sábado, 15 de enero de 2011

Rebeldes


Sade, "descendiente luciferino, hijo de la luz caída, la luz negra", es autor de una proclama materialista y satánica que, más allá del emblematismo o el símbolo, se acoge a la más amplia estela filosófica de la negación. El Diablo, en su soberbia desmedida, es el arquetipo de ese libertino iluminado por su propio siniestro resplandor que, negando incluso el reino de la naturaleza, rebasa movido por el odio todos los límites de la convivencia mediante un relato que se alimenta de sí mismo y se funda sobre sus propias repeticiones. La insensibilidad, dedicada permanentemente al mundo artificioso e infinito del crimen y a la empresa dramatúrgica y pedagógica de la perversión, deliberadamente se excluye en su delirio de toda forma de comunión y ecumenismo. En la soledad del crimen no existe posibilidad de compañía de iguales, solo hay víctimas obedientes, objetos eróticos siempre aniquilables, pero siempre necesarios, sobre los que se practica un dominio ilusorio y en cuya destrucción se cifra el logro máximo del libertinaje soberano. Solo el placer -perpetuamente insatisfecho- legitima y justifica las acciones del libertino, por más que su propia existencia pueda ser puesta en peligro por la búsqueda de tal. Solo la rebelión ofrece una promesa de plenitud al ángel caído, por más que en el éxtasis vindicativo de su pecado pueda ser arrojado al abismo del enmudecimiento, a la celda ominosa desde la que mira todavía al mundo devorado por sus llamas, por el sueño ardiente de su omnipotencia."

VICENTE DUQUE, "Donatien de Sade: la palabra enferma"

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