martes, 21 de julio de 2009

Vacaciones en Grecia





“[…] los hombres, ni en compañía ni solos, son capaces de actuar, de dar un paso, de saludarse, sin someterse a algún modelo, esto es, sin estilo ni ejemplo.”

Stanislaw Lem, Provocación.


Le cuentan que el verano es un momento difícil para las parejas. La estadística, principio de autoridad en los tiempos que vivimos, no deja lugar para el trampantojo; el oráculo no miente: las cifras de divorcios.

La diversión en lugar de la rutina; la elección sustituyendo a la obligación; las camas anchas y los cuerpos desnudos sin la superficie roñosa del cansancio. No hay excusa para la abulia; somos crujientes y se nos supone el apetito. Pero el verano en el amor anticipa, a menudo, el invierno.

De niña soñó Grecia. El mar de Homero, la vista de Itaca, los montes del Ática, la sonoridad de la lengua griega, el pulpo colgado al sol para la cena, los Kuroi, los frescos del Monasterio de Dionisio, el gran Museo arqueológico, el metro entre restos de la antigua Helade, los barcos de El Pireo, el teatro de Epidauro, Esparta, el aroma del barrio de Plaka, los desayunos bulliciosos (la Grecia más turca)...

Buscaba entre la multitud de guías turísticas una que llegara media hora antes que las demás; que generase la necesidad de cargar con ella bajo la pamela, itinerario y sombra para sus pies desnudos. Escuchaba en su iPod La Arabesque de Marin Marais, el "Ángel" en la corte de Luis XIV, el hombre que encerró el espíritu de Gambo en la viola. Fahmi Alqhai tocaba sólo para ella.

Él tiró de su blusa, se dio la vuelta y cogió su cara entre sus manos como un cuenco donde beber un par de besos. Qué gesto más íntimo para un extraño.

La mujer se ruborizó.

-¿De viaje?
- En ello. Estoy en ello.

Habían compartido guardias durante el curso, la frontera de sus clases eran las de él, sus noches de insomnio infantil hallaban espejo en las ojeras femeninas: ¿Pis? ¿Agua? ¿Mocos? ¿Terrores nocturnos? Y sus rastrojos matutinos los devoraba su simpático sarcasmo.

-En bicicleta y mojada. Sobre ruedas llega una profesora tan mona (envoltorio singular para un cerebrín sin par).

Letras y ciencias solidarias en la crianza.

-¿Roma?
-Al final Grecia. ¿Y tú?
-La hecatombe. Después de julio en Girona, trece años en común, una niña preciosa y sesenta meses desayunando desamor con grimosa convivencia, inauguro mi metro hacia la individualidad: hoy ha sido mi primera noche sin esposa. Nos hemos separado.
-Lo siento.
-Ella vino, yo le dije que no era buena idea; luego vinimos, nos dijimos, el uno al otro, que quizá; y ahora el jamás, harto de divagar, abandonó el columpio y vino para quedarse: soy profesor de matemáticas, no un cadáver de lo irreversible.
Antes de que me preguntes: estoy bien y la niña (la rizosa y arrubiada Lena) estupenda.

Salió por pies y sin un libro con el que preparar el viaje. ¿Miedo al contagio?

Al llegar a casa, en el contestador, Duna lloraba.

-No aguanto a Carlos. Soy marxista, fui trosquista, sé de los deslumbramientos y el cansancio de los cuerpos. Pero me voy. Lo dejo; yo me quiero. A mí misma, me quiero.

La boca le supo a polen. Duna sin Carlos.

En la piscina los niños jugaban, las familias eran felices del mismo modo, sonreían y parecían querer vivir lo que fingían. Se ungían de planes, hipotecas, comidas de suegros y consuegros; amamantaban con palabras su segunda vivienda, la oportunidad de la escuela infantil, la conveniencia de un coche cada vez mayor.

Olivia Reyes pasó sin saludarla agarrada al carrito donde dormía su bebé; dejó su mano atrapando sombras en el aire.

-¡Qué rara está Olivia! Las hormonas del primer trimestre de lactancia.
-No. No es eso.
-El estrés de la oposición a maestra.
-Tampoco.
-El bochorno que nos parasita.
-No te enteras.

Nunca se entera, anfibia, a pie entre el despiste y el ensimismamiento, lo desenfoca todo. Llega tarde a las citas y a las personas.


-Aubi, el aguafiestas ("Velocidad en los jardines"), en un arrebato de furia, la abandonó.
-¿...?
-A cambio Dios le acaba de abrir una ventana: ha sacado la oposición de magisterio en Murcia.
-¿Desde cuándo crees en Dios?
-Vas a destiempo. No te enteras; si no va encuadernado, garamond 12 y versa sobre lo existencial, tú no te enteras.

Dejó a los niños duchados, merendando en el parque y con su padre apoltronado en un banco, la boca ojival y el aliento de asombro:

-Me voy. Me faltan los billetes de ALSA a Madrid, la crema barrera total para el sol y la guía de viaje.

La bicicleta saltó San Lorenzo para hundirse en Paradiso.

-¿Grecia?

Aquella voz era la sinécdoque de un compañero de pupitre en el último curso de Bachillerato, otrora Fitipaldi, hoy juez oficiando en Poniente. Sus ojos inquietos desde el tobillo de la mujer a su lectura.

-¡Qué bien te veo! -Dueña de todos los secretos no supo decir nada original.
-Todos mejoramos con los años. Todos. -Su inquietud se tornó más revoltosa. Con la mano rápida ella bajó la guía para tapar sus muslos.

-¿Casada?
-Bastante.
-Y te vas a Grecia con tu marido.
-Sí. Una semana. Después otra a Andalucía.
-¿Niños?
-Dos.
-Ya. El primero fruto del proyecto de vida, el segundo la llave que tapa el agujero de lo umbrío. Palabra de juez.
-¿Lo umbrío?
-¿Desde cuándo no interpretas el término real y el término imaginario en las metáforas? Tú no eras la que en tercero de BUP leía a Kafka...

Fuera, un niño rumano lanzaba el diábolo al techo de aquel incendio de verano mientras los transeúntes despistados arrojaban monedas a la gorra que, en la vorágine del movimiento, había rodado hacia el suelo. Era rumano, hacía de titiritero y su gorra presumía la mendicidad. El modelo. Funcionamos con modelos. Prejuicios y previsiones.

Por la ventana de la librería, el artefacto subía y bajaba, subía y bajaba. Como si intentara acelerar, viñetas de lo vivo, un ritmo y un tiempo desajustados.

-Tengo que irme. Cuídate.
-Barrunto que te veré pronto por los juzgados: agosto con tu marido. No olvides tu guía micénica, requisito sine qua non. Palabra de juez.

Ella sólo quería ir a Grecia.

Llenar su bolsa de viaje con piedras, caligrafías de sus paseos. Algún que otro Ulises; arena de Santorini. Luz para el invierno. Imágenes donde beber; cuando se seque.

Amar y ser amada, reinventar sus cuerpos, húmeda Cefalonia, bajo la misma noche que silenció el secreto de Penélope; el magnetismo de Helena.

Se abraza a su aún esposo y cruza los dedos. Les espera Grecia. Y el nombre exacto de las cosas.

Palabras de Tersites

Esa carcasa ocre es Helena, la gracia de la nuca
aureolada de cabellos traslúcidos.
Los que la amaron son inmortales ahí, en la tierra inverniza
o bien envejecieron con una pierna rota
dislocada para mendigar unos vasos de vino
-y yo, el giboso, el patizambo, me acuerdo algunas veces
de la altivez biliosa de los jefes aqueos
considerando la pertinencia del combate
inspiración segura de algún poema heroico
cantor de esta campaña y su cuerpo de diosa:
polvo para quien no la amó, sus versos humo.
Es la decrepitud lo que enciende esta guerra.

Guillermo Carnero

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