domingo, 22 de diciembre de 2019

Love is more thicker than forget

Y de pronto. Del todo. Risas, mañanas de paseos y mar. En bicicleta, por si me conduce a ti. Tú sí eres. Regreso bajo las luces de Adviento. Palpitantes. Cierro esta novela. Contemplo un cuadro. Releo: líneas de lecturas compartidas. Vuelvo una y otra vez a las imágenes que desde entonces reclaman presente. Ahora, hoy, mientras. Hay siempre un lado. Y este. Aquí. Desde antes. Las películas nos cuentan. La empatía de quien sin saber que al escribir me habla también de ti. Viajes traicionados. Muchos lugares futuros que suceden nuestros, aunque tú no.
Me pierdo en la biblioteca. Los lomos hablan. A menudo. La luz. Soledad. Fantasmas. Cubo en el secarral. Una habitación azul en ropa interior blanca. Fragmentos tuyos entre mis manos. Nueces y mandarinas sobre una sábana de julio. El reflejo: carne en el espejo.
No pude. Nunca arrancarte. No. Nunca. Lo supe cuando dejé las llaves sobre la mesa junto a la piel de mi ejército. Donde con un gesto se entra en la última batalla. Clausura; entre el yo que solo fue en ti. Y me creíste. Vete, vete.
Y pudiste marchar, construir lejos de esta nuestra tristeza. Viajar hacia el limonero y la carne aleteante.
Enredadera mía: amar en infinitivo supone tiempo plano, sin grietas, aspecto no terminativo. Siempre. Me quedé, huyendo de ti. Cordura o nuestro destino.
Y estaban. Sin culpa. Entre hojas por escribir. Pero yo te velo. Sé de tus penas. Y lloro. Sé de tu alegría y muevo los labios vocalizando tu nombre.
Cada hueco, mi lengua, tus fonemas.
(Si se produce el intercambio, utilizo saludos manidos, planes vulgares, cháchara torpe que no dicen. Señales fáticas. Cuánto nos añoro-¿Todo bien?-. Cuánto. -Cuídate- nos añoro, nos añoro, nos añoro. Las palabras avezadas mentirosas.)  
Poco más de dos palmas en sus años pero fija su mirada en él. La niña camina y queda quieta en unos ojos. Yo los miro desde fuera. Se reconocen. Acaso les hemos dejado, inquietante testamento, la herencia de la infelicidad. Se observan. Ella parece enamorarse. Como cuando tú. Yo le digo, no, no, no. Tu carne y la mía están unidas para siempre. Fue antes y después. También de ti. Quita los ojos. Busca otro pozo. No. Este no. Sombra.
Cada vez. Cada vez. Las calles de esta ciudad que no somos capaces de abandonar.
Le doy la mano, me lo llevo de ahí. La niña, con ojos ya de hembra, muesca de desaprobación, lo ve partir. La miro: cuando hoy de noche, en la liturgia del cuento, lo abraces, niña, llévale mi aliento. Cuéntale que su ruido me habita. Él sabrá la melodía. Serena, cálida, constante. Ahí. Esperando que los dioses lo hagan regresar. A mi boca. Feliz Navidad, mi bien, en sus ojos están los tuyos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario