Al cambiar de canal, en la noche insomne, me encontré con Rosa Montero. Hablaba de su última novela Lágrimas en la lluvia. Contaba, a propósito del título, cómo cuando joven, resabiada, incauta, sintiéndose ungida de la gran verdad de la ciencia ficción, juzgó el monólogo del replicante de ñoño y cursi “con aquella palomina volando”. Hoy, vista la cinta varias veces, con la enseñanza de los años, cada vez que repite esa escena, en su plasticidad extraordinaria, con la magia de las ocasiones raras, se eriza.
Cogidos a un par de vinos de rueda, en el último trago, sin testigos, en el mayor de los gozos (el intelectual, por supuesto), él me contaba y yo lo escuchaba. Me relató una reflexión de Elias Canetti: existen libros que compras un día, viajan contigo, se mudan de esa casa a esta otra, ocupan la letra x de tu biblioteca, te esperan y un día los coges y empiezas. En ese momento, sientes la epifanía de que esas palabras estaban escritas para esa urgencia y que ni antes ni después te dirían la verdad de los años. Sin embargo, prosigue el Premio Nobel del 81, nadie puede asegurarte que en esos años cultivando el polvo que has ido dejando no te hubieran revelado lo mismo, a lo peor las viejas respuestas.
Paco García Pérez (crítico, profesor, ensayista, escritor; y todo lo demás) me hizo reír, a carcajadas, en su conferencia sobre la crítica, herida de muerte, en el Antiguo Instituto Jovellanos. Fue sabia, divertida, erudita, mechada de verdades, sin vergüenza, agarrada al anecdotario (El gordo literato pesado que se emborracha arrugando sus principios fascistas en los puños de la camisa en cada fiesta Planeta, el silbido de tango de Torrente Ballester, el humor de Juan Benet, la fuerza de los lebreles de
Ocurre con las películas, ocurre con los libros, ocurre con los hombres; y con nuestros grandes amores. Sin embargo, mi hijo de seis años que es sabio, es más, no lo sabe, después de haber pedido al camarero dos vasos de agua, me dijo, le voy a pedir otro y yo le contesté no te lo va a dar y alejándose hacia la barra, abandonándome como una perraflauta en la terraza, me miraba desde sus charcos musgosos, que no ojos, guiñándome un “Ten confianza, mami, ten confianza”. Él volvió con una sonrisa dentro de un tubo de agua. Así que aun cuando segundas partes nunca fueron buenas, y me lo creo, también acepto que hay personas que están destinadas (química, física, endorfinas, Cupido cabezón...), aquellas capaces de enamorarse cada vez que el Universo las cruce (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004). Que se lo pregunten a
Amén.
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