martes, 2 de octubre de 2012

También. Tampoco (sobre un verso de Olvido García Valdés)


Ella tiene los pies como Marilyn Monroe
y una tierna
indefensión en los hombros.

Están en una sala y la ventana

descorre sus cortinas a un atardecer

boscoso,

pero es como si fuera
una esfera
de cristal. No se miran.
Él la mira a ella. Ella a lo lejos.
Hace ya mucho tiempo que él la había soñado
como un aire
de cigüeñas, una luz,
y ahora estaba allí.
Tantas vidas que no parecen ciertas
en una sola vida.
Campanillas azules en la mano.
Él sabe que se irá. No hablan
y el momento está lleno de voz,
voz acunada, lejana.
El amor es una enfermedad,
campanillas azules. Siempre en ti,
como en el sueño, volviendo
siempre en ti. Tan incierta
la luz. Como en el sueño.

Olvido García ValdésExposición


Era aire de cigüeñas. Tenía los pies como de Marilyn y un gesto de tierna indefensión se me había, también, posado en los hombros
Septiembre se iba, regresaba al agua de aceite, a donde el sol se dejaba caer, sol sin sol, a los tostados ferozmente amarillos, a un furor que se desmiente. El arenal lo respiraban las gaviotas. Se levantaban quebrando el aire a alazos. Ella y yo arrastrábamos, cada una en su tamaño, casi un poco, apenas la edad, los pies sobre el empedrado. Las risas, como la respiración que es lumbre, y flota, volviéndose vapor, y tacto, y sangre, y hambre, en la nuca del amado, a veces tropiezan. (Aquel día ocurrió.)
También dice el poema que el amor es una enfermedad.
También.
Que el amor es incierto.

Tantas vidas que no parecen ciertas
en una sola vida.


No dice, sin embargo, que los grandes acontecimientos del camino nos son comunes a todos. Atravesamos aquel canal de parto. Nacemos, sabemos de la danza de la carne, del dolor y la pena, de la finitud; del pudor, el mal y la vergüenza; del engaño; de ese calambre que llaman síntoma y diagnóstico. 

Lastima. Que enferma el amor (que enferma) pronto certeza.

El cuaderno se cubrió de una única palabra, ni fechas, ni anhelos, ni confesiones: nada.

-Te voy a contar un secreto. No quiero ir al colegio. Ya no me gusta.

-Te voy a revelar un secreto. No quiero ir al colegio. Ahora no me gusta.

Mi hermana pequeña puso ojos de mero, en la playa, con el mar recortándola, un icono entre estrellas, y erizos, y conchas, y algún delfín que cuentan, que dicen que dicen, que se dejó mirar. El viento sopló verde. Sonaban caducos perfumes: fenicios, celtas, helenos. Éramos dos niñas.

-Él tampoco te ama.

-Tampoco.

Entonces, crecimos.

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