jueves, 31 de diciembre de 2009

Tierra de audaces

Me dio por preguntarle a mi costilla mientras esperábamos en una cola larga como hormiguero amazónico que si el 2009 había sido un buen año para él (a todo esto el pobre sostenía en sus manos con pose de cura: tres bolsas, un conjunto de ropa interior de leopardo, una diana infantil, un paquete con libros, dos discos de vinilo envueltos en rojo; un arbolín del consumo, vamos).

―¿A qué te refieres? ―verbalizaba y fijaba sus ojos en mis ojos, parecía aquello Oklahoma en 1873.

―Vamos, no sé, ¿un año para recordar u olvidar?

La señora que se intenta colar a la sombra de nuestra perorata.

―Oiga, vamos a llevarnos bien. No me abra el hambre de justicia y venganza ―Jesse James habló por boca de mi cónyuge que no escupió tabaco porque sus labios sostenían la Visa card. Es en estas ocasiones cuando yo lo llamo mi Raskólnikov porque como él "no estaba acostumbrado a alternar con la gente y […] rehuía la compañía de los demás, sobre todo en los últimos tiempos”. No es peligroso, sólo que además de colon irritable presenta accesos recurrentes de misantropía: no se fía del género humano, es más de bichos: rural y seguidor de David Attenborough.

Se nos quedó, con la intrusa, colgada la conversación.

En el atasco prefindeaño le espeto:

―Regulín, entonces…

Se le cala el coche. Hay explicación: es nuevo y tiene un pedal como de camión, así que mi Henry Fonda tiene excusa.

―Regulín ¿lo qué? ―Añade con anacoluto y frunciendo los morros; el coche y los hombres, en fin, como si en ese artilugio se precipitase algún test de virilidad.

―El año, mi amor; este año.

―¿Y a mi madre?

―Pero, qué pinta aquí mi suegra ―Me pregunto yo.

―¿Le compramos al final, lo qué? ―Me fibrilan los palpos gramaticales.

―No lo sé, pero algo; seguro. ¿Y el año?

―Cógeme el volante que el mechero se me está clavando en la ingle -yo creo que quiso decir los güevos, pero trató de tener tacto y yo hice como si aceptara el eufemismo.

Fin del atasco. Silencio. Rumbo al Norte. Me relajo escuchando en el lector de DVD del coche la banda sonora de Barry Lyndon.

Tres viajes en ascensor: paquetes y más paquetes. Me asomo al pocito de mi armario. Todo son bolsas con nombres rodando entre mis vestidos y chaquetas; los envoltorios pequeños se manosean desmandados por mi ropa interior.

―¿Cenamos, no fea? ―Pintan lítotes.

“Oh, no”, me digo en apóstrofe, “antes mi trabajo de campo doméstico”.

―¿El 2009?

― Supongo que no.

―¿No lo qué? ―Caramba, osmosis en el vulgarismo; como las faltas ortográficas en los exámenes que de tanto leerlas se le agujerea a una la seguridad en las bes y las uves.
―No sé. Me gusta más el veinte―diez. Es redondo, veinte el doble de diez, un dos y un uno. ¡Joder, y que el 2009 fue una mierda!
―Eso. Y vivan tus ingles.
―Te invito a cenar fuera. Tierra quemada.
―Vale.
―Yo más.
Y con todo eso hubo sus cosillas: los siempre buenos amigos, gente nueva, viajes magníficos, curiosidades satisfechas (eclosión de nuevas), ruidosas fiestas, ternuras infantiles, incursiones gastronómicas, epifanías vitales, lecturas paliativas, bellezas consoladoras…

―“Más importa la menor carta del triunfo que corre, que la mayor del que pasó”, mi sabio y admirado Gracián ―me digo rozándome las palmas de las manos como si barriese el polvo de lo tosco y feo que el año en ellas me ha dejado.

Y así, viendo alejarse toda la nada de este año, recuerdo el poema de Carver (Miedo) y pido al año nuevo no tener tanto, ser más valiente: palpitar borrando torpezas.
Se me activa la mente. Pues eso.

Abandono el lecho conyugal. No puedo dormir. Enciendo la televisión.
Creo ver una señal: le guiño el ojo al 2010, flirteo y me propongo seducirlo (aún me quedan abejas para esta miel); me escurro en el sofá de mi salón sin más luz que la que nace del aparato: "echan " Tierra de audaces.



No hay comentarios:

Publicar un comentario