miércoles, 8 de diciembre de 2010

Fila 6, butaca 18


-¿Por qué estás tan sombrío?- preguntó Nesvitski, advirtiendo el pálido rostro y los ojos brillantes del príncipe Andréi.

-No hay motivos para alegrarse- replicó Bolkonski.

Tolstói, Guerra y paz

“No tuve ocasión de decirte”, “Salva tus cuentas en vida”, “No pienso morirme”… Decía Uxbal en el vientre de Javier Bardem.

Venía de un puente lluvioso, soso, lleno de tablas de multiplicar, de juegos infantiles que a ellos divierten pero en los que no consigo rescatar a la niña pequeña que en algún lado, pero no estos días, me habita. Fui leona, amamanté, cuidé, enseñé, eduqué, reí, reñí, di culazos y besos multiformes (de oruga, de chinchilla, de oso cavernoso, de mamut, de lamida, de flor y alguno de mandril), me tiré por el suelo, bailé tangos sobre mis rodillas (así mido más o menos como ellos y podemos permitirnos hasta el foxtrot). Leí poco porque tenía ganas de madrear (yo como hacía Umbral, a estas alturas de mi vida me permito mis propios neologismos), a pesar de lo cual a las tres y media de la tarde del miércoles ya tenía ganas de estar un poco a solas conmigo. Mi costilla me llevó al sofá a ver El Dorado, un western de uno de sus directores preferidos Howard Hawks, tras lo cual mi casa estaba tomada por dos minivaqueros: mis hijos pegando tiros con escopetas de pinzas duros, expertos, solitarios y nobles. Dice su padre que es bueno que compensen tanta floritura mental que yo les inoculo (el dibujo, las películas en inglés, Mozart, las obras de teatro, la poesía para niños, el chino o la papiroflexia). Son puntos de vista, no siempre coincidentes. Da igual, a mí esos perdedores, alcoholizados o enfermos, que tienen como bandera la lealtad y la amistad siempre me han encantado. El western en todos sus formatos también.

Y la verdad, me retrotraen a mi cine de primera sesión de sábado compartiendo bocadillo de quesito con mi hermano y la posterior recración de la película con los clis de famobil (actualmente playmobiles a secas). La película acaba bien. Ésta sí.

Vale. Hasta ahí teníamos la fiesta en paz. Y tuve que aguarla. Convencí al amante del western (menudo empolle de diálogos tiene el hombre éste) para irnos a ver la última de Iñárritu, Biutiful. 148 minutos de drama y de un Bardem en estado puro. Iba el de los diálogos renegando, que si la climatología, las malas críticas de Boyero en El País, un fin de puente a las seis y media de la tarde… “Bueno, si no quieres, voy yo”. Yo creo que inflamado de los valores de sus ídolos Wayne y Mitchum o porque a él no le amargaba un dulce salirse a enfriar se dejó ir y allí estábamos los dos, yo en mi butaca de los múltiplos de seis y él a mi vera; cada uno con expectativas claramente diferentes esperando la dosis del mejicano.

Me pasé la mitad de la película llorando. No puedo ver ciertas cosas, no desde que soy madre porque hay una sensibilidad que me nació dentro junto con las placentas y el líquido amniótico que como a Mitchum en la peli de esta tarde no me deja beber ciertas sustancias. No hay una licencia a la belleza de postal, ni una sola. La Barcelona, poligonal, abrupta, cruel, como muestra de una gran ciudad, está analizada desde el ojo más oscuro. La mirada es espeluznante, si perseguía con ese recrearse en los lodos más amargos de lo humano, revolver estómagos, vaya si lo consigue. Ser padre o madre es realmente difícil. Ser generoso, ecuánime, bondadoso, honesto también. Ver y mirar para otro lado ni les cuento. Un director con cámara astillosa me lo sabe enseñar bien.

Y me toca las narices cuando Boyero habla de la Binoche como la maravillosa Juliette y me cuenta que bah que el Bardem no tiene claro si le gusta o no en esta cinta. Si algo me dije a mí misma a lo largo de la película es qué grande este Bardem, qué grande, más o menos cada diez minutos. Está inmenso. Un Sean Penn español. Como aquella exclamación de “Ooooobra maestra” que decía Pumares a propósito de 2001 en el radiofónico Polvo de estrellas, pero aplicado al protagonista. Es la contención en lo complicado, la intensidad, el buen hacer. Un actor tiene que mostrar hacia dentro, hacia dentro, hacia dentro. Y miren que aunque reconociendo que el hombre está de toma pan y moja, que dice una compañera mía de aerobic, a mí, no me, no me; es decir, que no me dejo llevar por las hormonas como al otro con la Binoche, que dicho sea de paso es guapa donde las haya, no mi tipo de fémina, tampoco la de mi amigo Pepe que hoy en la sesión vermut y los posteriores oricios me comentaba a propósito de la guapa "Es que yo no la veo, la traspaso, no me dice na de na donde esté Angie Dickinson…" (también tengo yo pasión por esa rubia que nunca aparecerá en el ranking de las más guapas y sin embargo…). No sé, me gustó el enfoque de la paternidad, lo bajo y lo sublime, la responsabilidad inmensa de la que uno no puede escaparse, el amor infinito “¿Cuánto de infinito me amas?” parece que estoy oyendo a mi chiquitín plus; el darles el todo y más allá y nunca es suficiente, el miedo, la fragilidad, las dudas, la angustia. Por descontado, al llegar a casa tuve que lanzarme a besos cual alimaña feroz y voraz sobre mis cachorros y contarles de nuevo que soy inmortal.

También me atrajo la estética, la metástasis como un cúmulo de cucarachas; la infelicidad conyugal como esa primera hormiga roja que entra en una casa dando el aviso de que después llegarán muchas más; las torres reflejadas en los charcos; los lugares emblemáticos de mi amada Barcelona desde la mirada más sucia… Y otras. No voy a descubrirle aquí a nadie la capacidad que tiene Iñárritu para el acierto y la yuxtaposición de imágenes. Los grandes temas y los pequeños. La hipocresía social. Las moralejas (la del tigre, y la del jabugo y el arroz; hasta la del moco negro como prueba de amor). Incluso me convenció la estructura menos complicada que la de anteriores películas del mejicano y en círculo (algo que sin embargo le han criticado, pero es que a mí no me pagan por comentar una película, soy inexperta, una simple aficionada, ergo tengo patente de corso).

Estoy triste. Me han contado una historia oscura. Tan inconsolable como esa realidad que está ahí debajo, donde el miedo y la miseria. Justo ahí al lado.

Qué grande eran Wayne y Mitchum dirigidos por H.Hawks con sus finales justos y medidos; qué maravilla compadecerse con una historia de cine; qué grande Bardem haga lo que haga. Y vaya bolsas con las que voy a ir mañana a dar clase: tendré que contarles a mis alumnos que los ojos que llevo de jueves son por lo mucho de ayer, por lo bello que puede llegar a ser lo triste.



1 comentario:

  1. Me autocomento. El domingo blogger se me volvió loco: no tuvimos química él y yo, así que me comió las cursivas y modeló en liliputiense mis letras. Hoy Álex, mi compañero de Tecnología me dio instrucciones y en una horita libre lo pude arreglar. Mis disculpas.
    Natalia

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