jueves, 16 de junio de 2011

"El día E"


De pequeña era muy preguntona, sigo con mi naturaleza inquisitiva. Mi madre que me reñía y no entendía a la niña que le había nacido decía, a la plancha y con la televisión marca Inter de fondo, “Ay, hija, qué preguntas más extrañas me haces, eres tan rarita”. Mi abuela que me adoraba y entendía a la niña que le habían nacido decía, revolviendo el café mechado de anís y con la televisión marca Inter de fondo, “Ay, nena, qué preguntas más lúcidas me haces, eres una mente curiosa”.

Y una de esas rarezas o destellos se dio ante el programa 300 millones.

Corrían los setenta, veíamos la uno y la dos, oíamos coplas a la vez que caligrafiábamos Rubio, se amaban con Perales en minúsculos Seat, fantaseaban ellas con Julios Iglesias, ellos con las rubias Fa, sabíamos de los afrancesados por su enemigo Curro Jiménez, queríamos ser Orzoweis y yo destripaba Nancys, acariciaba libros y me imaginaba de espía descifrando crípticos textos, con gafas gatunas y falda entubada.

En una de esas voy y le espeto a mi progenitora ¿quiénes son los 300 millones? Y ella me explicó. Yo seguí ¿se habla español tan lejos? Ella asintió. ¿Dónde está Guinea Ecuatorial? África. Creo que allí fue donde supe que mi destino serían las palabras: un gran mapa de mi alfabeto voló por mares, azules, verdes, montañas, dunas, bosques y todo eso. Hoy son 500 millones y el día 18 de junio mi lengua celebra una fiesta o van de boda sus palabras. Sabemos a estas alturas lo que es ese compromiso: un escenario de puesta de largo donde lo intangible toma cuerpo y los que se comprometen con el "sí quiero" se sitúan en el centro de afectos, anécdotas, regalos, esperanza y un camino lleno de baldosas doradas hacia Oz. Dicen.
Estaré bajo el sol, cruzaditos tengo los dedinos, escuchando esa lengua mestiza de las islas, en el incesto entre el castellano de acá y el de ultramar (anda que no es guapa esta palabra). Así que me adelanto en fecha y lo dejo aquí escrito, porque como dice el elegante embajador en su discurrir diplomático “Mañana podemos estar muertos”.

Hay palabras bellas por su eufonía crisálida, por su lengua señaldá o morriña, por su sabor fresas salvajes, por sus complicidades mesetaria.

Las tuyas porque son solo mías.

Las cálidas, ternura, maternidad, luz. Las temblorosas: los pequeños te quiero al ras de su primera vez. Las que atrapan los sonidos, onomatopeyas las llaman: bisbisear. Las hay oscuras: envidia, traición, mezquindad. Las hay propias e íntimas: mi vientre, tus muslos, su azomar. Las grandes: educación. Las porque sí: dentífrico porque sabe a su boca, pizpireta porque me estalla entre la alegría, mar porque todo lo cura y fue un principio, minyín por ser un neologismo que solo yo puedo descodificar, trozito con su errata en zeta… Es un proceso realmente democrático: se abre el diccionario y se elige. Todas nacen desnudas construyéndose en cada uso. Dañan (como “Oír claros azotes en sus palabras” diría César Vallejo) o encumbran (“También los hombres pueden prometer, porque en la promesa hay algo inmortal” diría Borges) o te las tatúan (“Siempre, mi amor. Tú, mi siempre” susurraría su amada).

Se sabe que solo es lo que se nombra.

Atan y rompen. Cincelan, blasonan, erizan. Hay palabras que se han quedado en su boca, hermoso cinabrio que a veces fue bisel. Otras siguen pendientes, esperando su regreso, colgadas, absurdas, yermas en la mía (muevo mis labios hacia el beso, hacia el desorden, hacia la pasión; y nada). Como caballos, las palabras corren. Salvajes, lejanas, eternas.

"¡Ay de tanto! ¡Ay de tan poco! ¡Ay de ellas!"


“El día E” regurgiten palabras, trátenlas bien, mímenlas con las manos, en la cúspide de la lengua, aromatizadas en su punto de saliva justo al calor de la articulación; ambigú es femenina y delicada; asfalto brota mercurio; eternidad cuenta un cuento. Sigan.


300 fueron los soldados de Occidente y los primeros millones heraldos de mi lengua; hoy son 500. Y “El día E” me pillará en otra orilla de mi Atlántico, quizá subida a una guagua, tal vez voseando y acaso pescando, en chanclas y vaporosas telas, una de esas raras palabras que colgar de mi lenguaje.


Y qué maravilla.

Tanto y tan poco.

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