viernes, 17 de julio de 2009

Crónica poética



Gerhard Richter

Me gusta la profesionalidad; no la titulitis, ni el linaje, ni el agibílibus. Camarero, agricultor, médico o criador de West Highland Terrier. Repito: la profesionalidad.
No soy periodista, nunca lo he pretendido. Me disgusta la crisis por la que pasa el sector, el abuso, los bajos salarios, el cierre de medios; pregunto a mis amigos del gremio por las causas de la carcoma, el desequilibrio, la mala inercia. Cada uno aporta sus argumentos; todos asumen el problema. Algunos dirigen el dedo hacia el intrusismo, la proliferación de gabinetes de prensa o el desprestigio de su labor: "La gente piensa que cualquiera puede serlo". No es así. Nunca es así. En ningún oficio. Desconozco la fontanería, me aterra que mi coche encienda alguna luz porque no sé ni por dónde entra el aceite, descubro magos en cada amigo "Chapucerillas" que me arregla una puerta, la persiana que sube mal o el desagüe que no traga. Siempre tengo a mano para los desperfectos Páginas Amarillas y así va mi economía; pero el estado de mis cuentas no es el tema.
Eso sí, curiosidad no me falta. Mi amiga Helena, la mejor enfermera, se ríe cuando le pregunto cómo se pone una inyección, mi mecánico Primarso tiene toda la paciencia del mundo cuando me agacho con él a que me enumere las piezas de los clásicos que reconstruye, Arturo Mely, nuestro amigo confitero, me llevó una mañana a hacer cruasanes con él, Juanjo me subió en tractor a recoger el ganado a los montes de Yermes y Tameza... Podría seguir, pero no quiero perderme en enumeraciones abiertas: mis conocidos saben que soy una curiosa insaciable. Les hace gracia esta perversión mía, así que me la alimentan.

Y claro, llegó el amigo periodista. Gracias a la confianza (más bien generosidad) de Miguel Barrero esa madrugada pude hacer una crónica poética para el periódico de la Semana Negra A quemarropa. Me planté en el evento con mi Moleskine rojo, regalo de un Embajador, no voy a decir quién ni de qué país, una tiene su lado en sombra ("-Estoy con usted. Pero tenga cuidado. Además, la gente es, precisamente, lo que oculta", Luis Alberto de Cuenca dixit); y un bolígrafo Bic cristal azul (el glamur llega adonde llega, no más). La encantadora Julia me escuchó y me explicó el protocolo y, al llegar la hora acordada, allí estaba yo, jugando a ser "cronista". Qué difícil. Mucho texto, demasiado que contar y muy poco tiempo para llegar a casa, encender el ordenador, ponerme a darle forma al cubismo de impresiones y enviarlo para que en el taller pudieran cerrar la edición e irse a la cama (durante estos días apenas duermen; sus jornadas son largas y agotadoras).
Me puse a escribir. Sólo sabía mirar el minutero de mi ordenador que no paraba de avanzar; en mi caso las palabras medidas y los réditos del tiempo no consiguen un buen maridaje. Se intentó. La intención, la mejor; las ganas y el entusiasmo, todos. La voluntad y el compromiso, montaraces. No pude recoger versos bellísimos, ni anecdótas de los poetas, ni las curiosidades del acontecimiento; apenas lancé los títulos de los poemas elegidos. No me cupo cómo cada uno fue tomando su lugar, quién besaba al otro y quién estrechaba la mano; cómo me enterneció la historia de 51 años de amor vivida y contada por Félix Grande, grande, grande; el respeto de García Montero por Ángel González o la admiración que le profesan él y Félix Grande a Antonio Machado; o la dicción y modos de Marco Antonio Campos: el canto de su voz sobre los versos, sus elipsis aristocráticas y el espacio para las pausas, como abrazos de silencio.
Ni tampoco.
Los aplausos y los vítores, Bravo, Bravo, de un público enaltecido por los poemas de amor que cada uno de los poetas escogió para esa noche. La cintura de Taibo, su buen hacer. Y el poder de convocatoria de la palabra: una de la madrugada, la Carpa del Encuentro completa, día laborable; luego dicen que la poesía es la hermana pobre de las letras.
Sentí la urgencia, la rapidez y la fuerza del idioma; pero, sobre todo, la dificultad de ese menester. Yo sólo era una invitada. Ellos hacen esto todos los días; a menudo, varias veces. Que este texto sea una simple huella, el rastro de lo que yo no soy, pero por una noche he sido.
La fusión de competencia idiomática, pericia informativa, selección, jerarquía y pertinencia de datos, todo enfajado en unos tiempos y espacios pautados, me parece una labor durísima; un afán encomiable.

Así, más o menos, me quedó mi crónica. Gracias, a Miguel Barrero por el capote, a Julia por abrirme hueco, a José Luis Argüelles por compartir un espacio propio, a Ángel de la Calle por permitirme escuchar y al taller Morilla por abrirme, de madrugada, la puerta de su "casa".

