domingo, 21 de noviembre de 2010

El aire


Milton Avery, Mar negro (1959)

3

Su cara,
sobre todas las cosas.

Oigo su voz y pienso en su
no voz, en sus
no ojos, en sus
no manos, en su

no cara,
sobre todas las cosas.

4

Queda
muda,

en el vientre
del ojo,

la inacabada
imagen

de ti.

"En el vientre del ojo", Misael Ruiz Albarracín (El hueco de las cosas, Editorial TREA)


Dicen que fue un aire. El cielo se abrió hinchado de agua. El mar se volvió negro. Duro. Como de hierro. Con su lengua oprimida lamió la costa, absorbió miradores, hombres, mujeres, barcas, cementos desde donde lo encierran. Luego descansó. Y dejó como huella un aire extraño. De corazonada o premonición. Dicen los zahorinos que estos aires son difíciles, que traen dolores y muertos.

Siempre lo llamaron el poeta: como Neruda era hijo de ferroviario y como él, quizá por ese origen, amaba los viajes y los versos. Amó demasiado decían. No supo estar comentaban. No tenía dueña rezaban. Y un murmullo ancho se fue haciendo con las bocas.

La muerte no lo encontró en una cama con la vida hecha y el orgullo de haber llevado a su aldea un poco de mar. Se la tropezó en una madrugada, dentro de un rifle de caza y recogida en la sección de Sucesos.

Ella no estaba bien. Había dejado de ser de este mundo: las voces, los aires, las sombras. Puñados de malas ideas anidaban entre las sienes. Su salud se resentía. Le habló de amor, de lealtad, de una mora de sangre que pudo haber sido su hijo, de sus sesiones con la terapeuta, de su falso discurso, de su cobardía. Él solo oía ceremonias de lo que ya pasó, liturgias de amante vieja, salmos enfermos.

El miércoles un coche atropelló a una chica en mitad del puerto. Los aires.

De madrugada murió el poeta. Lo mataron.

El jueves un zorro apareció colgado en la puerta de un vecino. El jueves se hablaba de bandas de atracadores. De fuera. Nadie de allí. El jueves, el aire volaba rencores como cometas. Y el murmullo se hizo grande. Un poco más. Como un vientre de ballena.

El viernes resultó ser una zorra.

El viernes el mar se volvió otra vez oscuro, manso, dejó que la arena lo atravesara. Se dejó hacer. Como la muchacha.

"Lo peor está por llegar. Lo peor está por llegar. Lo peor está por llegar" así dicen que machacaba el eco. El murmullo más y más. Un poco de allá, alcanzando lo grande.

Ella dijo que no olvidaba un mal güisqui, un mal polvo, un mal hombre. Lo oyó una vez en una de esas películas que tuvo que ver sola cuando la rabia le mordía la calor y buscaba, en vano, restos de su polen entre las piernas. Ahora tenía rostro. Sin groserías, sin acentos de hombre, sin pistilos, sin carne.

Lo mataron aquellos aires. Y así fue.






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