domingo, 30 de mayo de 2010

Degradación

Le cuesta levantarse. Necesita la dosis de cafeína que lo ha de despabilar. Sube la persiana y abre la ventana, primero la luz, luego el tufo a pescado que entra desde el patio; hasta el aire le abofetea la cara. Aprieta los párpados, los nudillos de la mano, la fragilidad entera.
Nada ocurre en sus días que merezca ser vivido.
Se ha acabado el café. Se cubre con una camiseta, el pantalón sin cremallera, las chanclas de cuando iba a la piscina.
Es el Nota, pero podrido.
Las llaves, los dos euros, el portazo. Se cruza con aquel compañero de la facultad bautizado en la pila de la felicidad. Corre por la playa con dos chicas, espera un niño, trabaja en lo que le gusta, está en forma, sigue siendo perfecto. Qué asco. Se detiene con sus vedetes. Pretende presentárselas. A él. Ellas se asustan. Las trata de usted y se disculpa por su aspecto: Perdonen señoritas, aunque no se lo crean estoy a dieta. Vengo de pesarme en una báscula que tiene la voz de Constantino Romero. Lo primero que me suelta la maquinita es Por favor, se les recuerda que se pesen de uno en uno. Así es la vida de una montaña humana.
Le gustaría despertarse una mañana y que un zorro lo mirase a cincuenta centímetros, estar rodeado de nieve y que se produjera una comunión entre la bestia y el hombre; tener una excusa para matar con un bastón de punta metálica las gallinas y conejos de medio pueblo ("Belígero", Jon Bilbao). Decirle a una mujer ¿Estás enferma?... y que ella contestase -No, casada... (Encadenados), ser Cary Grant y ella Ingrid Bergman...
Nada lo retiene, pero no puede liberarse e irse, como en el poema de Kavafis (Nada me retuvo. Me liberé y fui./ Hacia placeres que estaban/ tanto en la realidad como en mi ser,/ a través de la noche iluminada./ Y bebí un vino fuerte, como/ sólo los audaces beben el placer). Quizá por eso, se vuelve a casa estallándole en la frente, en la arcada, entre los muslos que se rozan y manosean, pulposos y áridos: No es lo que fuimos y lo que somos lo que nos abisma, piensa. Es la pereza con que nos abandonamos a la degradación... (El oficinista, Guillermo Saccomanno).


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