Temperatura poética

Semana Negra. Madrugada del 17 de julio. Gijón. Atmosféricamente: un extraño.
A la una de la tarde ardía.
A la una de la madrugada, sin embargo, en las vísperas del recital de poesía, en la Carpa del Encuentro todo eran gases y fluidos fríos. Los tres poetas formaban un triángulo frente a los asistentes, que, sentados sobre plástico o madera, observaban cada ángulo lírico. En la izquierda, Marco Antonio Campos (Ciudad de Méjico, 1949), con chaqueta azul y bufanda a cuadros rojos y grises, sonreía, aliviado, al serle entregado su libro, aquél que él había olvidado con los versos destinados a la lectura nocturna sobre alguna mesa de algún café de este Gijón en el que dice sentirse tan a gusto; en el centro, como un oyente más, descansaba en una silla de madera, Félix Grande (Mérida, 1937), abrigado bajo el color caldera. Sonaba en una voz y una guitarra El sitio de mi recreo, el primer ángel invocado en la noche: Antonio Vega. El último, cerrando la figura por la derecha, fue Luis García Montero (Granada, 1958).
Taibo de rojo, con una bebida de cola en una mano y el micrófono en la otra, invitó a los ruidosos a sentarse o a autodesalojarse. Con el silencio llegaron las presentaciones. El abrazo y cada escritor a su silla. A la una y cinco Taibo II convidó al segundo ángel de la noche, el poeta Ángel González, a quien agradeció, “Allí donde estés” la fundación de aquel proyecto: una noche en Semana Negra para la poesía en la voz de sus poetas.
La convocatoria según el criterio de antigüedad en este evento la abrió LGM, seguido de MAC y cerrada por FG. En principio cuatro rondas de versos.
Pero el clímax necesitó una más.
“Nunca grandes prólogos ocultaron bellas palabras, así que os dejo con ellos”. Taibo se fue y el poeta granadino inició el acto leyendo un poema inédito, dos folios blancos entre sus nudosas manos: “Tal vez nos vamos de nosotros mismos pero queda casi siempre una puerta cerrada”. Lo cotidiano, las pequeñas manías, el neurótico que llevamos dentro, la realidad, una vez más, convertida en materia poética. "Todo es raro y difícil/como llamarse Luis/vivir en el segundo izquierda…" Y el aplauso.
Marco Antonio dio las gracias por hallarse allí, afinó su voz de perfume mejicano y abrió su participación con un grabado español, un Toledo de río y eufonías, de repeticiones y clásicas imágenes, de referencias a la Antigüedad. Gesticulaba su mano derecha como si hilvanase cada verso, cada rima, cada anáfora o personificación, quién dice que lee, el poeta aprieta y declama:
"El río bebe la nieve y dice al detener la lengua su nombre oriental…Sólo sé que soy alguien/ un aire, un simulacro…que asumió la desdicha y el propósito".
Félix Grande escogió, después de los agradecimientos, llamar al siguiente ángel de la noche, Antonio Machado: se pone las gafas y sostiene el libro entre las manos, sobre la mesa, en el aire. Habla de sus cinco abuelos. Los tres adoptados, Bach, Pablo Iglesias y Machado. Siempre Machado: "Es como un milagro… allí donde el corazón está perdiendo la vista veo paciencia…"(Machado: consuelo, bálsamo, misterio y silencio). Y el hueco que se le abre en la casa familiar: "Una silla para ti, la mejor, la más vacía".

La atmósfera mantiene su tendencia al equilibrio: los gases y fluidos calientes nacen del verso, del poema; de aquellas tres voces. Rotundas, mágicas. El público aplaude. Ya no hace tanto frío. El gigante de la feria también calla. Y escucha.

LGM leerá dos inéditos más en sus cuartillas: “Hay hombres que parecen un paisaje” y “El idioma es la patria del poeta”. ¿Quién dijo que no todo contenido puede caber en el recipiente del verso? Los amigos, las palabras. La poesía tensa, contenida, emocionada. Discursiva y bella. Él también habló de Ángel González y de Antonio Machado. “Colliure”: "…emoción de saber compartir una derrota". Terminó con “Nube negra” un poema, rítmico y anafórico, escrito para su amigo Joaquín Sabina: allí donde se escriben las canciones con humo blanco de la nube negra.
Marco Antonio nos leyó en sus turnos otro grabado, para Paulina, el tú, las grandes y feas palabras: "Yo quise, anhelé que mi cielo se hiciera en este mundo". Un poema al amor adolescente (entre el Mistral y el patio del colegio, cuando no existe el ayer y todo es mañana: "Eres la reina/no sé. Tal vez"). También volvió al mundo clásico con “Cefalonia” y la hermosura de la isla de Itaca. Grecia y el último viaje. Cerró su intervención con unos versos dedicados a Claudio Rodríguez, el penúltimo ángel, el penúltimo invitado a la mesa: "Tú deja que esta calle/siga hablando por ti, por mí, por todos."
Ya habían los poetas ahuyentado el lobo del frío.
Félix Grande, en estrofas tradicionales, homenajeó a los amores perdidos “Alegría”; a la esposa después de 51 años, Francisca, con su soneto “Boda de oro” (la mujer que hace las mejores tortillas de la Europa occidental, las cenas que tanto gustaban a su amigo Claudio Rodríguez): "Ahora es por fin cuando el amor comprendo." Cantó a la guerra y recordó la belleza de la seguidilla de Miguel Hernández, el último ángel invitado, “Nanas de la cebolla” con “Nanas de la metralla”, escrito para su hija Guadalupe con motivo de la noche de la matanza de los abogados en la calle Atocha, enero de 1977. Quiso en la ronda extra entregar su voz, en memoria de Claudio Rodríguez, en recuerdo de las postrimerías de sus noches, al flamenco: la belleza de lo inefable capturado en apenas 20 ó 30 sílabas, las que caben en una copla. También al gusto de Antonio Machado y de Ángel González.
Los celos. "La noche del aguacero dime dónde te metiste que no te mojaste el pelo. "
El saber no ocupa lugar. "En la hoja de una oliva escribí yo esta sentencia: aquel que quiera ser sabio, qué trabajo le cuesta."
De tema social. "Mira si soy desgraciado que estoy deseando morirme para dormir atechado."
El miedo y el escalofrío. "Mira p´arriba y verás los tres balcones abiertos y una ventana cerrá."
Eran las dos y cuarto. La muerte, el amor, el tiempo, las palabras, la guerra. El último aplauso.
Y el calor.


No hay comentarios:

Publicar un comentario