sábado, 23 de julio de 2011

La avería



"Cree que solamente en ese territorio ignoto y abrupto de la escritura y sus resonancias encontrará el tránsito luminoso que va de las palabras a los hechos, un lugar propicio para repeler el entorno hostil y reinventarse a sí mismo. Le gustaría ser capaz de proclamar que la mayor parte del día su espíritu no está donde suele dejarse ver en persona."

Juan Marsé, Caligrafía de los sueños.

Entré en mi casa que no era la mía. Chop. Pisé agua. Di la luz. Nada. Tiro de teléfono. Llamo a la propietaria del apartamento, Caica. Eran las nueve y media. Volvía llena de arena, alguna que otra alga incrustada en partes pudendas, muerta de hambre, replegada sobre mí misma y ansiosa de tirarme al vacío de una cama.

Estoy cenando en Santa Gertrudis. A diez kilómetros pero con obras en la carretera ¿puedes esperar? Cuelga, pienso qué demonios puedo hacer y te vuelvo a llamar.

Me siento en el escalón de la entrada. Se me acerca la italiana que dirige un negocio de ropa joven para maduritas operadas. Ma, qué ti ha pasato (me encanta esta suerte de hibridez lingüística).

Pues ni idea, no se ve, todo está encharcado y no puedo subir las escaleras sin al menos una vela.

¿No tienis bruciatore para ensendere? No fumo. Io tampoco, mai mi drogo. Ya. Tutti en la isla, sei normale. Io, Giusi... Yo Natalia, y no, si yo no tengo nada en contra, Giusi. Allora, Natalía ¿qué buscas en la Eivissa? Pues luz, armonía, contacto con la naturaleza, aguas cristalinas, recuperarme… ¿Estai enferma? ¿Ti patina la testa? ¿Sei mística? Suena el móvil. Caica al otro lado.

Tengo velas, cerillas y estamos en la rotonda de entrada. ¿Dónde estás tú? Con me. Interviene la asesora de vestuario. ¿Eres tú? ¿Con quién hablo? Nada, Caica, te espero, tranquila.

La banda de conejitas de un club de lujo ocupan la calle, las parejas de transexuales ríen, el escenario de cirugía plástica se enciende, la calle es una noche sin mañanas; en medio, como en una capillita, yo con mi bolsa de playa, mi gorro antisol, mis gafas, mi piel de arena y esas algas secas que me estaban irritando, ay.

Llega, al fin, Caica. Mi extravagancia dominaba toda la calle (creo que algún japonés me tiró una fotografía). Cuánto lo siento, debe de haberse roto una cañería. En unos minutos llegará el fontanero. Non ti preocupare, Natalía (urbs, qué extraña cadencia en mi nombre), sei in Eivissa, io sono tu amica, quieres átsido, calmantes, etsitantes, cristal, hierba bonna, un bello uomo que ti haga gridare… ¿pero de dónde ha salido esta? Me mira Caica. Pues es la vecina de tu casa, la del bajo. Ah, claro, es que a estas horas nunca frecuento esta calle. Qué mala suerte la tuya, cuánto lo siento. No pasa nada: un alfiler más. ¿Cómo? Sospecho que alguien tiene una pequeña muñeca, blanca, asiática, lampiña, que lleva mi nombre y que recibe agujas con cada una de las frustraciones de su propietaria. Machetazo de la tía: me roban la bici, un extraño acontecimiento irrumpe y me quedo sin una plaza universitaria que me corresponde, me pica un tábano en mi “pompis insolente”, io diría que más bene é un pimpante trasero, interviene la camella napolitana palpándome las nalgas, naturale sin operati (a todo esto entre armanis, ropa adlib y audacias coloristas calvinkleinmetrosexuales, una en bikini y camiseta, con chanclas, vaya). Prefiero pensar que todo esto se debe a una fatalidad orquestada por una bruja que me odia, al menos me río de mí misma. Llega el fontanero. Te dejo con él: he pagado a la canguro hasta ahora y temo que se largue dejándome a las niñas abandonadas: hay fiesta en Pachá y tiene entrada. Esto es Ibiza.

