La muerte, contestó severísimo el poeta, me busca y se divierte mordiendo pedazos antes de devorarme por entero.
Pablo Gutiérrez, Ensimismada correspondencia
Tiene el pelo tosco, recorte oscuro en marco para una piel amarillenta. Fuga del puente que va desde su madre hacia su hija. No nacida. Aún no. Jamás, quién sabe. Cuando te mira lo hace desde un lugar oscuro, flotante entre su biología de muchacho y su mirada de hombre. Allá donde sus pensamientos fluyen nunca existe la sustancia de ciertas palabras. Paz, por ejemplo. Resbala. Zozobra. En sus ojos no se ve fondo. Reflejan. No cuentan. Se desteta en ellos lo que haces, lo que dices, lo que eres. Al darte la vuelta, las líneas en cuña de tu cuerpo bajo la falda se entrelazan en lo turbio para contemplarte. Él sabe que tú sabes. E imagina líquenes en llanos limosos, flemas pálidas resbalando, desde su mente por entre tu cuerpo, manos toscas lentamente, no siempre, ordeñando, estrujando, abriendo carne, igual que bocas de peces. Lo ignoras. Te incomoda, sí. Disimulas. Tonterías.
Qué importa. Tú eres una realidad más que nunca estará a su alcance. Otra. Como unos buenos zapatos, un hogar caliente, la voz de alguien tuyo celebrando el regreso. Nada más. "¿Qué es eso?". Y puede que se case. Su abuelo lo hizo, su madre también. De su padre solo sabe que vende hierba de calidad y practica surf en una playa de postal brasileña. Las mujeres son momentos de fiebre. Todavía eso. Hay coraza. Amor, no.
Le gustan los poemas, las delicadas palabras en cadena caprichosa. Todo aquello que dice mar. Y lee bonito, nasalizando la dureza en los quiebros de la oralidad. Memoria. Desafecto. Apenas recuerda los sonidos de su lengua y sueña que un día fue familia para alguien.
En su vida no hay mariposas amarillas. Ni zonas. Ni sabores de magdalena. Sus juegos dibujan una flecha, el arco tensado, la diana en círculos. Perdición. "Mato moscas a puñetazos", dice. "De verdad".
Plaf, plaf, zaca.
En el parque lo respetan, saben que solo juega en lo híbrido, que tiene vocación, lava en la cabeza. Las bandas coquetean con la fatalidad de que nunca será suyo.
Ni de nadie.
-¿Lo dejas?
-Es lo que toca.
-¿No quieres intentarlo?
-Es lo que toca.
Abandonó su libreta, el bolígrafo y un lápiz roído. Para qué clases donde no cabe todo esto. Hizo lo previsto. Se apoyó en aquel lado. Sin raíz, ni tierra, ni barandillas.
-Es lo que toca.
Ni siquiera los poemas. El mar.
Que sí la cuchilla. Que sí. Solo el ataúd y la cuchilla.
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