personas, vivir varias vidas, muchas de las cuales no tienen más consistencia ni perennidad que una pelusa de polvo que una corriente de aire impulsa por azar hasta la entrada de una casa. En cambio, es un error creer que quien sueña se aparta del mundo, porque con frecuencia sus otras vidas le sitúan en un estado de empatía con él.

Catherine Millet, Celos

El aire entra, sale, entra, sale. Así respira Berta mientras lee. No afecta, no mastica, no sube ni baja, pero respira; difícil leer bien poesía. Contaba, mientras cenábamos, que nada tan importante le dio ese afán suyo como su primer premio. Ella iba a octavo del antiguo EGB y ya jugaba con las palabras. Un hermano de Albacete que me ha adoptado sostiene junto conmigo que se empieza a escribir a los ocho años; ni antes ni después. Toma.

Berta dijo que sí. Resulta que su soneto infantil gustó tanto que la directora lo envió al instituto para que se lo publicasen en la revista escolar. Así que la poetisa ingresó en el nuevo centro un año después entre vítores y con un aura que le permitió vivir todo su periplo en Secundaria. Y siguió estirando el lenguaje. Decía Montse que un día leyendo un ejercicio de un alumno sobre el uso de las preposiciones se dio cuenta de que aquel niño escribía sobre Berta: “Metí el estuche en la mochila y empecé a andar”. Como ella. Y que dentro del estuche había lápices unos negros, para la tristeza y otros, de colores, para la alegría. Y que fue convirtiendo su andar en un súcubo que nos voltea cuando la leemos. “¿De qué va la poesía? Pues de la vida, tú me mancas, yo te manco, ello me manca, nosotros nos mancamos…” Qué glosa tan sencilla y tan cierta; la elegancia de lo exacto. De mancar va esto: un verbo difícil de llevar a otra lengua porque en su viaje pierde algas y hebras y nudos. Así que manca. La vida de verdad manca. Y nos hace en luz y en sombra; nos deja huellas: lo enojado, lo doliente, lo luminoso. Cicatrices y estremecimientos.

Como me gustaba tanto escuchar las historias de Berta no aprecié las mejores croquetas de mi ciudad, no le recordé a Vicente lo elegante que lucía aquella noche, ni besé a Cova todo lo que se merece, ni me perdí en el susurrar de revés de Marta, ni pude apreciar, encallada en la mirada de la poeta, las arterias por las que Montse lleva el teatro a sus “guajes y guajas”.

Fui poco leal. De ese modo que lo es una de mis amigas que nunca llama a su pareja por su nombre, sino siempre "amor", así cuando se acuesta con otros, con otras, no corre el riesgo de repetir el último nombre a horcajadas sobre su marido. Sólo "amor". Y dice que se enamora de un hombre, de una mujer, un minuto o dos horas, en ese cierre con que la fascinación se impone, en el viento de los trapecistas; luego, aterriza, fuera de la demencia, soltando los postizos y entrando en casa con la llave en su puerta y oye "¿Ya estás en casa?"

Y responde: "Ya. Ya estoy en casa. Amor".

La lealtad dice uno de los míos se pelea con el egoísmo que la persona necesita para ser feliz y así os va a los leales. Fatalidad ocupa lealtad. Quizá.

A lo que estábamos. Berta. Me gustó probar Perú de su contar, los japoneses de Madrid de su sonido, la lamida de la maternidad, las alas de la edad en forma de lumbalgia. No sabía quién se escondía detrás de un Llámame, ni de las Heridas, ni de las Las naranjas, ni de la Madre que también es un poco la mía. Me habían dicho que era magnética, telúrica, con colores de herrumbre; un frente de luz que como la explosión de pólvora en los fuegos artificiales sigue tras el estallido algodonando los ojos. Ella narra entre versos. Narra de mujer; está blando el dolor, como el vientre. Y blando vuelve. Va y vuelve. Y acaricia, como ciertos malestares que logramos convertir en placeres. Lo humano. Berta se parecía a Iseo Quitatiempos. Se llamaba Leocadia pero de niña de tanto mirar el mundo intentando hacerlo barro para ahuyentar la pena lo ferviente se le iba adosando y le cambiaron su nombre. Iseo se cae, Iseo está en el agua, Iseo ha llenado la bañera de nubes, Iseo no se acuesta, Iseo se ha tragado un mar, Iseo… siempre soñando, Iseo. Y fue creciendo y repetía de noche el rumrum de aquel otro poetapastor “Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío: claridad absoluta”. E Iseo me llevó a Fernando que para curar su pena se encierra en un faro. Luz y mar. Mar y luz.

A veces mientras observo los rostros que se abren en mis adentros trato de llevarlos al cine, de encontrarles parecidos, semejanzas, impresiones; aquelesteotro gesto. Berta e Iseo o Fernando se me revolvieron la noche del viernes, porque ellos no son carne de cine, son otra cosa, yo me entiendo.

Podría decir de su libro pero a Berta hay que leerla. Desde la vida: el aire entra, sale, entra, sale.

Hala: ustedes a eso.

Yo me voy a correr, ahora que la playa está abandonada (todos comen) y el mar no cansa y puedo soñar, silbando Bach, como Iseo-Leocadia o Berta, que soy otras.

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