viernes, 22 de enero de 2010

Il falegname

Da me.

Intentaba repasar las preposiciones italianas, falsos amigos idiomáticos donde los haya, cuando sonó el teléfono móvil para interrumpir mis incursiones en la lengua de Dante.

-Soy Silvio. ¿Paso ahora?
-Pues... verás...
-Escuché el tu mensaje y estoy bajo tu ventana.

Me sonó tan poético, que me imaginé como la bella Roxana en la versión infantil de Taï-Marc Le Thanh de Cyrano que cada noche de esta semana me toca leer a mis gnomos; con estos previos, quién le iba a decir que no.


-Sube pues -¿Prosa inmemorial?

Dejé la gramática y esperé a mi carpintero. Dos días antes tuve de visita a Antonio, el fontanero. En la intimidad a uno lo llamo Belarmino y al otro Apolonio, en honor al Novecentismo y a Pérez de Ayala; y a lo dionisíaco y apolíneo; bueno, y a lo mucho que admiro la riqueza en mente y en pragmatismo que ambos ostentan.

Se me dan bien, los profesionales del gremio, digo; (vaya quiebro a la norma: es que pasar del italiano al español y de la sesuda gramática a la arquitectura de interiores me provoca cierto vaivén, algo así como un alma bipolar. Ora maníaco, ora eufórico. Y claro, afecta a mi locuacidad y al constructo de mi sintaxis, a ver si se me va a escapar uno de esos parónimos cacofónicos que luego traen cola en prensa -del tipo, "¿Michu?, ¿Mino?"- y que una vez leídos tan bien me vienen, por cierto, para ilustrar fenómenos del idioma en mis clases). “No me vayas tan de al hecho” me parecía estar oyendo al viejo y no menos añorado Julio en un intento tan imposible como voluntarioso de recortar las largas, prolijas y maliciosas peroratas de su esposa.

Sigo entonces.

Suena el interfono.

Vieni da me. Silvio è puntuale.

-Hola pequeña –dijo revolviéndome el pelo–. De María de Maeztu a elfo con ojos. Los destinos del señor son bulliciosos.

Me costó bajar de la pose Visnú y le lezioni sono lunghe a la prosa multicontextual de Silvio, a pesar de que recibir a este hombre siempre granjea, per fortuna e sicuro, impressioni buone.

-Va bene... digo, buenas tardes, Silvio.
-¿Te pasa algo en la boca?

“Non cambia niente”, in effetti mi ebanista, pasase el tiempo que pasase, seguía auténtico, perspicaz, ligero y real como l´erba verde. Su historia: curiosa. De alto ejecutivo a un José sin Belén: “El estrés no tenía piedad; mi deseo siempre insatisfecho. Apareció Ramiro de la Calle, Buda y la felicidad; trino y uno. Todo a la vez. Entonces comencé a vivir de mis manos con recto esfuerzo y pocas ambiciones”.
Con síntesis, resumen, precisión y elipsis necesarias, Silvio me contó un día la razón de su existir.

Él tiene tamaño Odín y yo casi floto cual flor de calabaza de río, así que cuando abre el cuaderno y saca el lápiz orejero, él escribe sobre la litera de arriba y yo me subo en la de abajo para que mis ojos alcancen su grafía. Lo hice la primera vez que vino a casa y ahora ya es una especie de rito de recibimiento; él ríe a carcajada abierta y yo me siento una estampa de brocado en el alambre sobre el mueble-tren donde duermen mis hijos.

-Il cielo è azzurro... está cambiando el tiempo.
-Tienes que leer menos y vivir más, vidi, estás a medio hacer. Y no me refiero al orden sexual; sabes que para mí casi eres una hija, y te lo dice alguien desvirgado a los doce y con un catastro femenino como el de Luis XVI. En suma, que aunque ahora sea uno de los tópicos contemporáneos, no me refiero a la coyunda, sino a lo pequeño, a lo de fuera, a hacer una sola actividad con tiempo y disfrutándola –Sus palabras sonaban convincentes.

-Ah; pensaré sobre ello. ¿Qué te parece si vamos a nuestros asuntos? (por descontado, adoro tu clarividencia y tu don para la retórica, con todo, estás aquí como carpintero). Y de eso se trata: necesito otra estantería.

-Cagontal. Díjete que no más, vidi, que van comete los ácaros, pequeña oruga, que ellos tan creciendo con tanto papel y yo, de vez en vez, te veo más ruina.

He de aclarar que Silvio es un informante delicioso para cualquier dialectólogo que se precie de tal: ejemplo vivo de bilingüismo, diglosia y fenómenos de sustrato.

El mundo es efímero; pero hay ratos que toman una consistencia que diríase que hubo un Dios creador de una tierra eterna.

