sábado, 8 de septiembre de 2012

Mujer de mediana edad

A mi madre

"Antes es una palabra hermosa cuando estás solo, pero que se vuelve una carga, un garfio, un puerto en llamas del que debes alejarte cuando compartes tu vida con alguien."

Chus Fernández

Yo

Fatiga crónica.


Eso fue lo que el médico dijo. Fatiga crónica. Hay un intruso, en mí vive alojado, opera sobre el sistema nervioso, entre lo blando y lo eléctrico que me conforman. 
Preferentemente en mujeres de mediana edad. 
Todos los días alguna llega a quien se lo tengo que comunicar. Por otra lado, los análisis están bien. Acaso, bajo el colesterol bueno. Instrucción: coma pescado azul pequeño. Nada de piezas grandes, están intoxicadas, no se dice porque se acabaría con sectores de la economía de este país a quienes no les interesa que esta información se propague. Usted verá. Mi obligación es mencionarlo.
Procure su bienestar y sea feliz.
Sea feliz.
Sea feliz.
Después de la pubertad vino la universidad, los cambios, los madrugones y la búsqueda incesante de trabajo. La pareja y los años en que creí que la alegría era un estado conquistable. Dejé los zapatos altos, las blusas entalladas, los excesos y las noches de holgorio con desayuno. Los cambié por las sandalias, el uniforme de madre, el peso de la contabilidad y el fin de mes; las noches de agua, pañales, fiebre y pesadillas. Los pechos turgentes por las carnes tatuadas de estrías. 
Crecieron. Se limitaron a hacerse grandes entretanto yo invertía energía, tiempo y largos abrazos en ellos. Ahora entran y salen. Los despido casi según abren la puerta de casa. No quieren oír crítica alguna, mi opinión, no puedo permitirme el reproche, ni siquiera decirles "Os echo de menos, necesito que estéis". Tienen su vida. Me he quedado en esta orilla, de este lado; no quiero mirarme en ellos. 
¿Qué tienes? Estoy cansada. Muy cansada. 
Usted ha perdido la pasión. Salga, busque, cierre el túnel de los días. Haga lo que le apetezca. Ría. 
Durante este tiempo me he apuntado a clases de yoga, me aburro. A clases de natación, me canso. A clases de fofuchas, peor que las papillas.
¿De qué te quejas? Lo tienes todo. 
Estoy triste, estoy exhausta, estoy harta. Ni siquiera me está permitido nombrarlo.
Tremendamente infeliz. Me tienta la idea de quitarme de en medio. 
Lo que tú necesitas es una razón de peso para quejarte. Soberbia. Trágica. Histérica.
Te odio. Lo hago. No soporto tu carraspeo matutino. La caña ruidosa con la que salpicas el retrete cuando yo me lavo los dientes. De qué hablas y en qué callas. El ácido olor de tu piel, los zapatos en el alféizar de la ventana, tus tapones para dormir, las colecciones que te obsesionan. Cómo te subes a mi cuerpo mientras yo me distraigo en descifrar el tiempo degradando tu rostro, el cuello colgante, la flacidez de tus mejillas, los derrames de tus ojos, tu moreno verdoso, así, de viejo. Acostarse con la mediocridad. Ya no te amo. 
¿Puedes decidir a quien amas? ¿Puedes? ¿Se puede?
He olvidado cuándo y por qué.
No hay quien te entienda. Estás de los nervios, como lo estuvo mi madre, como lo estáis todas a partir de una edad. Me largo con los chicos.
Pero era el padre de sus hijos, el hombre un día extraordinario, quien la conocía y con quien sostenía un hogar, un patrimonio, una jaula. Amarlo aún, probablemente, era pedir a la vida demasiado. 
Perdió otros trenes. Brief Encounter. Sabio David Lean. "Una persona corriente". 
Pero una mujer decente no asume riesgos.
No lo hace.
No se hace.
No conocía de nadie que dijera lo que realmente pensaba. ¿Qué nos diferenciaba, por tanto, del chillido de los orangutanes? Tampoco sabemos si algo discurre por sus mentes. Tampoco pueden decir.
¿Y en qué se le había ido eso, la vida? Su aspecto malhumorado, su cuerpo ancho donde fue estrecho, su imperfección. El resto de un cuerpo hermoso, la melena abundante, la clase y la altura. Lo que el mundo describía como "realidad". La tallerista de la asociación de jubiladas donde acudía una vez al mes lo calificaba de "Síndrome Bovary": A todas nos acaba brotando algún día. 
A todas. Femenino. Plural.
¿Y qué ocurre con ellos?
Nadia murió, la vecina del sexto. Era su segunda mujer. No hace ni seis meses. Esta mañana me lo crucé perfumado y con brillo en los ojos, subimos en el ascensor, él, la redondita que lo acompañaba y yo.
Qué tedio. Qué hartazgo de vacío. ¿Pastillas? No, gracias. muchas de mis amigas las consumen para apagar la tristeza, para enderezar los días, para compensar otras píldoras; para calmar la euforia que la química elegida induce y desemboca en el insomnio. 
Aún me gusta el rubor que me provoca mirarme desnuda en el espejo, las nalgas caídas, las redondeces, la indulgencia de estos pechos, los muslos rozándose. 
Ceder. Una vez más.
La edad de la transparencia.

Ella

Le dolía aquella palabra que la subyugaba y la absorbía. "Ayer". De eso iba el relato. Con él se presentó al concurso. Y ahora, delante de los zapatos brillantes, del vestido recién planchado, de los pendientes con los que un día se casó, no sabía qué hacer. Si acudir a la entrega de premios o quedarse allí, quieta, una hora más, un día más, la vida que seguía corriendo por debajo de sus pies descalzos.
Lo oyó acercarse. ¿Qué haces? El tiempo se te echa encima. El neno te espera abajo en doble fila, el otro ha llamado por si nos había ocurrido algo, yo ya me he puesto la americana.
Se cubrió el cuerpo con la tela, se cubrió los viejos patrones, se cubrió los cascabillos de sus años.
Dio un paso adelante. Supo entonces que el desamor, el aburrimiento, la desgana se quedarían atrás para siempre. 
Fatiga crónica.
Sí. También lo supo. Que entre ellos dos ya nunca mencionarían la palabra "Antes".

1 comentario:

  1. Admiración, eso siento por tu fiel retrato de muchas mujeres.

    Y un abrazo de domingo, alegre.

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