domingo, 15 de abril de 2012

Vacaciones en Roma




Cada uno es libre de dar a su vida el sentido que le apetece. Para mí, la vida es educación: un proceso de aprendizaje [...] ¿Qué me interesa aprender? Cosas muy vagas. ¿Se puede aprender la humanidad, la belleza, el tiempo? No, no creo. Pero si hay algún lugar para intentarlo, ese lugar es Roma.

Enric González, Historias de Roma


Querido, ya estoy en casa.
Vengo de un lugar hermoso. Una ciudad opulenta, sin duda. La belleza de la Historia, la inesperada hospitalidad, el próspero y acariciante Tíber, la fuerza del Imperio, la moral renacentista, el lujo barroco, el dominio maduro y pornográfico del absolutismo papal;  la construcción de eso que se llamó el Cristianismo. He saboreado la alegría de la cocina, el bullicio serpenteante de las vías, el calcio en las bocas abiertas. Las miradas, mucosas que se nutren, abajo, en potencia, atrevidas, a la zaga de piernas ágiles de mujer. Hembras orgullosas, cimbreantes, brazos desnudos donde agarrarse, clavículas crepitantes, caderas anchas, entre motos, ruido adherido a la atmósfera como escama al camaleón. La llaman Roma; tan ajena y distante a mí, ignorándome y yo maravillada. Voy del contorno al centro. El Quirinal, barrio vivo, comercial, asiento de la rapacidad del mercado, bancos, empresas, trajes y maletines. Los autobuses forcejean entre el avispero de coches y motos, yendo, viniendo, en el labio exterior de la estación de Términi. La rozan, la trillan, la hoyan, sin destino; impasible no solo al tiempo, como la describió Enric González, sino a la existencia sobre ella de lo humano.
“El amor es líquido.”
Subo a una de las cuatro basílicas, Santa María la Maggiore, encendida, acicalada para su domingo de Resurrección. Las familias, disciplinadas, correctas, obedientes, sumisión adquirida, hijos con brazos en cruz, las mammas pintadas en ceja y morro, incómodas en trajes que las pintan más viejas, ocasionales, disueltas en el grupo, invisibles. La piedra calmosa los contiene, populacho y curia, más de setenta cargos de la Iglesia ofician, rígida jerarquía, celestes dominios, proceloso baile; suenan los cánticos y las ofrendas. No lo dije: misa de once. Paces cordiales, alias de un culto anacrónico, insulto a un mundo en crisis, extenuado, descaradamente fagocitado. Oro, rojo y cardenal, letanía de tocados, vanidades disimuladas, ascensos expectantes. El púlpito se viene arriba. Mi mirada se pierde en lo escénico, en lo teatral, cuando mi vecino de banco increpa a un turista en bermudas y sandalias que fotografía compulsivamente este espectáculo. Busca mi ojo cómplice, lo golpeo en mi desprecio. Los mosaicos insultan en su belleza, arriba, no pueden esconderse. Las volteretas del campanario acompañan la salida de la curia; carne dilapidada, siniestra, maloliente.
“Se filtra, se escurre, gotea. Tu recuerdo. Fuiste tú quien un día me dijo que allí me encontraría. Te sentará bien Roma, ma petite.”
Desciendo por entre las blandas colas hacia el pulmón. Via Nazionale. A la izquierda el mercado romano. Al frente, la columna de Trajano, la almendra rancia y abultada del palazio Venezia, su plaza infectada de hordas con cámara al hombro. Panza de burro el cielo. Se dispersan aquí y allá escalones de flashes. Vía Corso, muros palaciegos, renacentistas, barrocos, firmas de moda, vespas y baci, lanzadera de consumo. A la derecha Plaza España. A la izquierda Piazza Navona. Calle abajo Piazza del Poppolo.
Caravaggio me gusta en todas las iglesias, en todas las versiones, en toda su mirada. Su Loreto me resulta turbadora, mórbida a lo profano. Por Via del Babuino donde las mujeres se bambolean en ajustados vestidos de firma italiana sobre tacones que las sostienen con codicia, entre el pasillo de tiendas de moda y burguesía ociosa, llego a Piazza di Spagna, más Bernini, escalinatas y jóvenes hermosos se confunden. Dicen que se reúnen tanto para mirar cuanto para ser mirados. Por qué no caminar un poco más y lanzar las dos monedas, en rigor una para el deseo, otra para volver a la ciudad Tiberina.
“No estás tú.”
La Roma imperial, antigua, pesa y narra. El Coliseo, el arco de Constantino, las ruinas desde la colina del Campidoglio.
Me alejo. Cerca del Campo dei Fiori, en el restaurante “La Pollarola” juran que fue asesinado Julio César. Plaza de mañana en flores; de noche, agitada, colmada, revuelta: cantan, ríen, beben cerveza. Los hombres en Roma te paladean como nunca volverás a ser mirada. Te dicen, se insinúan, ponen nombre a lo que en ellos provocas. Me siento, leo, contemplo. Te extraño. Cómo te extraño. 
En el Ara Pacis, tras el paseo por la via Giulia, bella como París, lánguida como Lisboa, oscura como Casablanca, me escabullo en la exposición sobre las Vanguardias rusas. Una vez más, la geometría de Malévic me interroga. Cuánto que contarte. Qué lejos estás.
“Si te casaras conmigo, allí te llevaría. Miel en la luna de tu vientre.”
El Panteón me eriza. Debajo de la boca, en el epicentro de la cúpula, me dejo llevar por lo místico. ¿Dónde estáis, pecado y milagro, ahora los dioses?
“Nostalgia de ti. De nosotros. En la seguridad de que he encontrado al hombre de mi vida; en el descubrimiento de que nunca estará conmigo.”
Hayas regresado o no, viniste, paseé tu ausencia, deseé besarte en el Café della pace, donde es imposible no cerrar un buen trato, no dejarse engañar por Roma, no enamorarse. Cruzaremos los dedos en los museos vaticanos, admirando intensamente la capilla Sixtina, sabiendo que la ceguera de Michelangelo fue justa ofrenda; enloqueciendo bajo la demencia pictórica que Pozzo imprimió en los frescos de la cúpula jesuítica. O la simple locura de quererte así, no importa dónde; sombra mía.
He seguido viajando. He seguido leyendo. Cuando vuelvas -hazlo, hazlo, hazlo-, quiero llevarte a la ciudad que contempló, callada, el  asesinato de Pasolini. Y besarte, que me beses, besarnos. Restregarme en ti, uva, caldo, babas.
"Calla un poco, hablas demasiado cuando tu boca se hizo solo para esto, ratita resabiada."
Dibujar pisadas de cuatro en cuatro. Manos cerradas entre las mías. Emocionarme, ahí, contigo, ante ese cuadro, frente a aquella escultura, bajo la cúpula. Contarte todas esas historias que se han ido escribiendo sin ti. Que irán creciendo, reproduciéndose hasta el asco; pariendo para que vengas a buscarlas.
Lo demás lo sabes. Todo.
Tuya

1 comentario:

  1. Mi parte favorita de ir a Roma, es visitar cada iglesia cada reliquia. La piedra calmosa los contiene, populacho y curia, más de setenta cargos de la Iglesia ofician, rígida jerarquía, celestes dominios, proceloso baile; suenan los cánticos y las ofrendas.
    Fuente: galapagos islands tours reviews

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