-Silvio, la última, ¿vale?
Me miró desde la oscuridad de su cabeza olmeca, con un mohín de desobediencia que fue derivando en una cesión en toda regla.
-Vidi, ¿por qué no me pediste a los Reis d´Oriente un libro electrónico? Convertías to esto en una biblioteca de bolsillo. Ye lo último.

“¿Tú también, hijo mío?”. Que venga mi Silvio, mi manitas de madera, mi Gepeto (I soldati sono coraggiosi) a tratar de venderme el artefacto o dispositivo o loquesea ese llamado e-books o e-readers, de apenas doscientos gramos y de una memoria capacitada para 1500 títulos me irrita el Karma o el éter corporal. No quiero el libro digital, amo mis volúmenes, el olor a papel, mis subrayados, la fecha de compra (¿quién era yo entonces?); sigue siendo una fiesta el correo de ChemaParadiso con su “Ya tienes aquí el libro x; pasa a recogerlo cuando quieras, un saludo, Chema” y la consiguiente búsqueda (palparlo, abrir su fragancia, explorar su índice). Que no, que no y que no. Me disfrazo de romántica.
-Quiero que me coman mis libros, envejecer con ellos, ajamonarme o amojamarme en una casa empapelada de tejuelos, dejarlos en herencia a mis hijos o a la biblioteca del barrio. No, Silvio, no lo intentes. Estoy de vuelta de ciertas ceremonias.

-Con lo estudiada que tas: vas perdete; no te ofendas, pero voy decite que si sigues en tu afán reaccionario paezme que te va a faltar la patatina pal kilu. Dan ganas de llamate zorola o mastuerza o zamuza. Con perdón, vidi, dígotelo desde el cariño infinito. Tas sin encomendar a Dios ni al diablo. O tas dejada de la mano de Dios; o vas necesitar Dios y ayuda pa ver la luz. Nena, no pues dar la espalda al progreso, y qué espalda ¿aliménteste bien?...Tas güesuda y seca.

“L´uomo è ragionevole”.

-Mira Silvio, quiero que ocupe de aquí hasta allí, madera y en oscuro, con estantes a varias alturas, sin cierre arriba. Dos cuerpos.
-Ummmmm, encima no se lleva eso. Tas vikinga del to.
-Che cosa è? Quiero decir... ¿Cómo?
-Esto no es un camino de rosas. Va a costate euros a esgaya, vas quedate a medio camino: antigua que no longeva.

Cuando empieza así, sale lo mejor del artista, pero me quedo coja ante su intención comunicativa: no me abro camino, no traigo el buen camino o no me pongo en camino. Y todo en un afán de seguir con la cortesía idiomática.

-Hoy vienes puesto "de camino". Te sigo, te sigo.

Le encantan ciertas expresiones aderezadas con una oscuridad expresiva que me apasiona: unos hacen sudokus, yo contemplo la elasticidad del idioma. Unos días van en bicicleta, otros huelen bien.

-Nena, hablar conmigo ye como andar por un camín de cabras; pero tú me entiendes: no te lo hago. Y no. Vas a la factoría sueca, ahorres, colóqueslo tú solina (y de paso aprendes y pones a funcionar les manines) y si no te va bien, abandonas la idea, regalas tanto volumen e inviertes en lo digital: un íbuks de esos.

-Che facciamo? Anda, Silvio, hazme un garabato y ponte con ella: quiero esa estantería, la necesito.

Todo esto lleva la mejor de mis sonrisas. Conveniente, tranquila, agradecida.

Él intentó conservarse como una aulaga, duro y espinoso.

-Si me lo haces, además de pagarte lo que me pidas, te regalo un libro y te recomiendo otro, de los que a ti te gustan.
-Nena, no quiero engañate, tengo mucho trabayu, no es plato de gusto dar margaritas a los cerdos: no al papel, sí a lo digital.

Le escribí en la hoja cuadriculada con ese lápiz maravilloso, grueso y que en lugar de escribir, tizna, mi última lectura, embriagante y magnífica: Borac Cosic, El papel de mi familia en la revolución mundial. Luego, alejop, salté de la litera, corrí hacia la biblioteca del pasillo (hay otras: en el salón, mi habitación, una esquina de la cocina, estoy por convertir una de las duchas en más de lo mismo). Cogí una antología de relatos de Buzzati. Empecé a leer...

-No sigas; mejor cuerpo y medio, pino, tintado en oscuro...
-Gracias, Silvio, ¡eres un sol! –dije con la comprobación de que todo sigue estando en los libros. Maravillosa seducción.

Él se llevó mi Buzzati y el croquis. Yo me quedé con su palabra, única, inflexible, rotunda. Ah y el italiano: Di chi è questo libro? Pero esa es otra historia.

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