sábado, 22 de mayo de 2010

Mientras tanto cógeme la mano

"Y como los anillos de los peces, los momentos más difíciles van marcando nuestras vidas, hasta convertirse en medida de nuestro tiempo. Los días felices, al contrario, pasan deprisa, y enseguida se desvanecen.
Lo que para los peces es el invierno, para las personas es la pérdida. Las pérdidas delimitan nuestro tiempo; el final de una relación, la muerte de un ser querido.
Cada pérdida es un anillo oscuro en nuestro interior."
Kirmen Uribe, Bilbao - New York - Bilbao


Nuestro primer encuentro fue en octubre de 2008, como él cuenta en su novela, los otoños en el Norte suelen venir acompañados de viento del Sur. De esa fecha conservo, como los peces de su ficción, un anillo, una ausencia, una cicatriz. Dentro de aquellos días tan tristes, nos conocimos. Me llamó la atención el escaparate de una librería dedicado por aquellas fechas a Visor. De los títulos expuestos, uno parecía dirigirse a mí: Mientras tanto cógeme la mano. Aquello era justo lo que quería oír. Entonces.
El autor era un poeta vasco del que no sabía nada: Kirmen Uribe. Luego vino su novela. La leí traducida y publicada en Seix Barral.
Bilbao-NewYork-Bilbao está llena de ficción, de esa suerte de memoria construida, aquella que seleccionamos y que nos sirve de olvido de la otra, como si pintásemos de cal una pared a modo de lienzo, no tanto para escribir sobre ella como para cubrir lo que fue y ya no: para silenciar; también de espacios, ambición, voluntad de estilo y artesanía. En casa de mi abuelo cuando enfermó su perro, sus hijos le regalaron un cachorro. Antes de que nada ocurriese, en previsión de aquella próxima pérdida. El primogénito con los días contados aceptó la compañía. Con todo, como si fuera consciente de que aquel ser creciente había llegado para que él fuera poco a poco negado, ante mi abuelo cubría el cuerpo del pequeño con el suyo, en un intento de tapar la materia destinada a anularlo. Así, intuí con la historia de Tobías, lo que luego comprobé en los amores: con ese primer beso, los otros, los de antes, los de aquél se desvanecen. Ustedes me entienden.
Ayer nos encontramos por tercera vez. Me gustó que al entrar en la sala nos saludara, a mi amiga y a mí sentadas en la última fila, pero no dejó de hacerlo en su avance hacia el escenario con cada uno de los que allí estaban para escucharlo. Eso me gustó aún más.
Tiene un rostro sonriente y, en lugar de coletillas, al hablar, cada cierta suma de enunciados, en los descansos de su verbo, emite un embrión de carcajada, sin llegar a ella la anuncia o la promete, siempre entre eses sonoras y arrastradas. Cuenta, ríe y silba. Así suena.
Sus modos, su paciencia, su construcción: “Los poemas son semillas de narraciones, sí creo que en mi caso lo son; son varios lectores y críticos los que apuntan que en realidad en este texto lo que hay es un largo poema”. “El premio no me ha cambiado; me ha hecho más libre, ahora sé que contar mi mundo y cómo es gusta. Antes no lo sabía”. “Sí, cuando no escribo me siento mal; me levanto temprano, con mi mujer y mi hijo, y escribo o lo intento”. “Desde el Premio Nacional de Narrativa, tengo remordimientos, casi no palabreo por escrito, pero me digo, jo, Kirmen, disfruta de todo esto”.
Alguien le contó cómo era la Cimadevilla de posguerra, el hambre que los atuneros vascos le quitaron a los niños invitándolos al rancho en los barcos, las disputas entre los pescadores de bajura y los grandes armadores, qué significó para algunos el Guernica de Picasso. Él escuchaba. También se detuvo ante la importancia del silencio, la dura elección entre arte y vida, la ingeniería que hay detrás de una novela, aparentemente tan sencilla como esta, cómo no te determina una lengua en el narrar, pero sí una cultura. Somos montaña y verdor y agua agrietada, rebelde y oscura. Cantábricos.
Al final, después de apelar a la narración oral, a la importancia del cine, al gusto por las buenas historias que debería alumbrar la prosa de los escritores, quiso despedir su presentación leyendo el poema que cierra su novela y que está dedicado a su hijo ("Unai nació a mis ojos con 13 años"), "Nacer" ("[...] y es que nadie es sólo para uno mismo").
No les cuento más. Creo que ustedes también merecen encontrarse directamente con el escritor: lean a Kirmen. Luego, quizá entiendan por qué sólo invito... y me callo.


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