Los niños, ajenos a la geometría de los adultos, nos sorprenden con sus apodos, aforismos y conclusiones. Una vez a la semana mis hijos y yo celebramos "Lo antiguo". Salimos a buscar una chuchería que a cada uno nos guste. Sin tasa. Sin precio. Sin normas. Y vemos un peliculón de los de antes.
El niño mayor suele elegir patatas fritas o Filipinos, el pequeño Lacasitos o Lacasitos, yo chocolate, antes caro, aún intenso y negro. No hay límite, están permitidos los excesos. Ellos ocupan sofá o suelo; a mí me toca lo que dejen. Bandeja en mano se acomodan, yo introduzco un clásico del cine sin que ellos tengan ni idea del género, damos play, et voilà.
Y te llevas gratas sorpresas, para el pequeño ninguna puede competir con El fantasma y la señora Muir, para el mayor, Centauros del desierto. El último día pintaba Mankiewicz, La condesa descalza. Entre los diálogos que atesoro para mis días, hay uno que hace mucho tiempo extraje de María Vargas, aquel en que explica por qué va sin zapatos y por qué los odia. Tiene que ver con su niñez y la pobreza. Con la mendicidad y las grietas que la infancia acumula en nuestra osamenta emocional. También con los miedos. La Gardner, hermosa "como lava", susurra "Tengo miedo a no tener trabajo y a vivir sin protección".
La película se desarrolla como todos sabemos. En Ava deseo y necesidad se funden hasta que el final trágico, del que sabemos desde un principio a través de la voz del narrador y una escultura de la bella, pone end al desenlace.
Necesitamos muy poco para estar bien, cierto. Salud, amor, alimento, cobijo; dicho de otro modo, "Trabajo y protección". El Gobierno repite machaconamente "Necesitamos muy poco para estar bien", "A arrimar el hombro", "La coyuntura económica lo exige". Somos lebratos que asistimos paralizados frente a los focos de un coche llamado dictadura económica entretanto usurpan el lenguaje. Insisten en sus lemas. Colonizan nuestros derechos. El indio pasó de ser libre en la montaña a esclavo en la reserva, el somalí de pertenecerle el desierto a ser cautivo en la explotación, el azteca de propietario del oro y las estrellas a porteador del Evangelio.
Los políticos no se ponen rojos, hacen como si nada, cínicos e hipócritas se sienten a salvo por el respaldo masivo de las urnas en su afán simulador. La infanta Cristina alquila su palacete y se muda a una casa unifamiliar modesta, Aznar cobra como consejero lo indecible de las eléctricas que curiosamente un día, también jefezuelo por votos, liberó de la cuadrícula de lo público, Gallardón impone creencia donde muchos lucharon por Derechos.
¿Y qué? Nosotros miramos y ellos giran la tuerca del ahogo: una vuelta más.
Nosotros, lebratos paralizados ante la luz de los focos. No obstante, "Cada hombre tiene una última arma", dice Charlton Heston en Kartum, "su vida". No harán de la expansión de una creencia el arma de la influencia social. No nos responsabilizarán del desastre porque por cada perversión del idioma, nos repetiremos "no sin trabajo, no sin protección; el arma, la vida". Entonces, tal vez, esta sorpresa e indignación quietas se transformen. No nos hemos educado en la posibilidad de una guerra, jugamos con las armas de la democracia mientras sus bastardos intereses operan en clave bélica pero con palabras constitucionales. Antes de la invasión, la mendicidad, el recorte masivo de derechos, el regreso a la España de los cuarenta, ergo, los días sin trabajo, sin protección, acaso dispongamos de nuestra vida. Y no será para ocupar supermercados y llevarnos carros de comida. Donde digan democracia, sentido común, arrimar el hombro, interpretaremos dictadura, mezquindad, abuso. En consecuencia, no miraremos los focos sino que buscaremos el camino. Y en él la ira y la vehemencia. Antes manejé la pluma cuando me enervaron (dejaron sin nervio, debilitaron, acosaron), hoy llevo un cuchillo en la liga de las medias.
El mayor me llama desde María Vargas "La condesa descalza", porque dice que no hay mamá más bella y que siempre que puedo me quito los zapatos. Yo me siento la condesa descalza, una más, todos condesas descalzas, no por la hermosa motivación que empujó a mi hijo a apodarme así, sino porque pretenden dejarnos sin trabajo y negarnos la protección. Lo que no saben es que en su continuidad e ingeniería Kartum será la próxima película.
Y el mantra.
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