sábado, 6 de febrero de 2010

Si te aman las mujeres

Las dos chicas de enfrente hablan de sus disfraces. El señor que llevan al lado se pelea con un sueño contumaz que ya le propinó dos buenos latigazos de cervicales. Mis dos compañeras de asiento debaten sobre quién tiene la correcta interpretación de las palabras que la suegra-abuela les había escupido antes de que, muy dignas ellas, abandonaran la mesa de merienda y se fueran a coger el tren. Yo leo. Pero tanto crucigrama de conversaciones me impide disfrutar de una entrega concentrada: erré en el horario. Tenía que haber esperado el siguiente.
A veces todo nace en el cuándo.
Suena mi móvil y tú me preguntas, en un mensaje de texto, educadamente, sin fallos ortográficos ni apócopes endiabladas, si puedo solucionarte una duda ontológica, ¿Escogemos arena o melocotón para el pasillo? Y en ese instante de realidad, tu rostro resbala sedoso, entre mis pensamientos. Te veo reír a altas horas de la madrugada, revolver el pelo mientras lees el periódico, acariciar tus hombros cuando cuentas, gritar al agua de pronto fría en la ducha, lamer el cigarro entre la boca con ese gesto tan tuyo, tan antiguo, tan de cómeme los labios. Entonces sonrío en esa aglomeración humana sobre ruedas, y las chicas del historial carnavalesco me miran, la nuera y nieta se callan y el dormitante hombre flanoso despierta. El presente se encoge y se expande. Nuestros sosias acuden al rescate. Contesto: Arena. Siempre. Respondes: Llueve, ¿te paso a buscar con mi alfombra para que no te mojes los pies? Sigo: Da igual, hay taxis. Me fascinas: No. Que no sepa yo que esos zapatos fríos dibujan otras huellas. Sigo sonriendo mientras taladro las teclas del teléfono: Vale. El tren llega en quince minutos a la estación. Tú: te lo cobraré en especias. Cárnicas. Por supuesto. Guardo el móvil en el bolsillo de la cazadora y miro a través de la ventana. Hay pocos momentos en los que el humano paladea su presente: todo acaba siendo recuerdo; hay pocos momentos en los que el humano disfruta de lo que tiene y no de lo que anhela. Pero ahí, en aquella anguila metálica que corre sobre raíles, me alegro de que te quedaras en mi cama. El móvil: otro sms. Es mi amigo Javier, me confirma que coge el vuelo a Madrid, que se alojará en ese hotel a pesar del nombre de la calle: Virgen de los peligros, que me agradece la información y que nos vemos a su vuelta. Y me hace feliz hacerle feliz. El hombre, que ya no duerme, me mira intrigado, tanto mensaje, tanta sonrisa. Le sigo dando en el gusto. Otra señal intermitente. Es Enrique desde Sevilla: Sevilla, oh, grande, callejera, orgullosa, abierta, brillante. Llegué justillo al AVE. Le digo al taxista ¿iremos bien de tiempo, cómo lo ves? Mira y dice: hombre, le da tiempo a comprá el periódico y leel-lo con crusigrama y tó. Me carcajeo y el señor me hace la ola. “Próxima estación La Calzada”. Encuaderno con hilo e ilusión los retazos de un día cualquiera. Me vienen a la memoria unos versos de Álvaro. Cartografío afectos y lealtades. A esas alturas del trayecto, me dejo pasear por las cosas de ella. También por sus ausencias. O por sus silencios.
A veces todo nace en el dónde.
Bajé y ella estaba allí. ¿A casa, cielo? Y en el beso, lluvioso, con pretensiones de eterno, destilando todo el sabor de una vida en común; en el calor de su humedad, en los huecos de quien he herido y amado a partes iguales, en su revoltura sobre la mía, en mi mano sosteniendo la fragilidad de su nuca, sentí la voracidad de su regreso: era su caligrafía la escrita en mis cuadernos.
A veces todo nace en el cómo.
Enredado en su conversación, en aquellos ojos que sonríen y verdean, en sus andares felinos, callo y saboreo su modo de haberse quedado. Que ya no me mintiera, que dijera que me echaba de menos, que fuera verdad que se moría porque volviese. Sin explicaciones, sin glosas a los tiempos de carencia: sólo disfrutando del final, de que después de tanto y de todo fuera yo el elegido.



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