Te voy llamando, ¿vale? Un besito. Se larga calle abajo corriendo entre el desfile.

Hola, me llamo Alcides, el fuerte y vigoroso.

(Ya me tocó la china: otro jeringuillazo a la pobre muñeca nipona.)

A ver qué pasa. Ohhh, qué mala pinta. Mira, soy argentino, llevo 34 años en la isla, he visto de todo. Y tiene pero que muy mal aspecto.

Las damas primero (noté perfectamente el aguijón de su rijosidad en mi trasera). Entra. Le pega un puñetazo a la pared que sudaba agua: falso techo, mejor. Sale. Cierra el acceso central del agua. Logra que la luz se haga. Vuelve a la calle. He dado de nuevo la general. Mmmm, mañana a las ocho y media me tienes aquí. Necesito herramientas y un ayudante. Instrucciones: enciendes la vela, desconectas el automático (o bajas los plomos), asciendes hacia la cocina, abres la ventana, cierras la llave de agua y una noche romántica. ¿O no hay hombre? Mañana a primera hora te traigo ensaimada, la mejor de Ibiza, pastelería Los Andenes, en el puerto. El café lo haces tú.

¿Y no me voy a poder duchar? (quién me mandaría a mí bañarme desnuda, malditas algas.) ¿y qué ceno? Fruta: nada mejor para ese par de piernas. Ciao.

8.18, golpean a la puerta. Soy yo sin el aprendiz, ¿estás visible? Si no, me darás una alegría... Bajo las escaleras, abro la puerta, con algas revenidas entre las piernas, sorteando cascotes, escombro y goteras. El hombre asoma, tiene un rostro azulado, nariz ganchuda y encías al aire; me recuerda al Conde Draco de Barrio Sésamo. En la mano lleva una bandeja con “moje”. ¿Sabes cuál es la prueba del nueve con las mujeres bien parecidas? Contemplar su rostro en el despertar. Pasas la prueba. Podría ser tu padre, pero si me llegas a pillar cuando me vine de la Argentina, maldita edad.

Acabé desayunando con el buen señor. Dos hijos, una mujer a quien nunca deseé, Dios la tenga consigo. Ella en el cielo y yo en la gloria. Y cómo los hice, te preguntarás (la verdad es que no). Pensaba en la carnosidad contoneante de Sara Montiel. Apagaba la luz. Y date, me venía el gusto.

Llegué a Ibiza huyendo de una mujer. Allá no me faltaba de nada, mis padres habían hecho mucha plata. Sin embargo... Aún la recuerdo. Nos valía la piedra y la seda, con su pálida carne al aire, haciéndola girar sobre mi cuerpo, la mordía, grumosa, resbaladiza de mis salivazos (lo observaba mientras me refería la anécdota: el rictus, la profundidad de las arrugas, la mirada perdida). No he vuelto. Buenos Aires es muy grande, pero sé que la encontraría. Y bueno, acá me ha ido bien, esto es vida, belleza, tierra aún salvaje. Con un agua malísima: por eso me he hecho rico, ja. La gente cree que abres un agujero en tierra pitiusa y sale droga, no, no, no, "cuentos chinos del Barrio Chino". El imán del dinero de la isla está en las mujeres: con ellas te haces millonario. Eso es lo que se busca en Ibiza: engañarse.

Habló, habló y habló. Y escuché, escuché, escuché.

Bueno, será tiempo de arreglarte el agua. Antes una pregunta, porque, después de este desayuno confidente, una mancha más no le hará daño al tigre:

Tú no pareces buscar droga, ni mujeres, ni pudrirte de dinero… no veo restos de noche romántica. Los años no me engañan:

Tú también huyes. ¿Sigues pensando en él, verdad?

"Solo continuamente".

Vamos a arreglar esa avería.

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